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jueves, 9 de mayo de 2013

Reseña del libro: El Antisemitismo y la Ideología de la Revolución Mexicana, de Claudio Lomnitz


Reseña del libro: El Antisemitismo y la Ideología de la Revolución Mexicana, de Claudio Lomnitz[1]

La Revolución mexicana fue un evento histórico al que se le han dedicado muchas investigaciones dentro y fuera de México; por lo mismo es difícil que podamos encontrarnos con aportaciones demasiado reveladoras en los estudios que se están realizando. En este escenario destaca de manera especial lo que el autor del libro El Antisemitismo y la Ideología de la Revolución Mexicana nos ofrece; Claudio Lomnitz encuentra que la ideología antisemita no estuvo ausente en el entramado discursivo que acompañó a este conflicto. Su hallazgo adquiere particular relevancia ya que, como él mismo lo señala, la presencia judía en esos años era realmente muy escasa[2] por lo que nos encontramos con lo que define como “antisemitismo sin judíos”.
En realidad, el antisemitismo mexicano de principios del siglo xx ayudó a dar forma a una modalidad de nacionalismo revolucionario dependiente, hipermasculino y autoritario. Este ensayo es una contribución a la historia política del nacionalismo revolucionario; asimismo, ofrece algunas perspectivas metodológicas para el análisis de otros casos de antisemitismo sin judíos.[3]

En este breve texto, que fue escrito originalmente en inglés, nos encontramos inmediatamente con una descripción desconcertante; estamos esperando que nos detalle los términos de esta expresión mexicana de odio a los judíos y más bien con lo que nos encontramos es con algo distinto; con el rechazo y descalificación de lo que él presenta como odio a los científicos. “Una de las características curiosas de la Revolución mexicana es el odio generalizado que los revolucionarios expresaban contra la élite tecnócrata de la dictadura, los llamados científicos.”[4] La mayoría del trabajo se ocupa de explicar quienes fueron estos personajes de la historiografía mexicana y cómo y por qué, fueron los “villanos” a los que se les responsabilizó de las políticas del dictador Porfirio Díaz. El tratamiento del antisemitismo pareciera un complemento de aquel que le brinda al análisis de aquellos que los revolucionarios llamaban “científicos”.
El texto de Lomnitz confunde ya que nos promete hablar de “antisemitismo” y a lo que le dedica más espacio es al tema de estos intelectuales positivistas. Sin embargo, la recuperación del discurso antisemita, aunque sea sólo en forma tangencial, permite comprender el conflicto mexicano más allá de un asunto regional. Como lo explica el mismo autor, al recurrir al discurso del odio a los judíos no habiendo presencia significativa de ellos en el país, lo que se está haciendo es “importar” de Europa los mecanismos de exclusión sin reparar siquiera en la falta de correspondencia con la realidad. Al respecto comenta:  “En este texto se buscará demostrar que el sentimiento en contra de los científicos tuvo como molde el antisemitismo moderno; incluso se sugiere que este último desempeñó un papel fundamental en el desarrollo de la ideología nacionalista en las nuevas condiciones de dependencia.”[5]
Para poder comprender cómo llega el autor a relacionar este fenómeno muy local con una ideología excluyente “importada” de Europa es importante detenerse en la descripción que hace de lo primero. En su genealogía, Lomnitz nos traslada al año 1892 cuando el dictador iniciaba su cuarto periodo presidencial, en ese momento  “Díaz pidió a un grupo y talentosos jóvenes liberales, encabezados por Justo Sierra, que organizarán algo parecido al estilo de las elecciones primarias estadounidenses con el propósito de que lanzaran su campaña por la presidencia.”[6]

A partir de ese momento, se satirizo a los firmantes del manifiesto de la Unión Liberal con el mote de <<los científicos>>, con lo que se hacía mofa de su pretensión de establecer un fundamento científico para la administración de las políticas públicas; sin embargo, el terminó fue ambiguo desde sus orígenes, ya que se refería tanto al estrechó grupo de ideólogos que habían organizado la Unión Liberal como al partido que habían buscado constituir; además, aunque los científicos apoyaba a la reelección de Díaz, también promovían reformas destinadas a llevar la dictadura hacia un sistema institucional moderno.[7]

Para comprender cómo este término se convirtió en un mote descalificador utilizado por los distintos grupos opositores debemos, según nos dice el autor, considerar que en su origen nos encontramos que las ideas científicas de la época se confrontaban con los principios católicos fuertemente arraigados en la población mexicana y en particular por las clases conservadoras que veían amenazados sus intereses económicos por el impulso a la industrialización del país que promovía Díaz.

Lo curioso, no obstante, es que la primera facción que emprendió los ataques verbales públicos frontales en contra de los científicos no fue una facción rival en el seno del gobierno de  Díaz y el grupo <> puramente ideológico. Por el contrario, el vitriolo temprano en contra de los científicos tuvo su origen en una escaramuza entre los católicos –que se encontraban en una posición ambigua o con respecto al régimen de Díaz-y los liberales, escaramuza en la que los católicos eligieron a los científicos como un útil instrumento para atacar la política gubernamental, al mismo tiempo que dictaban un enfrentamiento directo con el dictador. El contexto fue el caso Dreyfus y el tema, la guerra entre España y los Estados Unidos y la relación de México con el catolicismo y con una alianza católica panlatina.[8]

Para los sectores conservadores católicos las posturas positivistas representaban una amenaza contra los valores tradicionales, en el caso de otros sectores de la población que también eran opositores de la dictadura la descalificación a los científicos se construyo de otra manera. Para los ideólogos nacionalistas por un lado y los radicales de izquierda por el otro, lo que representaba una amenaza era la invitación a la inversión extranjera con el apoyo de nuevas tecnologías y la industrialización que se le acompañaba. Esto significaba una competencia para los capitales nacionales y una explotación de las clases trabajadoras; lo primero afectaba a los liberales nacionalistas y lo segundo a los trabajadores. Por esta razón la condena a los científicos  provenía de todos los sectores y sus referentes eran confusos.

A pesar de la incertidumbre que encierra el referente, no hay un solo revolucionario mexicano que no haya utilizado el término científico con aborrecimiento, a tal grado que se convirtió en sinónimo de traición y corrupción. Los grupos radicales de anarquistas y socialistas - tanto entre los magonistas, como entre los zapatistas - eran quizá los más vehementes a ese respecto, puedes redefinieron la Revolución en conjunto con una rebelión justificada en contra del abuso de los científicos: [9]

Lomnitz encuentra en los archivos una extraña asociación entre el mote “científicos” y el de “judíos”, en sus hallazgos descubre que esté paralelismo se relaciona con lo que estaba sucediendo en Europa, particularmente con el caso Dreyfus, que como es sabido consistió en una falsa acusación de traición a un oficial francés de origen judío. Este proceso antisemita fue muy famoso, entre otras cosas, por la denuncia que hizo en su momento el escritor Émile Zola. En México, los distintos sectores fijaron su postura con respecto a lo que sucedía en Francia.

Durante el desarrollo del suceso, los escritores más elocuentes de entre los científicos - especialmente Justo Sierra y Francisco Bulnes - se pusieron de parte del Dreyfus; y los periódicos dominados por los científicos, El Mundo y El Imparcial, adoptaron de manera predominante la línea pro Dreyfus, que también era una posición en contra de la Iglesia, el militarismo y la alianza católica <> fomentada por el papa León VIII. [10]

Para los católicos conservadores, los pronunciamientos de los liberales positivistas a favor de Dreyfus se asociaron con sus ideas anticlericales, aunado a esto debemos considerar que en estos sectores ya existía un odio antijudío de carácter religioso. Su postura era que “los científicos - y sus periódicos - como los judíos de México, estaban vendiendo el país a una potencia extranjera, los Estados Unidos, en lugar de tomar el partido de su propia sangre latina y propia religión católica.[11] Lo interesante es que, de haber sido una iniciativa del sector católico conservador, esta asociación entre los términos “científicos” y “judíos” fue retomada por los revolucionarios, Lomnitz nos presenta un fragmento donde Francisco Villa expresa lo siguiente: “será sencillamente, no la garantía del triunfo para Carranza sino la base más segura de su ruina completa y de su desprestigio, porque es la obra de los científicos y de los judíos;” [12]
Para encontrar una posible explicación a esta manifestación de un “antisemitismo sin judíos” Lomnitz, hace suya la interpretación de Moishe Postone, “quien, a manera de prolongación de las conclusiones de Hannah Arendt, Marx Horkheimer y Theodor Adorno argumentaba que,[…]los judíos se convirtieron en una obsesión <> del capitalismo abstracto.”[13] Su referencia directa a los estudios de estos pensadores nos permite suponer que entiende el antisemitismo a partir del estudio de los mecanismos excluyentes de la modernidad y no como una expresión concreta de odio a los judíos. La investigación no avanza demasiado en esa dirección, se limita a presentar lo encontrado. Más que una respuesta, Lomnitz nos deja con varias interrogantes, abre la pregunta: “¿Cuál fue la importancia histórica esa forma antisemita de la retórica en contra de los científicos?” nos advierte que se “trata de dos cuestiones […]: una de ellas se relaciona estrechamente con la cuestión del antisemitismo en México, mientras que la otra se refiere a la amplia relación entre la raza y el nacionalismo dependiente”.[14]
Es aquí donde ya no podemos avanzar más, nos ha demostrado que sí hubo antisemitismo en México y que “corresponde a los arcaicos prejuicios católicos: los judíos considerados como los míticos personajes que mataron a Jesús”.[15] Pero, al no haber judíos, queda claro que debemos encontrar contra quiénes iba dirigido este odio, en el caso específico de este momento histórico los que aparecen como “chivos expiatorios” son los llamados “científicos”, pero como el mismo autor lo señala, no son un referente claro.
En resumen, cuando se lo examinar de cerca, el objeto del odio por los científicos se torna asombrosamente inestable. Se los odiaba en conjunto, pero frecuentemente se los respetaba como individuos; podían ser muy corruptos, pero no lo eran más que los otros sectores de la élite; se criticaba sus doctrinas, pero también se las adoptaba; eran intermediarios de las inversiones extranjeras, pero también lo fueron todas y cada una de las demás élites nacionales de la época, entre ellas algunos prominentes miembros de la élite postrevolucionaria; sin embargo, esa quimera fue el archivillanismo, el verdadero motivo, la causa última de la revolución. 35 
A manera de contribución nos parece que lo que encontramos en el discurso posrevolucionario, es un nuevo “engendro” que permitió relacionar “raza” y “nacionalismo dependiente”: el “mestizo”. A partir de este “objeto racial” los constructores del nacionalismo mexicano consiguieron amalgamar las diferencias en el fundido de una “raza de bronce”, donde lo indígena podría “irse” blanqueando con la ayuda del “espíritu santo[16].


[1] Claudio Lomnitz, El Antisemitismo y la Ideología de la Revolución Mexicana, traducción Mario Zamudio, México, Fondo de Cultura Económica,  2012
[2] “En tal contexto, la escasez de judíos vivos y reales entre los científicos parece haber importado muy poco. La presencia de judíos en México en la época era muy modesta, si bien es difícil calcular su número real. Basándose en los apellidos que sonaban a judío, Corinne Krauze calculó que, entre 1877 en 1910, se naturalizaron como mexicanos 140 judíos, lo cual representaba 5% del número total de extranjeros que habían adoptado la nacionalidad mexicana durante ese período. El número de judíos no naturalizados debe de haber sido considerablemente más alto; sin embargo, el total debe de haber sido muy bajo. La primera congregación religiosa se estableció en 1908 en la ciudad de México, más de 10 años después de que estallara el escándalo Dreyfus. Ibid. p 83
[3] Ibid. p. 11-2
[4] Ibid. p. 7
[5] Ibid. p. 9
[6] Ibid. p. 19
[7] Ibid. p. 21
[8] Ibid. pp. 39-40
[9] Ibid. pp. 27-28
[10] Ibid. p. 42
[11] Ibid. p. 47
[12] Ibid. p. 74. Ver: Francisco Villa, Manifiesto de Agua Prieta, 5 de noviembre de1915, en  Romance histórico villista, editado por Antonio Delgado, Chihuahua, s.f., p. 164.
[13] Ibid. p. 81
[14] Ibid. p. 79
[15] Ibid. p. 80
[16] El lema de la Universidad Nacional Autónoma de México que acuñó José Vasconcelos en 1921 es “Por mi raza hablará el Espíritu”.  Este personaje, fue uno de los principales constructores del proyecto nacional posrevolucionario. Este personaje se distinguió por su hispanismo católico, su crítica al positivismo, su anti indigenismo y antisemitismo.
Publicado en Constelaciones Revista de Teoría Crítica Vol. 4 (2012) 
Antisemitismo: Clave civilizatoria y funcionalidad social. pp. 484-488

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