lunes, 24 de febrero de 2014

Presentación del libro: Cien años de vida institucional judía en México: Mosaico de experiencias y reflexiones (1912-2012) coordinado por la Dra. Alicia Gojman de Backal y prologado por el Dr. José Narro Robles

Mauricio Pilatowsky
Agradezco la invitación a presentar este libro a su coordinadora  la Dra. Alicia Gojman, saludo a los colegas que han sido invitados también a participar en este evento.
El libro que tengo el honor de presentar es el resultado de una larga travesía que tuvo como puerto de salida las interrogantes de un grupo de académicos en el Centro de Documentación e Investigación de la Comunidad Ashkenazí de México. La Dra. Gojman, su fundadora y Directora honoraria, en una reunión del Comité Académico puso sobre la mesa una fecha; 1912 y nos comentó –“se cumplen 100 años del establecimiento de la primer institución judía en México: La Beneficencia Alianza Monte Sinai. Preguntó: -¿Son cien años de vida judía en México?- y ella misma respondió- ¡No! Los judíos llegaron con los españoles y desde entonces, con sus distintas experiencias, siempre estuvieron en México. ¿Qué es entonces lo que cambio hace un siglo?- Esa fue la pregunta que nos trae hasta aquí el día de hoy.
Nos preguntamos entonces, y nos seguimos preguntando ahora, ¿qué significa institucionalizar una convivencia colectiva cuando esto se produce al interior de una nación que ya cuenta con sus propias instituciones? y ¿por qué diferenciar a un grupo de otro? En otras palabras; ¿por qué los judíos crearon sus propios templos, escuelas, centros sociales, grupos de asistencia comunitaria, asilos, cementerios, etc.? Y nos dimos cuenta que no era un fenómeno social exclusivo de este grupo; lo mismo hicieron los españoles, libaneses, chinos, alemanes, franceses, norteamericanos, por citar algunos ejemplos. Llegamos entonces a una conclusión, que como ya he señalado, fue el inicio del proyecto que culmina con la presentación de este libro y fue la siguiente: El que un colectivo forme instituciones comunitarias propias dentro de una nación y que éstas se mantengan, e incluso se fortalezcan, es materia de estudio para comprender a profundidad la configuración de las identificaciones colectivas en la nación. En otras palabras, nuestra pregunta por la experiencia judía en México es una interrogante por el “ser” de lo mexicano.
Cuando uno ve un libro, y más cuando lo hace entre otros miles, como en esta feria, no se imagina todo el esfuerzo que hay encerrado entre sus páginas. Pero como participante he sido testigo de lo que acompañó su desarrollo y créanme que este pequeño objeto es producto de cientos de horas de reflexión, creatividad y organización, trabajo de muchos investigadores de diversas áreas de conocimiento provenientes de muchas instituciones académicas de México y otros países.
La razón de una convocatoria tan amplia responde a lo complejo del tema; el de la conformación y continuidad de la institucionalización de la vida comunitaria judía  en una nación como la nuestra; y como ya se ha señalado; de este estudio de caso podemos aprender sobre las otras minorías. Cuando se piensa en la continuidad de una experiencia colectiva y la conservación de sus tradiciones culturales lo primero que aparece es una valoración positiva, despierta orgullo para los propios y admiración para los externos. Y cuando se piensa en un siglo, el orgullo y la admiración se fortalecen.
Algunos de los trabajos de este volumen se abocan a investigar la instrumentación de instituciones que han permitido esta pervivencia cultural: la red educativa, las organizaciones de beneficencia, los templos, asilos, cementerios etc. 
Pero hay otra cara de la moneda que a varios de los participantes no les ha pasado desapercibida; que en toda trasmisión cultural hay también una dosis de exclusión; en dos direcciones: la que va de la nación al grupo minoritario y la que se produce al interior del mismo grupo minoritario; dicho en otra palabras, algunos judíos siguen siendo judíos porque quieren seguir siéndolo, pero también porque algunos de los que no lo son no les permiten dejar de serlo e integrarse del todo a la cultura mayoritaria. Lo mismo sucede con otras comunidades como el caso de los mexicanos de origen chino, japonés, libanes, de países africanos o incluso con los mexicanos mal llamados “indígenas” a los que algunos no les permite dejar de serlo. En la pervivencia de una cultura no todo es fiesta y alegría, hay una dosis de exclusión y violencia. Varios de los autores de este libro se abocan a explorar este fenómeno con un rigor académico intachable.
En el caso concreto de los judíos mexicanos, que viven en un entorno mayoritariamente cristiano, mestizo y de cultura hispana la posibilidad de ser aceptados como parte de la mayoría no es cosa sencilla. Portar un apellido español, que no deja de ser extranjero, es sinónimo de lo mexicano; Pérez, Sánchez, López, etc.. En cambio un apellido que no sea de España; como, Gojman, Hamui, Chmelnik o Pilatowsky nos coloca fuera del imaginario nacional, por paradójico que parezca, así sucede también con los nombres mayas, o zapotecas. En otras palabras para ser mexicano uno debe llevar en su nombre el registro de la colonización española.
Pero también existe una violencia al interior de la misma comunidad excluida. Por razones de índole diversa se fomenta en ella una cierta endogamia y se ejercen mecanismos para evitar la asimilación a la cultura exterior. Una suerte de complicidad no declarada que de alguna manera responde a las dinámicas de los dos grupos excluyentes.  En varios de los trabajos que aparecen en este libro podrán encontrar algunos análisis de este tipo de mecanismo, tanto de forma analítica como testimonial.
Lo que aprendemos de las participaciones recogidas en este libro que lleva como subtítulo; Mosaico de experiencia y reflexiones, son los claroscuros de la diversidad cultural en general y de la judía en particular. Cien años de vida institucional judía en México son cien años de la conservación de una de las culturas más añejas, rica en tradiciones y portadora de un legado incuestionable, pero también refleja que nuestra nación mexicana, a diferencia de otras naciones del orbe, conserva una estructura excluyente que heredamos de siglos de un colonialismo del que no terminamos de emanciparnos y que los integrantes de las minorías, para poder desarrollarse, replican esta violencia al interior de sus propias comunidades, estableciendo mecanismos internos de segregación.
Los investigadores que participaron en este libro abordan esta pregunta desde distintas perspectivas y ofrecen lecturas diversas, pero todos sin excepción quisieran encontrar una manera de conservar los elementos positivos del legado cultural sin que esto implicara el sostener ningún sistema de exclusión. No es algo sencillo, representa un enorme reto, no solo para los judíos mexicanos sino para todos aquello que buscamos vivir y convivir en un México plural e incluyente.
Por mi parte, y como modesta contribución, me gustaría compartir algo que es parte del legado judío. Aunque difícil de entender, lo judío no se remite a lo religioso, tenemos ejemplos de judíos ilustres que abandonaron su religión, como Freud, Kafka o Einstein, lo judío tampoco se reduce a lo nacional. En los miles de años de historia de este pueblo, el exilio ha sido su principal morada. En el antiguo Egipto donde la ley fue entregada, en Babilonia donde se escribió el Talmud, en los dos mil años que van de la destrucción del segundo templo en el año 70 hasta la reciente creación del Estado de Israel; dos milenios de una impresionante producción artística, científica y filosófica.
 El idioma tampoco ha sido un factor único de cohesión; el hebreo, antigua lengua de culto se ha modernizado y es el que se habla en el Estado de Israel, pero no es el único lenguaje en la tradición judía. Se han creado idiomas como el Yiddish de estructura germánica o el ladino que es una variante del castellano del siglo XV, los judíos hablan el idioma del país donde viven, para muestra el homenajeado. ¿Qué es entonces lo que define a lo judío?
Lo que podemos identificar como una constante en esta tradición milenaria, es la fidelidad con la escritura y la lectura, el estudio hermenéutico y el pensamiento crítico. Lo vemos en producciones como la Biblia, el Talmud, o el Zohar,  también en la larga lista de pensadores, artistas y científicos. Un profesor judío llamado George Steiner escribió:

“Por otra parte, y con toda seguridad, la escritura ha sido garante indestructible, “suscriptor” de la identidad de los judíos: a través de las fronteras de su persecución, a través de los siglos, a través de las lenguas que se ha visto obligada a adoptar y que a menudo ha dominado. Como un caracol con sus antenas alerta ante la amenaza, el judío ha llevado la casa del texto a sus espaldas. ¿Qué otro domicilio le ha sido permitido?”[1]


La identificación a formar parte de este colectivo universal que busca su hogar en la escritura, el estudio y la crítica, es un lugar donde podemos habitar todos, sin importar creencias religiosas, lenguas, colores de piel, géneros, edades, clase social o  lugar de nacimiento; es el mejor y más genuino legado del judaísmo, abierto para todos los que quieran participar. En este sentido, este libro que hoy presentamos es un granito de arena en esta hermosa y generosa playa mexicana que nos ha acogido. Bienvenidos al pueblo del libro, aquí todos nos podemos sentir en casa.


¡Muchas gracias!

Palacio de Minería, México D.F. a 23 de febrero de 2014





[1] George Steiner, Pasión Intacta; Ensayos 1978-1995, traducción, Menchu Gutiérrez y Encarna Castejón , Ediciones Siruela, Bogotá, 1997.   p. 397