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lunes, 6 de mayo de 2013

Héctor Orestes Aguilar, Ese olvidado nazi mexicano de nombre José Vasconcelos. Artículo que me facilitó Priscila Pilatowsky y que se publicó en Istor: revista de historia internacional, Año 8, Nº. 30, 2007, págs.148-157




El germanófilo es realmente un anglófobo. Ignora con perfección a Alemania, pero no se resigna al entusiasmo por un país que combate a Inglaterra [...] La ignorancia plena de lo germánico no agota, sin embargo, la definición de nuestros germanófilos [...] Es, asimismo, antisemita [...] inicia o esboza el pa­negírico de Hitler: varón providencial cuyos infatigables discursos predican la extinción de todos los charlatanes y demagogos [...] idolatra a Hitler, no a pesar de las bombas cenitales y de las invasiones fulmíneas, de las ametralla­doras, de las delaciones y de los perjurios, sino a causa de esas costumbres y de esos instrumentos. Le alegra lo malvado, lo atroz [...] El hitlerista, siempre, es un rencoroso, un adorador secreto, y a veces público, de la “viveza” forajida y de la crueldad [...] No es imposible que Adolf Hitler tenga alguna justifica­ción: sé que los germanófilos no la tienen.

Jorge Luis Borges, “Definición de germanófilo”, revista El Hogar, 13 de diciembre de 1940.

El sábado 18 de octubre de 1941 los lectores del periódico mexicano El popular se amanecieron con un encabezado a ocho columnas que los aguardaba, furtivo y perturbador, en la segunda sección del diario: “El Partido Nazi en nuestro país”. Tal era el título de una extensa nota acerca del discurso que Vicente Lombardo Toledano, Presidente de la Confederación de Trabajadores de América Latina, había pronunciado el día anterior en la Arena México. La redacción de El popular resaltaba las “proporciones colosales de la conspiración fascista en México” y prometía a quienes cursaran el nutrido reportaje una “lista completa con nombres, direcciones y actividades de los miembros del partido hitlerista alemán en toda la República”.
La leyenda de una red de organizaciones nacionalsocialistas en el México de la Segunda Guerra Mundial, largamente explotada por medios sensacionalistas y conocida popularmente como la “Quinta Columna”, quedó así desmontada para cobrar una realidad imprevisible. Aunque el discurso de Lombardo y su ver­sión periodística en El popular hacían referencia a todos los vínculos posibles es­tablecidos por los nazis en nuestro país, incluyendo lo mismo a grupos sinarquistas que a organismos “cristianos”, a ciudadanos de los países ocupados por Alemania y a los fascistas españoles, italianos, franceses y japoneses, con el correr de los años ha podido documentarse que los ciudadanos alemanes en México identificables plenamente como nacionalsocialistas pasaron de ser tan sólo siete en 1930 a constituir, a finales de 1939, una estimable comunidad de 366 miembros de distintas organizaciones esparcidas por toda la república y en diversos ámbitos sociales.[1] En ciudades como el D.F., Monterrey y Puebla; en puertos como Tampico, Veracruz, Mazatlán, La Paz, Guaymas, Acapulco, Manzanillo, Puerto Ángel y Salina Cruz; y en fronteras como Nogales, Juárez, Piedras Negras y Matamoros, esos conjurados habrían desplegado movimientos clandestinos de todo orden, es­pecialmente acciones de proselitismo y propaganda.
Aunque la lista negra de Lombardo y El popular fue la más exhaustiva que se conoció de manera pública y masiva en tiempos de guerra, omitía uno de los episodios axiales de la difusión del nacionalsocialismo en nuestro país: la publicación de la revista Timón, dirigida por José Vasconcelos en 1940. Desde entonces, ya sea como omisión involuntaria en las biografías del escritor mexi­cano o como calculado paréntesis en las historias de las ideas nacionales, el extraño momento en que un heterogéneo grupo de escritores, políticos, perio­distas, traductores y admiradores de Hitler se reúne para dar a luz al mayor medio propagandístico favorable al III Reich en América Latina, ignorando en buena medida la realidad de Alemania y de los alemanes de la época, parece haber quedado borrado de toda memoria literaria y registro histórico.

CRIMEN DE UN ENSAYO

A mediados de los años 1960, el crítico e investigador estadounidense de origen judío Itzhak Bar-Lewaw Mulstock dio a la Editora Intercontinental los originales de un ensayo escrito directamente en castellano que terminaría de imprimirse el 30 de septiembre de 1965 y que comenzó a circular hasta 1966: José Vasconcelos, vida y obra. Bar-Lewaw tenía una extensa carrera pero distaba mucho de ser un experto en historia mexicana. Sin embargo, contaba con el prestigio de ser doctor en Filosofía y Letras, profesor en las cátedras de litera­tura iberoamericana en las Universidades de Kansas, Florida y Chile, y de filología española en la Universidad Central del Ecuador, experto en las obras de José Martí, Julián del Casal, José Asunción Silva, Alfonso Reyes y César Vallejo, además de asiduo conferencista en universidades y centros culturales de casi todos los países de América.
Aquel libro, que abre con un conceptuoso prólogo de Salvador Azuela, es una semblanza didáctica y ligera muy distinta a las monografías, memorias y disertaciones de otros expertos en el autor del Ulises Criollo. Bar-Lewaw conta­ba en su haber, además, con un estudio más académico titulado Introducción Crítico-Biográfica a José Vasconcelos, aparecido un poco antes en Madrid. Inofen­sivos, aquiescentes y por momentos muy elogiosos, ambos volúmenes dan cuenta de la criminal ingenuidad política de su autor e ignoraban por completo el pasaje nacionalsocialista en la carrera pública de su biografiado. Resulta curioso -pero acaso inevitable- que haya sido un bonachón y devoto crítico literario judío, quien sostuvo frecuentes pláticas con Vasconcelos durante los dos últimos años de su vida sin enterarse de estar hablando con un viejo hagiógrafo de Hitler, el que revelara los detalles de un caso sepultado en archivo muerto con el aparente beneplácito y complicidad de toda la sociedad literaria mexicana. Sólo diez años después de la muerte de Vasconcelos, acaecida el 30 de junio de 1959, Bar-Lewaw parece haber encontrado, en circunstancias que no han sido aclaradas aún, con la pista que le condujo hasta la evidencia irreba­tible: los ejemplares de la “Revista Continental” Timón.
Este fue el más radical de los experimentos publicitarios de José Vasconcelos. Si ya durante su gestión como Secretario de Educación Pública había editado un sinfín de libros en tirajes de millones de ejemplares, Vasconcelos inició también la publicación de revistas como El libro y el pueblo y El Maestro (1921-1923), primer gran órgano de la cultura oficial que alcanzó a tirar 75 mil ejemplares por número y planeada como una revista miscelánea de esparcimiento y fácil lectura. Un poco más tarde, en 1924, fundaría su primera revista política como escaparate para su oposición personal al régimen, La Antorcha, efímera publicación en la que se hicieron patentes de manera más cruda las discrepancias entre el autor de La raza cósmica y el gobierno nacional. Todas estas tareas editoriales daban cuenta ya de una forma de concebir la producción de libros y publicaciones periódicas como si se tratara de la difusión masiva de “lecturas”, obras que fueron distribuidas como “catecismos”, concentrados acervos didácticos o instrumentos de una campaña propagandís­tica que tenía como pretensión reformar o, de ser posible, transformar la conciencia pública de un país.
Puede suponerse que, hacia finales de los 1960, Bar-Lewaw debe de haber encontrado -acaso en alguna hemeroteca o fondo reservado canadiense, pues para entonces daba clases en la Universidad de York, en Toronto- algunos números de Timón. La humillación, la vergüenza y el rencor que su hallazgo sin duda le produjeron lo llevaron a concebir un volumen editado en condi­ciones sumamente precarias, hoy inasequible, fetiche de unas cuantas bibliotecas privadas y señalado como si fuese un libro maldito: La revista “Timón” y José Vasconcelos.

EL FUEGO PURIFICADOR

Sea “misántropo” el nombre más dulce para mí y los rasgos de mi carácter el mal humor, la aspereza, la grosería, la ira y la carencia de humanidad. Si alguna vez veo a alguien que se abrasa en el fuego y me suplica que le salve, apagaré sus llamas con pez y aceite; y si el río, desbordado por la tempestad, arrambla con algún hombre y éste me tiende sus manos y suplica que le saque de allí, le empujaré y hundiré su cabeza bajo las aguas, de modo que no pueda flotar ya más. Así recibirán su merecido. Ha pro­puesto esta ley Timón, hijo de Equecrátides, del demo de Colito, y el mismo Timón la ha presentado a la aprobación de la asamblea. Bien. Aceptemos dicha ley y ciñámonos a ella con firmeza.

Luciano de Samosata, “Timón o el misántropo”

Lo que Itzhak Bar-Lewaw encontró se apartaba diametralmente de los perió­dicos, pasquines, gacetillas, boletines, cables noticiosos y hojas volantes que tradicionalmente constituyeron el arsenal propagandístico de la derecha mexicana y, para los 1940, de las agencias noticiosas de los países que tomaban parte en la Segunda Guerra. Timón, era evidente, estaba destinada a circular en un en­torno de lectores lo más amplio posible. En perspectiva, puede afirmarse que su proyectado nicho de mercado era el mismo que el de los magazines de moda y las revistas deportivas. Su presentación era muy semejante a las de las publicacio­nes semanales en boga por esos años en Estados Unidos: formato tabloide, por­tada a colores, 48 páginas impresas en offset que utilizaban al menos tres familias tipográficas diferentes y ocho planas enteras de publicidad; en cuanto a la distribución de contenidos, se favorecía la fluidez de la lectura con un orden basado en el equilibrio entre la longitud y la densidad de los materiales escritos: un editorial, seis secciones fijas, diez articulistas invitados en promedio, una serie de “cartones de la guerra”, caricaturas políticas, columnas irregulares de moda, deportes, salud, consejos para la vida familiar, un apartado literario y una miscelánea variable sobre cine, religión, ciencia, ópera, filatelia, toros, escultu­ra y pintura. Ya que los periódicos de la época costaban en promedio 3 centavos, podemos decir que Timón, por contenido, precio (50 centavos) y periodicidad (semanal), cabalmente era un lujo destinado para la alta clase media.
El académico estadounidense quedó pasmado cuando reparó en que el director de esa “Revista Continental”, como rezaba el subtítulo colocado en el frontispicio de la página editorial, era José Vasconcelos. El nombre de la publi­cación era extraño para una revista de ese perfil, toda vez que sus congéneres portaban títulos más explícitos, combativos o mesiánicos, como los periódicos de derecha Omega, La Reacción y El Hombre Libre, o los boletines Noticias de guerra y Diario de la guerra. La palabra “timón” podía asociarse lo mismo a la conducción, al dominio, al liderazgo o al líder, que al puesto de mando en un navio. El editorial anónimo del primer número intentaba dar cuenta de ello:

En las marejadas y torbellinos del momento actual, más que época alguna, hace fal­ta, a la nave de los destinos colectivos, un timón que la dirija en la marcha. Pero el ma­nejo del timón supone conocimiento de la ruta, firmeza de puño y audacia de la voluntad. No basta jamás con el impulso. Ningún pueblo se salva, si la inteligencia no le ha aclarado sus ímpetus. Donde gobierna el instinto, la barbarie perdura y la na­ción se convierte en paria [...] En todas las épocas el pueblo que se impone, es elque cuenta con una doctrina superior de vida [...] Lo importante para nosotros, de la si­tuación internacional, es que se están debilitando las potencias bajo cuya hegemonía padecemos desde hace siglo y medio. Ni Inglaterra volverá a lo que fue; ni Francia tornará a ser el feudo de Frentes Populares y Estrellas con más o menos puntas de Oriente o de Occidente; ni los Estados Unidos van a escapar del cambio universal [...] Por el momento nuestro interés reside en el debilitamiento de la hegemonía an­glosajona en el Planeta. Nuestra exigencia de pueblos en formación es que se derrum­ben todas las barreras que han estorbado nuestro progreso [...] Detrás de nuestras fracasos se ha alzado sonriente el poinsetismo, más poderoso cada día. Por eso mismo nues­tro esfuerzo combativo ya no se limitará al presente y a la situación local, sino que buscará más bien la raíz de nuestros males para prender en ella el fuego purificador.[2]

Aturdido y despistado, Bar-Lewaw reconoció sin embargo algunos giros y formulaciones, elementos que bien pueden ser descritos como pivotes dis­cursivos muy emblemáticos de la retórica vasconcelista. La oposición entre in­teligencia y barbarie y expresiones como “hegemonía planetaria anglosajona”, “poinsetismo” y sobre todo “fuego purificador” eran comunes y típicas de los escritos de madurez de Vasconcelos, veterano misántropo que, a juzgar por sus es­critos y tal como lo pide Luciano de Samosata, encaminándose al final de su vida pública quiso distinguirse por su aspereza, iracundia y hostilidad.

Una nómina de la diferencia

El primer número de Timón comenzó a circular el 22 de febrero de 1940 para desaparecer 16 entregas más tarde, censurada por el gobierno mexicano. A sa­biendas de ello, Bar-Lewaw se dio a la tarea de localizar la colección completa de la revista, a determinar las condiciones de su corta existencia y a compilar una selección de escritos e ilustraciones contenidos en esa serie para dar forma a un libro que le sirviera, simultáneamente, para reparar su descomunal negli­gencia y para delatar la gravedad de un episodio sobre el que se había echado suficiente tierra con la intención de no volver a exhumarlo nunca.
La revista “Timón” y José Vasconcelos fue editado, en edición rústica de mil ejemplares, por la Casa Edimex, editorial de la que no existen mayores refe­rencias en la actualidad y de la que no circula más ningún título. Terminado de imprimir en agosto de 1971, el libro está encuadernado en un paupérrimo cartoncillo azulado y fehacientemente transmite la sensación de ser una obra surgida en la clandestinidad y en circunstancias editoriales muy adversas. Divide su índice en artículos firmados por José Vasconcelos, los editoriales escritos por éste que se publicaron de manera anónima, artículos antialiados, antisemitas y los diversos textos que de forma manifiesta eran pronazis.
A través de aquel material, sobre todo en los artículos con referencia a sucesos de guerra; en las crónicas y despachos bélicos; en los ensayos y artículos de fondo que intentan analizar el desarrollo de las acciones militares en Europa, se hace patente un cuerpo de discursos que tuvo como meta, ante la opinión pública de este país, conferir aceptabilidad al programa político y a la ideología que propugnaban el triunfo de la Alemania nazi como resultado inexorable de la Segunda Guerra Mundial. Triunfo que significaría, sobre cualquier otro factor, la única opción de México para librarse del tradicional dominio económico y político de Estados Unidos.
Es imprescindible subrayarlo: a diferencia de otras publicaciones profascis­tas elaboradas como meros panfletos o como almanaques propagandísticos di­rigidos a los grupos militares (con mucha presencia aún en el México de 1940), Timón fue concebida como una revista semanal de cultura política disfrazada bajo la fórmula de refinada publicación familiar, un espacio impreso dedicado al público de clase media donde coincidieron periodistas y escritores antiimpe­rialistas, germanófilos, antisemitas, hispanistas y anticomunistas. La nómina de colaboradores del semanario incluyó a antiguos militantes de la campaña presi­dencial vasconcelista como Andrés Henestrosa; al hispanista Alfonso Junco, au­tor de una biografía de Agustín de Iturbide, creador de semblanzas y fisiono­mías literarias; al refugiado republicano español Benjamín Jarnés, quien tradujo por entregas para Timón la novela La puerta estrecha, de André Gide; al cronista de temas literarios hispánicos Eduardo de Ontañón, biógrafo de Fray Servando Teresa de Mier; a Rafael Aguayo Spencer, estudioso de las obras de Lucas Alamán y Vasco de Quiroga; al bibliotecario y “bibliófago” David Niño Arce, responsable de una bibliografía ineludible del propio Vasconcelos; a José Calero, uno de los pocos colaboradores de la revista que estudiaron en Colegio Alemán, quien desistiría de su pronazismo y se convirtió en filántropo en Polonia; al poeta, soldado, duelista, exiliado político y anticuario Adolfo León Osorio; y, en fin, a personalidades variopintas como el Dr. Atl, María Elena Sodi de Palla­res, Teodoro Schumacher y Francis de Miomandre, más una extensa lista de nombres que hoy poco o nada nos dicen. Entre los periodistas de mayor pre­sencia en la prensa de derecha estuvieron Carlos Roel, Antonio López Estra­da, Antonio Islas Bravo y Pedro Zuloaga. Un grupo de solitarios, empecina­dos, intolerantes y excéntricos. Una constelación de partidarios de todas las causas, y por lo tanto de ninguna, que encontraron en Timón un escaparate inmejorable para expresar su diferencia.

LA IMPENETRABLE TELA DE ARAÑA
Hitler, aunque dispone de un poder absoluto, se halla a mil leguas del cesarismo. La fuerza no le viene a Hitler del cuartel, sino del libro que le inspiró su cacumen. El poder no se lo debe Hitler a las tropas, ni a los bata­llones, sino a sus propios discursos que le ganaron el poder en democrática competencia con todos los demás jefes y aspirantes a jefes que desarrolló la Alemania de la Post-Guerra. Hitler representa, en suma, una idea, la idea alemana, tantas veces humillada antaño por el militarismo de los franceses y por la perfidia de los ingleses.

José Vasconcelos, “La inteligencia se impone”, Timón, núm. 16, junio 8, 1940

¿De dónde provenían los recursos para financiar los costos de una publicación de esas magnitudes, con un grupo de colaboradores tan amplio y con un pretendido alcance continental? Los precios de las suscripciones, de las inser­ciones publicitarias y de los anuncios a color eran caros para la época, sin duda. Un abono por seis meses costaba 12 pesos; un octavo de plana, 50; una página en color a dos tintas 500 y una a cuatro tintas, 800. Los ejemplares atrasados costaban un peso. Aunque hubieran dedicado las tres cuartas partes de la revista a la publicidad, los ingresos obtenidos no hubieran bastado para pagar al personal administrativo, las oficinas, el papel, la impresión y al grupo de colaboradores asiduos, sin descontar los salarios que el propio Vasconcelos y sugerente, el cubano César Calvo, devengaban respectivamente por la dirección editorial y la coordinación administrativa de su publicación.
Salvo haber constatado que diversos empresarios y comerciantes alemanes identificados como notorios militantes nacionalsocialistas en la capital, como Alfred Auer (domiciliado en la colonia Roma y concesionario de la firma Blaupunkt), subsidiaban al semanario con la compra de espacios publicitarios, Bar-Lewaw no pudo encontrar pruebas tajantes de que José Vasconcelos fuera agente pagado por los nazis. Sin embargo, no le quedó ninguna duda de que el escritor y su revista eran instrumentos de la maquinaria de propaganda del III Reich en México.
El académico no pudo penetrar la entreverada tela de araña que envolvía su caso de estudio por una sola razón: no tuvo acceso al expediente que establece el vínculo irrefutable entre Vasconcelos, Timón y los fondos que la Embajada Alemana destinaba a la guerra de propaganda contra los países aliados. El hoy célebre informe confidencial “El nazismo en México”, que obra en el Archivo General de la Nación,[3] da cuenta de que el aparato de propaganda nacionalso­cialista había desplegado acciones directas en varios frentes. En el apartado dedi­cado a la “Propaganda destinada a Mexicanos”, inciso ‘Publicaciones Propias’, los apresurados y titubeantes redactores hacían constar que

Sabemos de tres ensayos de publicaciones publicadas por cuenta de la Legación Ale­mana o del servicio secreto nazi: la primera fue una vulgarísima hoja antisemítica llamada “Defensa” [...] La segunda publicación es una edición en español del Perió­dico Alemán de México, que comenzó a aparecer al comienzo de la guerra actual. [...] La tercera y a la vez más hábil publicación de esta naturaleza es la nueva revista “Timón” cuyo director es José Vasconcelos y cuyo “gerente” (pero extra-oficialmente en funciones de director) es el cubano César Calvo. El periódico dedica el 80% de su espacio a propagar las tesis alemanas. En el número antepasado se publican fotogra­fías de un fraternal téte-á-téte entre Vasconcelos y Dietrich.[4] La presentación de la revista es excelente, y después de “Hoy” es la más costosa de México. Todavía no tiene circulación ni anuncios que valgan la pena, por lo que es casi totalmente costeada por la Legación Alemana. César Calvo ha dicho públicamente que la revista “Timón” tiene todo el dinero que necesita para mucho tiempo. El compañero Rubio ha sabido que la Legación Alemana se ha comprometido a pagar el costo de la revista durante seis meses, para encarrilarla.

Ese ilusorio encarrilamiento se detendría pronto. Tres días después de la entrada de la Wehrmacht en París, el 15 de junio de 1940, Calvo fue arrestado y Timón confiscada para siempre por la Secretaría de Gobernación. A excep­ción de Itzhak Bar-Lewaw, nadie ha vuelto a explorar con rigor las páginas incendiarias y perturbadoras de esa revista. Hay que regresar a ellas con la convicción de que guardan el secreto de la enigmática conversión transitoria al nacionalsocialismo de ese gran escritor que fue José Vasconcelos.



[1] Cfr. Jürgen Müllcr, “El NSDAP en México: historia y percepciones, 1931-1940”. En la página web del Centro de Estudios Interdisciplinarios de América Lacina y El Caribe, www.tau.ac.il/eialA I_2/muller.htm
[2] “Timón se define”, en la revista Timón, volumen I, número 1, 22 de febrero de 1940, p. 5.
[3] “El nazismo en México”, expediente 704.1/174-1, reporte de los inspectores PS-10 y PS-24 con fecha del 23 de mayo de 1940. Grupo documental: Archivo Administrativo Lázaro Cárdenas. AGN.

[4] Hace referencia al número 12 de Timón, del 11 de mayo de 1940, p. 2. “Dietrich” es Arthur Dietrich, antiguo Ortsgruppenleiter del Partido Nacional .Socialista Obrero Alemán en México, agregado de prensa de la Embajada Alemana y el agente más importante en todo lo concerniente a propaganda, espionaje y sabo­taje en el país (nota de Héctor Orestes Aguilar).

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