martes, 24 de enero de 2012

LA SALVACIÓN ETERNA EN CÓMODAS MENSUALIDADES: LAS ILUSIONES RELIGIOSAS Y LA RAZÓN INSTRUMENTAL

El título que elegimos para esta breve reflexión hace alusión a un fenómeno muy actual, el de la comercialización de las expectativas de salvación como un negocio muy redituable. En los canales de radio y televisión, así como en las páginas de Internet, se reproducen estos contenidos administrándolos de acuerdo a una lógica de mercado y convirtiéndolos en mercancías que producen grandes utilidades. Los predicadores aparecen como actores promocionando sus iglesias, lectores del Tarot nos adivinan nuestra suerte desde la pantalla chica, los horóscopos son proporcionados por medio del teléfono celular, en Internet podemos participar de todo tipo de rituales y no faltan los anuncios de artículos de fe como medallas, estampillas, figurillas, entre otras gama de objetos.
            Desde la antigüedad existe una explotación económica de la búsqueda de trascendencia, la innovación radica en la manera en la que funciona la comercialización ya que se realiza de acuerdo a la mercadotecnia utilizando los canales de la reproductibilidad técnica. A esto debemos agregar que nos encontramos en una cultura post ilustrada que se sustenta, aparentemente, en una racionalidad desligada de los elementos religiosos.
            La proliferación masiva de la comercialización de las expectativas de salvación religiosa es entendida por muchos como un fracaso de la razón y un resurgimiento del “oscurantismo”; se sostiene que al parecer el pensamiento moderno no consiguió dar respuestas a las preguntas existenciales fundamentales, por lo que las personas recurren a explicaciones no racionales facilitando la mercantilización  de la salvación eterna. Nuestra propuesta transita en otra dirección, sostenemos que este fenómeno es más bien un desarrollo relativamente nuevo, motivado por la forma en la que opera la razón instrumental en el capitalismo avanzado. Para aclarar esto explicaremos brevemente a que nos referimos con razón instrumental.
Recuperemos la investigación que realizan Teodoro Adorno y Max Horkheimer en el año de 1942, durante su exilio en los Estados Unidos, en un texto que se publicó con el título Dialéctica de la Ilustración[1], en él  se abocaron a un estudio del desarrollo de la razón en occidente. En el libro interpretan el mito de  las sirenas que aparece en la Odisea de Homero; donde se describe una isla en la que habitan estas criaturas y donde todo aquel que escuche su canto se verá atraído por él y morirá paralizado ante su encanto. Ante el peligro de ser atrapado por el seductor canto de las sirenas y morir, Odiseo se hace atar al mástil del barco y tapa los oídos de los remeros con cera; al pasar junto a la isla, las ataduras le impiden acceder a la tentación, mientras que los marineros, al no poder escuchar, continúan sin detenerse.
Este mito da cuenta de cómo el saber es un privilegio del señor y es vedado a los que lo sirven. Odiseo quiere escuchar el canto de las sirenas, quiere constatar la verdad del relato y además quiere vencer a la naturaleza y al destino, a los remeros no les es permitido el conocimiento, sus oídos se tapan y tendrán que conformarse con el relato del señor.  El mito de Odiseo y las Sirenas expresa la diferenciación en la instrumentación del conocimiento. El señor (Odiseo) se enfrenta a la naturaleza (el canto de las sirenas), a sus propios deseos e impulsos por medio de la razón utilizando su astucia, calculando los riesgos, y ejerciendo su poder; se ata al mástil, hace de su pensamiento un mecanismo de represión y control para dominar las pulsiones. Para emanciparse se sujeta, para dominar se somete. Ésta es la dialéctica de la razón instrumental que, para evitar someterse al deseo, utiliza mecanismos de represión. El pensamiento se encadena a sí mismo para no entregarse a los impulsos naturales.
            Desde su origen la razón fue empleada por el hombre para dominar la naturaleza, pero al mismo tiempo la utilizó para dominar a su prójimo, el control de la sexualidad vino acompañado de la explotación de los demás. Conforme se fue desarrollando la cultura y se fueron sofisticando los instrumentos para dominar la naturaleza se fueron afinando también los mecanismos de explotación.  Es por esta razón que en la Ilustración, la economía capitalista desarrolla la razón instrumental, a esto se refieren Adorno y Horkheimer cuando afirman que:

Con la expansión de la economía mercantil burguesa, el oscuro horizonte del mito es iluminado por el sol de la razón calculadora, bajo cuyos gélidos rayos maduran las semillas de la nueva barbarie. Bajo la coacción del dominio el trabajo humano ha conducido desde siempre lejos del mito, en cuyo círculo fatal volvió a caer siempre de nuevo bajo el dominio.[2] 

            La razón instrumental en la sociedad moderna contiene los dos elementos de los que da cuenta el mito homérico, por un lado es desarrollada por el sujeto para dominar la naturaleza, pero al mismo tiempo se despliega sobre los demás miembros de la comunidad y busca su dominación con las mismas estrategias. Los elementos que la conforman como capacidad de ordenar, clasificar, calcular, distribuir y manipular le permiten al que la emplea superar los miedos e instrumentar los mecanismos para dominar a la naturaleza, pero también le facilitan el dominio y sujeción de los demás clasificándolos como lo hace con la naturaleza. Así es como lo explica Horkheimer: “Ahora que hemos aprendido, gracias a la ciencia, a superar el miedo ante lo desconocido en la naturaleza, somos los esclavos de coacciones sociales que hemos creado nosotros mismos.”[3]
            Para que la población consuma mercancías de todo tipo en esta economía de mercado la oferta se construye a partir de los deseos e ilusiones de los consumidores, en el objeto se depositan expectativas que van más allá de lo que el producto puede proporcionar, unos pantalones de marca nos ofrecen lucir tan atractivos como el modelo que los porta en el anuncio,  un reloj nos convierte en millonarios y una computadora nos hace genios. La fantasía le agrega un valor material a la mercancía.
            Freud en su libro El porvenir de una Ilusión comenta: “Por lo tanto, llamamos ilusión a una creencia cuando en su motivación esfuerza sobre todo el cumplimiento de deseo; y en eso prescindimos de su nexo con la realidad efectiva, tal como la ilusión misma renuncia a sus testimonios.” [4] Dicho en otras palabras, lo que el psicoanálisis nos enseña es que el deseo, cuando no obtiene su satisfacción en una realidad concreta, crea una ilusión que llega a suplantar esta realidad. En el caso de las mercancías, realmente creemos que al subirnos al auto nuevo seremos tan felices como se ve en promoción que nos incitó a su compra.  
            Las promesas religiosas operan de la misma manera, deseamos creer que las palabras del astrólogo se materializarán, lo mismo que la “limpia” del santero o la bendición de la estampilla. El imaginario metafísico no es diferente de aquel que opera para el consumo de otras mercancías o de las consignas políticas; todos están organizados a partir de la utilización calculada de los deseos insatisfechos que explota el mercado.
            La proliferación de una oferta de productos y servicios que satisfagan las expectativas de salvación religiosa debe entenderse como un aspecto más de una economía que ha encontrado en los deseos insatisfechos su motor de crecimiento. Al sentarnos frente al televisor o la computadora,  al recibir la información por el teléfono o en el cine, participamos de una nueva forma de culto donde aquello que adoramos es una ilusión. Las sirenas parecen haber triunfado sobre señores y siervos, todos por igual pasamos nuestros días atrapados por las imágenes y los sonidos que salen de una  pantalla; ésta se ha convertido en la ventana en la que se proyectan nuestras ilusiones y se manipulan nuestros deseos. No tan fácil habremos de sucumbir a su encanto porque a final de cuentas al apagar la pantalla volvemos a encontrarnos con la fría imagen de un cristal que lo único que nos proyecta es la verdad de la promesa incumplida.

Publicado en la revista Enlaces;Psicoanálisis y Cultura, Año 13, Número 17, oct.-nov. de 2011 Buenos Aires, pp.179-181


[1] T. W. Adorno y M. Horkheimer, Dialéctica de la Ilustración; Fragmentos Filosóficos; Introducción y traducción de Juan José Sánchez, Editorial Trota, Madrid 1994, primera edición en Alemán 1947 en la editorial Querido de Ámsterdam y se reeditó en 1969
[2] Adorno y Horkheimer, op. cit, p.85
[3] Horkheimer, Crítica de la Razón Instrumenta, Presentación de Juan José Sánchez, Traducción de Jacobo Muñoz, Trotta, Madrid, 2002, p. 187
[4] Freud Sigmund, El Porvenir de una Ilusión, en Obras Completas, vol. XXI, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 2004. p.31

martes, 3 de enero de 2012

Homenaje a Jorge Semprún por Reyes Mate

1. Jorge Semprún es un personaje singular: exiliado en su juventud por razones políticas, resistente en Francia, deportado a Büchenwald, superviviente de un campo, combatiente antifranquista en la clandestinidad, escritor, guionista de éxito, ministro del gobierno español...Hay que decir que con la mitad de esto los franceses han hecho de André Malraux un mito nacional
            2. Son muchos los perfiles que ofrece un personaje tan singular. Yo me voy a fijar en uno que tiene que ver con su inquietud filosófica, una inquietud que se ha trasladado a algunos ensayos, tales como  Mal et  Modernité o Se taire est imposible o sus Conferencias Aranguren  pero que sobretodo impregna su literatura. Si la escritura de Semprún se hace de repente tan densa y profunda es porque asoman en ellas las preocupaciones filosóficas del resistente que fue detenido llevando en  su mochila un ejemplar de la Crítica de la Razón Práctica de Kant.
            3. Fueron precisamente las lecturas de Kant sobre el mal las que le llevaron a interpretar el nazismo como el mal absoluto.
            El epicentro de ese mal le veía él en el tratamiento nazi de la muerte. Lo que se producía en esos lugares en cuya puerta de entrada figuraba el moto "el trabajo os hará libres", era la muerte. El nazismo era una inmensa " "fabrica de cadáveres", decía Arendt,  pero Semprún quería decir algo más.
 Lo específico, según Semprún,  de esa "fabricación de cadáveres" no era la eficacia en la producción de muertos, sino la imposibilidad del morir. Muerte, sí; morir, no. Propio del morir es entender la muerte como una posibilidad de la vida. Rilke habla del morir como la maduración "de la gran muerte que llevaos dentro", es decir, como la culminación de la vida.
Eso es lo que no podían tolerar los nazis. Quería que para los deportados la muerte fuera una necesidad. La vida no podía ser vivida como un proyecto que culmina en la muerte, sino tan sólo como la antesala de la muerte. La muerte no podía ser para el prisionero una posibilidad sino un destino marcado no por los dioses sino por ellos, los nazis.
Si el mal absoluto consistía en reducir la vida de los demás a un destino que niega al otro la vida y el morir, no es difícil concluir que el momento de la muerte era un lugar de combate: un tiempo y un lugar en el que había que librar la gran batalla contra el nazismo. Y Semprún, que siempre dió la cara, también acudió a esta cita, proclamando, en primer lugar la libertad del morir. Mueren en el Lager porque han decidido vivir libremente. Por eso se enfurece contra quienes, desde la lejanía, afirmaban, “como ese cabronazo de Wittgenstein (que) ‘la muerte no es un acontecimiento de la vida” (209).  Ellos son la prueba viviente de que se hay una relación entre la muerte impuesta y la libertad de vivir.
Pero a Semprún no le basta la aclaración teórica dirigida a filósofos como Witggenstein.  El quiere dejar bien claro que cada muerte en el Lager es un acto libre, por eso habla tanto de  la fraternidad del morir. La "muerte fraterna" es una obsesión de Semprún, una expresión extraña  porque nada hay tan propio e inalienable como la muerte. Se muere solo. Semprún lo sabe  pero la experiencia del campo le ha enseñado demasiado bien  la complicidad entre vida y muerte. El título de su novela Viviré con tu nombre, morirás con el mío, es bien elocuente o la historia de Juan Larrea, en La Montaña blanca, que “se suicidó, muerto en mi lugar".
El sentido fraterno de la muerte es lo que le lleva a la cabecera de los que están muriendo  "como si el débil estertor de un moribundo fuera la patria a la que no pudiera escapar". Necesita acompañar a los agonizantes en esa batalla decisiva para decirles que no mueren porque Hitler les haya condenado sino porque han elegido libremente la vida y el morir. Acude a la cabecera de los moribundos para arrebatar la muerte al nazi, susurrando al moribundo que “todos nosotros, que íbamos a morir, habíamos escogido la fraternidad de esta muerte por amor a la libertad”.
 Este gesto fraterno , supremo, lo encontramos en el relato de la muerte en sus brazos de su maestro Maurice Halbwachs, el autor de extraordinarias investigaciones sobre la memoria, y en la agonía del bravo Diego Morales, un joven combatiente republicano que había pasado por Auschwitz. En uno y otro caso echa mano de la poesía, de Beaudelaire o de César Vallejo,  para acompañar al moribundo Al fin la batalla/y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre/y le dijo: “¡no mueras, te amo tanto!”/pero el cadáver, ay, siguió muriendo...”. César Vallejo.
4. Ese apunte por la vida, por la libertad no era sólo asunto intrapersonal sino también político, por eso en su testamento espiritual, el texto leído en su última visita a Büchenwald, invita a esta Europa, a punto de zozobrar, que vuelva al lugar en el que nació, que sea fiel a sus raíces, el Lager.
Sobre Europa se ha pensado y escrito  mucho. También lo ha hecho la filosofía.  Kant, por ejemplo, propuso la utopía de una federación de pueblos. Pero no ha sido la utopía sino la memoria de los desastres pasados lo que ha desencadenado el proceso de unión europea.  Por eso nos insta Semprún a visitar Büchenwald "para meditar sobre el origen de Europa y sus valores".
            Es un aviso que se agradece. Si Europa zozobra no es sólo por el despilfarro que se supone a los Südländer, a la gente del sur, sino porque afloran los viejos demonios, los nacionalismos, como se encargaba de recordar el excanciller alemán Helmut Schmidt. La querencia a los intereses nacionales sólo se neutraliza desde la memoria de la barbarie que simbolizan los KZ, los campos de concentración y de exterminio.
            5. El peligro de la filosofía es sustraer los conceptos a sus significaciones históricas, jugando con ellos como si tuvieran un origen virginal. En ese error no cae Semprún. Llama "cabronazo" a Wittgenstein por quitar a la muerte ese momento de libertad sin el que la fraternidad del morir sería imposible;  denuncia  la impostura de ese Heidegger, filósofo,  para quien "el mundo espiritual de un pueblo" nada tiene que ver con cultura, valores o conocimientos, sino "con las fuerzas primarias de la raza y de la tierra"; abraza cálidamente a Patoska y saluda la vocación europeísta de Husserl. Semprún  lee la filosofía desde la experiencia de Büchenwald.
            Decía Thomas Mann que había que evitar leer cualquier libro editado con autorización de la censura nazi. Puede ser una exageración, pero tiene su aquel.  La vida en efecto discurre entre blancos y negros, con muchos grises. Pero el sufrimiento de la humanidad está pintado, como diría Primo Levi, en tecnicolor, para concentrar la mirada. Semprún no rehuyó ese colorido. Le combatió, cuando pudo, y luego, como escritor, siempre le tuvo presente, fiel al dictum adorniano de que "dejar hablar al sufrimiento es la condición de toda verdad". Por eso Jorge Semprún es tan grande y por eso le rendimos homenaje.
Reyes Mate
20 diciembre del 2011