Reseña
del libro: El Antisemitismo y la
Ideología de la Revolución Mexicana, de Claudio Lomnitz[1]
La Revolución mexicana fue un evento
histórico al que se le han dedicado muchas investigaciones dentro y fuera de
México; por lo mismo es difícil que podamos encontrarnos con aportaciones
demasiado reveladoras en los estudios que se están realizando. En este
escenario destaca de manera especial lo que el autor del libro El Antisemitismo y la Ideología de la
Revolución Mexicana nos ofrece; Claudio Lomnitz encuentra que la ideología
antisemita no estuvo ausente en el entramado discursivo que acompañó a este conflicto.
Su hallazgo adquiere particular relevancia ya que, como él mismo lo señala, la
presencia judía en esos años era realmente muy escasa[2]
por lo que nos encontramos con lo que define como “antisemitismo sin judíos”.
En
realidad, el antisemitismo mexicano de principios del siglo xx ayudó a dar forma
a una modalidad de nacionalismo revolucionario dependiente, hipermasculino y
autoritario. Este ensayo es una contribución a la historia política del
nacionalismo revolucionario; asimismo, ofrece algunas perspectivas
metodológicas para el análisis de otros casos de antisemitismo sin judíos.[3]
En este breve texto,
que fue escrito originalmente en inglés, nos encontramos inmediatamente con una
descripción desconcertante; estamos esperando que nos detalle los términos de
esta expresión mexicana de odio a los judíos y más bien con lo que nos
encontramos es con algo distinto; con el rechazo y descalificación de lo que él
presenta como odio a los científicos.
“Una de las características curiosas de la Revolución mexicana es el odio
generalizado que los revolucionarios expresaban contra la élite tecnócrata de
la dictadura, los llamados científicos.”[4] La
mayoría del trabajo se ocupa de explicar quienes fueron estos personajes de la
historiografía mexicana y cómo y por qué, fueron los “villanos” a los que se
les responsabilizó de las políticas del dictador Porfirio Díaz. El tratamiento
del antisemitismo pareciera un complemento de aquel que le brinda al análisis
de aquellos que los revolucionarios llamaban “científicos”.
El texto de Lomnitz confunde
ya que nos promete hablar de “antisemitismo” y a lo que le dedica más espacio
es al tema de estos intelectuales positivistas. Sin embargo, la recuperación
del discurso antisemita, aunque sea sólo en forma tangencial, permite
comprender el conflicto mexicano más allá de un asunto regional. Como lo
explica el mismo autor, al recurrir al discurso del odio a los judíos no
habiendo presencia significativa de ellos en el país, lo que se está haciendo
es “importar” de Europa los mecanismos de exclusión sin reparar siquiera en la
falta de correspondencia con la realidad. Al respecto comenta: “En este texto se buscará demostrar que el
sentimiento en contra de los científicos
tuvo como molde el antisemitismo moderno; incluso se sugiere que este último
desempeñó un papel fundamental en el desarrollo de la ideología nacionalista en
las nuevas condiciones de dependencia.”[5]
Para poder comprender
cómo llega el autor a relacionar este fenómeno muy local con una ideología
excluyente “importada” de Europa es importante detenerse en la descripción que
hace de lo primero. En su genealogía, Lomnitz nos traslada al año 1892 cuando el
dictador iniciaba su cuarto periodo presidencial, en ese momento “Díaz pidió a un grupo y talentosos jóvenes
liberales, encabezados por Justo Sierra, que organizarán algo parecido al
estilo de las elecciones primarias estadounidenses con el propósito de que
lanzaran su campaña por la presidencia.”[6]
A
partir de ese momento, se satirizo a los firmantes del manifiesto de la Unión
Liberal con el mote de <<los
científicos>>, con lo que se hacía mofa de su pretensión de
establecer un fundamento científico para la administración de las políticas
públicas; sin embargo, el terminó fue ambiguo desde sus orígenes, ya que se
refería tanto al estrechó grupo de ideólogos que habían organizado la Unión
Liberal como al partido que habían buscado constituir; además, aunque los científicos apoyaba a la reelección de
Díaz, también promovían reformas destinadas a llevar la dictadura hacia un
sistema institucional moderno.[7]
Para comprender cómo este término se convirtió en un
mote descalificador utilizado por los distintos grupos opositores debemos,
según nos dice el autor, considerar que en su origen nos encontramos que las
ideas científicas de la época se confrontaban con los principios católicos
fuertemente arraigados en la población mexicana y en particular por las clases
conservadoras que veían amenazados sus intereses económicos por el impulso a la
industrialización del país que promovía Díaz.
Lo
curioso, no obstante, es que la primera facción que emprendió los ataques
verbales públicos frontales en contra de los científicos no fue una facción rival en el seno del gobierno de Díaz y el grupo <>
puramente ideológico. Por el contrario, el vitriolo temprano en contra de los científicos tuvo su origen en una
escaramuza entre los católicos –que se encontraban en una posición ambigua o
con respecto al régimen de Díaz-y los liberales, escaramuza en la que los
católicos eligieron a los científicos
como un útil instrumento para atacar la política gubernamental, al mismo tiempo
que dictaban un enfrentamiento directo con el dictador. El contexto fue el caso
Dreyfus y el tema, la guerra entre España y los Estados Unidos y la relación de
México con el catolicismo y con una alianza católica panlatina.[8]
Para los sectores conservadores católicos las
posturas positivistas representaban una amenaza contra los valores
tradicionales, en el caso de otros sectores de la población que también eran
opositores de la dictadura la descalificación a los científicos se construyo de otra manera. Para los ideólogos
nacionalistas por un lado y los radicales de izquierda por el otro, lo que
representaba una amenaza era la invitación a la inversión extranjera con el
apoyo de nuevas tecnologías y la industrialización que se le acompañaba. Esto
significaba una competencia para los capitales nacionales y una explotación de
las clases trabajadoras; lo primero afectaba a los liberales nacionalistas y lo
segundo a los trabajadores. Por esta razón la condena a los científicos provenía de todos los sectores y sus
referentes eran confusos.
A
pesar de la incertidumbre que encierra el referente, no hay un solo
revolucionario mexicano que no haya utilizado el término científico con aborrecimiento, a tal grado que se convirtió en
sinónimo de traición y corrupción. Los grupos radicales de anarquistas y
socialistas - tanto entre los magonistas, como entre los zapatistas - eran
quizá los más vehementes a ese respecto, puedes redefinieron la Revolución en
conjunto con una rebelión justificada en contra del abuso de los científicos: [9]
Lomnitz encuentra en los archivos una extraña
asociación entre el mote “científicos” y el de “judíos”, en sus hallazgos descubre
que esté paralelismo se relaciona con lo que estaba sucediendo en Europa,
particularmente con el caso Dreyfus, que como es sabido consistió en una falsa
acusación de traición a un oficial francés de origen judío. Este proceso
antisemita fue muy famoso, entre otras cosas, por la denuncia que hizo en su momento
el escritor Émile Zola. En México, los distintos sectores fijaron su postura
con respecto a lo que sucedía en Francia.
Durante
el desarrollo del suceso, los escritores más elocuentes de entre los científicos
- especialmente Justo Sierra y Francisco Bulnes - se pusieron de parte del
Dreyfus; y los periódicos dominados por los
científicos, El Mundo y El Imparcial, adoptaron de manera
predominante la línea pro Dreyfus, que también era una posición en contra de la
Iglesia, el militarismo y la alianza católica <> fomentada
por el papa León VIII. [10]
Para los católicos conservadores, los
pronunciamientos de los liberales positivistas a favor de Dreyfus se asociaron
con sus ideas anticlericales, aunado a esto debemos considerar que en estos
sectores ya existía un odio antijudío de carácter religioso. Su postura era que
“los científicos - y sus periódicos -
como los judíos de México, estaban vendiendo el país a una potencia extranjera,
los Estados Unidos, en lugar de tomar el partido de su propia sangre latina y
propia religión católica.[11] Lo
interesante es que, de haber sido una iniciativa del sector católico
conservador, esta asociación entre los términos “científicos” y “judíos” fue
retomada por los revolucionarios, Lomnitz nos presenta un fragmento donde
Francisco Villa expresa lo siguiente: “será sencillamente, no la garantía del
triunfo para Carranza sino la base más segura de su ruina completa y de su
desprestigio, porque es la obra de los científicos y de los judíos;” [12]
Para encontrar una posible explicación a esta
manifestación de un “antisemitismo sin judíos” Lomnitz, hace suya la
interpretación de Moishe Postone, “quien, a manera de prolongación de las
conclusiones de Hannah Arendt, Marx Horkheimer y Theodor Adorno argumentaba
que,[…]los judíos se convirtieron en una obsesión <> del
capitalismo abstracto.”[13]
Su referencia directa a los estudios de estos pensadores nos permite suponer
que entiende el antisemitismo a partir del estudio de los mecanismos
excluyentes de la modernidad y no como una expresión concreta de odio a los
judíos. La investigación no avanza demasiado en esa dirección, se limita a
presentar lo encontrado. Más que una respuesta, Lomnitz nos deja con varias
interrogantes, abre la pregunta: “¿Cuál fue la importancia histórica esa forma
antisemita de la retórica en contra de los
científicos?” nos advierte que se “trata de dos cuestiones […]: una de
ellas se relaciona estrechamente con la cuestión del antisemitismo en México,
mientras que la otra se refiere a la amplia relación entre la raza y el
nacionalismo dependiente”.[14]
Es aquí donde ya no podemos avanzar más, nos ha
demostrado que sí hubo antisemitismo en México y que “corresponde a los
arcaicos prejuicios católicos: los judíos considerados como los míticos
personajes que mataron a Jesús”.[15]
Pero, al no haber judíos, queda claro que debemos encontrar contra quiénes iba
dirigido este odio, en el caso específico de este momento histórico los que
aparecen como “chivos expiatorios” son los llamados “científicos”, pero como el
mismo autor lo señala, no son un referente claro.
En
resumen, cuando se lo examinar de cerca, el objeto del odio por los científicos se torna asombrosamente
inestable. Se los odiaba en conjunto, pero frecuentemente se los respetaba como
individuos; podían ser muy corruptos, pero no lo eran más que los otros
sectores de la élite; se criticaba sus doctrinas, pero también se las adoptaba;
eran intermediarios de las inversiones extranjeras, pero también lo fueron
todas y cada una de las demás élites nacionales de la época, entre ellas
algunos prominentes miembros de la élite postrevolucionaria; sin embargo, esa
quimera fue el archivillanismo, el verdadero motivo, la causa última de la
revolución. 35
A manera de contribución nos parece que lo que
encontramos en el discurso posrevolucionario, es un nuevo “engendro” que
permitió relacionar “raza” y “nacionalismo dependiente”: el “mestizo”. A partir
de este “objeto racial” los constructores del nacionalismo mexicano
consiguieron amalgamar las diferencias en el fundido de una “raza de bronce”,
donde lo indígena podría “irse” blanqueando con la ayuda del “espíritu santo[16].
[1] Claudio
Lomnitz, El Antisemitismo y la Ideología
de la Revolución Mexicana, traducción
Mario Zamudio, México, Fondo de Cultura Económica, 2012
[2] “En tal contexto, la escasez de
judíos vivos y reales entre los científicos parece haber importado muy poco. La
presencia de judíos en México en la época era muy modesta, si bien es difícil
calcular su número real. Basándose en los apellidos que sonaban a judío,
Corinne Krauze calculó que, entre 1877 en 1910, se naturalizaron como mexicanos
140 judíos, lo cual representaba 5% del número total de extranjeros que habían
adoptado la nacionalidad mexicana durante ese período. El número de judíos no
naturalizados debe de haber sido considerablemente más alto; sin embargo, el
total debe de haber sido muy bajo. La primera congregación religiosa se
estableció en 1908 en la ciudad de México, más de 10 años después de que
estallara el escándalo Dreyfus. Ibid.
p 83
[3] Ibid. p. 11-2
[8] Ibid. pp. 39-40
[10] Ibid. p. 42
[11] Ibid. p. 47
[12] Ibid. p. 74. Ver: Francisco Villa, Manifiesto de Agua Prieta, 5 de noviembre de1915, en Romance histórico villista, editado por
Antonio Delgado, Chihuahua, s.f., p. 164.
[14] Ibid. p. 79
[15] Ibid. p. 80
[16] El lema de la Universidad
Nacional Autónoma de México que acuñó José Vasconcelos en 1921 es “Por mi raza
hablará el Espíritu”. Este personaje,
fue uno de los principales constructores del proyecto nacional
posrevolucionario. Este personaje se distinguió por su hispanismo católico, su
crítica al positivismo, su anti indigenismo y antisemitismo.
Publicado en Constelaciones Revista de Teoría Crítica Vol.
4 (2012)
Antisemitismo: Clave civilizatoria y funcionalidad social. pp. 484-488
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