El germanófilo es
realmente un anglófobo. Ignora con perfección a Alemania, pero no se resigna al
entusiasmo por un país que combate a Inglaterra [...] La ignorancia plena de lo
germánico no agota, sin embargo, la definición de nuestros germanófilos [...]
Es, asimismo, antisemita [...] inicia o esboza el panegírico de Hitler: varón providencial
cuyos infatigables discursos predican la extinción de todos los charlatanes y
demagogos [...] idolatra a Hitler, no a pesar de las bombas cenitales y de las
invasiones fulmíneas, de las ametralladoras, de las delaciones y de los
perjurios, sino a causa de esas costumbres y de esos instrumentos. Le alegra lo
malvado, lo atroz [...] El hitlerista, siempre, es un rencoroso, un adorador
secreto, y a veces público, de la “viveza” forajida y de la crueldad [...] No
es imposible que Adolf Hitler tenga alguna justificación: sé que los
germanófilos no la tienen.
Jorge Luis Borges,
“Definición de germanófilo”, revista El
Hogar, 13 de diciembre de 1940.
El sábado 18 de octubre de 1941 los lectores del periódico mexicano El popular se amanecieron con un encabezado a ocho columnas que los aguardaba,
furtivo y perturbador, en la segunda sección del diario: “El Partido Nazi en
nuestro país”. Tal era el título de una extensa nota acerca del discurso que
Vicente Lombardo Toledano, Presidente de la Confederación de Trabajadores de
América Latina, había pronunciado el día anterior en la Arena México. La
redacción de El popular resaltaba las “proporciones colosales de la
conspiración fascista en México” y prometía a quienes cursaran el nutrido
reportaje una “lista completa con nombres, direcciones y actividades de los
miembros del partido hitlerista alemán en toda la República”.
La leyenda de una red
de organizaciones nacionalsocialistas en el México de la Segunda Guerra
Mundial, largamente explotada por medios sensacionalistas y conocida
popularmente como la “Quinta Columna”, quedó así desmontada para cobrar una
realidad imprevisible. Aunque el discurso de Lombardo y su versión
periodística en El popular hacían referencia a
todos los vínculos posibles establecidos por los nazis en nuestro país,
incluyendo lo mismo a grupos sinarquistas que a organismos “cristianos”, a
ciudadanos de los países ocupados por Alemania y a los fascistas españoles,
italianos, franceses y japoneses, con el correr de los años ha podido documentarse
que los ciudadanos alemanes en México identificables plenamente como
nacionalsocialistas pasaron de ser tan sólo siete en 1930 a constituir, a
finales de 1939, una estimable comunidad de 366 miembros de distintas
organizaciones esparcidas por toda la república y en diversos ámbitos sociales.[1] En ciudades como el D.F.,
Monterrey y Puebla; en puertos como Tampico, Veracruz, Mazatlán, La Paz,
Guaymas, Acapulco, Manzanillo, Puerto Ángel y Salina Cruz; y en fronteras como
Nogales, Juárez, Piedras Negras y Matamoros, esos conjurados habrían desplegado
movimientos clandestinos de todo orden, especialmente acciones de proselitismo
y propaganda.
Aunque la lista negra
de Lombardo y El popular fue la más exhaustiva que se conoció de manera
pública y masiva en tiempos de guerra, omitía uno de los episodios axiales de
la difusión del nacionalsocialismo en nuestro país: la publicación de la
revista Timón, dirigida por José Vasconcelos en 1940. Desde entonces, ya sea como
omisión involuntaria en las biografías del escritor mexicano o como calculado
paréntesis en las historias de las ideas nacionales, el extraño momento en que
un heterogéneo grupo de escritores, políticos, periodistas, traductores y
admiradores de Hitler se reúne para dar a luz al mayor medio propagandístico
favorable al III Reich en América Latina, ignorando en buena medida la realidad
de Alemania y de los alemanes de la época, parece haber quedado borrado de toda
memoria literaria y registro histórico.
CRIMEN DE UN ENSAYO
A mediados de los años 1960, el crítico e investigador estadounidense
de origen judío Itzhak Bar-Lewaw Mulstock dio a la Editora Intercontinental los
originales de un ensayo escrito directamente en castellano que terminaría de
imprimirse el 30 de septiembre de 1965 y que comenzó a circular hasta 1966: José
Vasconcelos, vida y obra. Bar-Lewaw tenía una extensa carrera pero distaba
mucho de ser un experto en historia mexicana. Sin embargo, contaba con el
prestigio de ser doctor en Filosofía y Letras, profesor en las cátedras de
literatura iberoamericana en las Universidades de Kansas, Florida y Chile, y
de filología española en la Universidad Central del Ecuador, experto en las
obras de José Martí, Julián del Casal, José Asunción Silva, Alfonso Reyes y
César Vallejo, además de asiduo conferencista en universidades y centros
culturales de casi todos los países de América.
Aquel libro, que abre
con un conceptuoso prólogo de Salvador Azuela, es una semblanza didáctica y
ligera muy distinta a las monografías, memorias y disertaciones de otros
expertos en el autor del Ulises Criollo. Bar-Lewaw contaba en
su haber, además, con un estudio más académico titulado Introducción
Crítico-Biográfica a José Vasconcelos, aparecido un poco
antes en Madrid. Inofensivos, aquiescentes y por momentos muy elogiosos, ambos
volúmenes dan cuenta de la criminal ingenuidad política de su autor e ignoraban
por completo el pasaje nacionalsocialista en la carrera pública de su
biografiado. Resulta curioso -pero acaso inevitable- que haya sido un bonachón
y devoto crítico literario judío, quien sostuvo frecuentes pláticas con
Vasconcelos durante los dos últimos años de su vida sin enterarse de estar
hablando con un viejo hagiógrafo de Hitler, el que revelara los detalles de un
caso sepultado en archivo muerto con el aparente beneplácito y complicidad de
toda la sociedad literaria mexicana. Sólo diez años después de la muerte de
Vasconcelos, acaecida el 30 de junio de 1959, Bar-Lewaw parece haber encontrado,
en circunstancias que no han sido aclaradas aún, con la pista que le condujo
hasta la evidencia irrebatible: los ejemplares de la “Revista Continental” Timón.
Este fue el más radical
de los experimentos publicitarios de José Vasconcelos. Si ya durante su gestión
como Secretario de Educación Pública había editado un sinfín de libros en
tirajes de millones de ejemplares, Vasconcelos inició también la publicación de
revistas como El libro y el pueblo y El Maestro
(1921-1923), primer gran órgano de la cultura oficial que alcanzó a tirar 75
mil ejemplares por número y planeada como una revista miscelánea de esparcimiento
y fácil lectura. Un poco más tarde, en 1924, fundaría su primera revista
política como escaparate para su oposición personal al régimen, La Antorcha, efímera
publicación en la que se hicieron patentes de manera más cruda las
discrepancias entre el autor de La raza cósmica y el
gobierno nacional. Todas estas tareas editoriales daban cuenta ya de una forma
de concebir la producción de libros y publicaciones periódicas como si se
tratara de la difusión masiva de “lecturas”, obras que fueron distribuidas como
“catecismos”, concentrados acervos didácticos o instrumentos de una campaña
propagandística que tenía como pretensión reformar o, de ser posible, transformar
la conciencia pública de un país.
Puede suponerse que,
hacia finales de los 1960, Bar-Lewaw debe de haber encontrado -acaso en alguna
hemeroteca o fondo reservado canadiense, pues para entonces daba clases en la
Universidad de York, en Toronto- algunos números de Timón. La
humillación, la vergüenza y el rencor que su hallazgo sin duda le produjeron lo
llevaron a concebir un volumen editado en condiciones sumamente precarias, hoy
inasequible, fetiche de unas cuantas bibliotecas privadas y señalado como si
fuese un libro maldito: La revista “Timón” y José Vasconcelos.
EL FUEGO PURIFICADOR
Sea “misántropo” el
nombre más dulce para mí y los rasgos de mi carácter el mal humor, la aspereza,
la grosería, la ira y la carencia de humanidad. Si alguna vez veo a alguien que
se abrasa en el fuego y me suplica que le salve, apagaré sus llamas con pez y
aceite; y si el río, desbordado por la tempestad, arrambla con algún hombre y
éste me tiende sus manos y suplica que le saque de allí, le empujaré y hundiré
su cabeza bajo las aguas, de modo que no pueda flotar ya más. Así recibirán su
merecido. Ha propuesto esta ley Timón, hijo de Equecrátides, del demo de
Colito, y el mismo Timón la ha presentado a la aprobación de la asamblea. Bien.
Aceptemos dicha ley y ciñámonos a ella con firmeza.
Luciano de Samosata,
“Timón o el misántropo”
Lo que Itzhak Bar-Lewaw encontró se apartaba diametralmente de los
periódicos, pasquines, gacetillas, boletines, cables noticiosos y hojas
volantes que tradicionalmente constituyeron el arsenal propagandístico de la
derecha mexicana y, para los 1940, de las agencias noticiosas de los países que
tomaban parte en la Segunda Guerra. Timón, era
evidente, estaba destinada a circular en un entorno de lectores lo más amplio
posible. En perspectiva, puede afirmarse que su proyectado nicho de mercado era
el mismo que el de los magazines de moda y las revistas deportivas. Su
presentación era muy semejante a las de las publicaciones semanales en boga
por esos años en Estados Unidos: formato tabloide, portada a colores, 48
páginas impresas en offset que utilizaban al menos tres familias tipográficas
diferentes y ocho planas enteras de publicidad; en cuanto a la distribución de contenidos,
se favorecía la fluidez de la lectura con un orden basado en el equilibrio
entre la longitud y la densidad de los materiales escritos: un editorial, seis
secciones fijas, diez articulistas invitados en promedio, una serie de
“cartones de la guerra”, caricaturas políticas, columnas irregulares de moda,
deportes, salud, consejos para la vida familiar, un apartado literario y una
miscelánea variable sobre cine, religión, ciencia, ópera, filatelia, toros,
escultura y pintura. Ya que los periódicos de la época costaban en promedio 3
centavos, podemos decir que Timón, por contenido, precio
(50 centavos) y periodicidad (semanal), cabalmente era un lujo destinado para
la alta clase media.
El académico
estadounidense quedó pasmado cuando reparó en que el director de esa “Revista
Continental”, como rezaba el subtítulo colocado en el frontispicio de la página
editorial, era José Vasconcelos. El nombre de la publicación era extraño para
una revista de ese perfil, toda vez que sus congéneres portaban títulos más
explícitos, combativos o mesiánicos, como los periódicos de derecha Omega, La
Reacción y El Hombre Libre, o los boletines Noticias de guerra y Diario de
la guerra. La palabra “timón” podía asociarse lo mismo a la conducción, al
dominio, al liderazgo o al líder, que al puesto de mando en un navio. El
editorial anónimo del primer número intentaba dar cuenta de ello:
En las marejadas y torbellinos
del momento actual, más que época alguna, hace falta, a la nave de los
destinos colectivos, un timón que la dirija en la marcha. Pero el manejo del
timón supone conocimiento de la ruta, firmeza de puño y audacia de
la voluntad. No basta jamás con el impulso. Ningún pueblo se salva, si la
inteligencia no le ha aclarado sus ímpetus. Donde gobierna el instinto, la
barbarie perdura y la nación se convierte en paria [...] En todas las épocas el pueblo
que se impone, es elque cuenta con una doctrina superior de vida [...] Lo
importante para nosotros, de la situación internacional, es que se están
debilitando las potencias bajo cuya hegemonía padecemos desde hace siglo y
medio. Ni Inglaterra volverá a lo que fue; ni Francia tornará a ser el feudo de
Frentes Populares y Estrellas con más o menos puntas de Oriente o de Occidente;
ni los Estados Unidos van a escapar del cambio universal [...] Por el momento
nuestro interés reside en el debilitamiento de la hegemonía anglosajona en el
Planeta. Nuestra exigencia de pueblos en formación es que se derrumben todas
las barreras que han estorbado nuestro progreso [...] Detrás de nuestras
fracasos se ha alzado sonriente el poinsetismo, más poderoso cada día. Por eso
mismo nuestro esfuerzo combativo ya no se limitará al presente y a la
situación local, sino que buscará más bien la raíz de nuestros males para
prender en ella el fuego purificador.[2]
Aturdido y despistado, Bar-Lewaw reconoció sin embargo algunos giros y
formulaciones, elementos que bien pueden ser descritos como pivotes discursivos
muy emblemáticos de la retórica vasconcelista. La oposición entre inteligencia
y barbarie y expresiones como “hegemonía planetaria anglosajona”, “poinsetismo”
y sobre todo “fuego purificador” eran comunes y típicas de los escritos de
madurez de Vasconcelos, veterano misántropo que, a juzgar por sus escritos y
tal como lo pide Luciano de Samosata, encaminándose al final de su vida pública
quiso distinguirse por su aspereza, iracundia y hostilidad.
Una nómina de la diferencia
El primer número de Timón comenzó a circular el
22 de febrero de 1940 para desaparecer 16 entregas más tarde, censurada por el
gobierno mexicano. A sabiendas de ello, Bar-Lewaw se dio a la tarea de
localizar la colección completa de la revista, a determinar las condiciones de
su corta existencia y a compilar una selección de escritos e ilustraciones
contenidos en esa serie para dar forma a un libro que le sirviera,
simultáneamente, para reparar su descomunal negligencia y para delatar la
gravedad de un episodio sobre el que se había echado suficiente tierra con la
intención de no volver a exhumarlo nunca.
La revista “Timón” y
José Vasconcelos fue editado, en edición rústica de mil
ejemplares, por la Casa Edimex, editorial de la que no existen mayores referencias
en la actualidad y de la que no circula más ningún título. Terminado de
imprimir en agosto de 1971, el libro está encuadernado en un paupérrimo
cartoncillo azulado y fehacientemente transmite la sensación de ser una obra
surgida en la clandestinidad y en circunstancias editoriales muy adversas.
Divide su índice en artículos firmados por José Vasconcelos, los editoriales
escritos por éste que se publicaron de manera anónima, artículos antialiados,
antisemitas y los diversos textos que de forma manifiesta eran pronazis.
A través de aquel
material, sobre todo en los artículos con referencia a sucesos de guerra; en
las crónicas y despachos bélicos; en los ensayos y artículos de fondo que
intentan analizar el desarrollo de las acciones militares en Europa, se hace
patente un cuerpo de discursos que tuvo como meta, ante la opinión pública de
este país, conferir aceptabilidad al programa político y a la ideología que
propugnaban el triunfo de la Alemania nazi como resultado inexorable de la
Segunda Guerra Mundial. Triunfo que significaría, sobre cualquier otro factor,
la única opción de México para librarse del tradicional dominio económico y
político de Estados Unidos.
Es imprescindible
subrayarlo: a diferencia de otras publicaciones profascistas elaboradas como
meros panfletos o como almanaques propagandísticos dirigidos a los grupos
militares (con mucha presencia aún en el México de 1940), Timón fue
concebida como una revista semanal de cultura política disfrazada bajo la
fórmula de refinada publicación familiar, un espacio impreso dedicado al
público de clase media donde coincidieron periodistas y escritores antiimperialistas,
germanófilos, antisemitas, hispanistas y anticomunistas. La nómina de
colaboradores del semanario incluyó a antiguos militantes de la campaña presidencial
vasconcelista como Andrés Henestrosa; al hispanista Alfonso Junco, autor de
una biografía de Agustín de Iturbide, creador de semblanzas y fisionomías
literarias; al refugiado republicano español Benjamín Jarnés, quien tradujo por
entregas para Timón la novela La puerta estrecha, de André Gide; al
cronista de temas literarios hispánicos Eduardo de Ontañón, biógrafo de Fray
Servando Teresa de Mier; a Rafael Aguayo Spencer, estudioso de las obras de
Lucas Alamán y Vasco de Quiroga; al bibliotecario y “bibliófago” David Niño
Arce, responsable de una bibliografía ineludible del propio Vasconcelos; a José
Calero, uno de los pocos colaboradores de la revista que estudiaron en Colegio
Alemán, quien desistiría de su pronazismo y se convirtió en filántropo en
Polonia; al poeta, soldado, duelista, exiliado político y anticuario Adolfo
León Osorio; y, en fin, a personalidades variopintas como el Dr. Atl, María
Elena Sodi de Pallares, Teodoro Schumacher y Francis de Miomandre, más una
extensa lista de nombres que hoy poco o nada nos dicen. Entre los periodistas
de mayor presencia en la prensa de derecha estuvieron Carlos Roel, Antonio
López Estrada, Antonio Islas Bravo y Pedro Zuloaga. Un grupo de solitarios,
empecinados, intolerantes y excéntricos. Una constelación de partidarios de
todas las causas, y por lo tanto de ninguna, que encontraron en Timón un
escaparate inmejorable para expresar su diferencia.
LA IMPENETRABLE TELA DE ARAÑA
Hitler, aunque dispone
de un poder absoluto, se halla a mil leguas del cesarismo. La fuerza no le
viene a Hitler del cuartel, sino del libro que le inspiró su cacumen. El poder
no se lo debe Hitler a las tropas, ni a los batallones, sino a sus propios
discursos que le ganaron el poder en democrática competencia con todos los
demás jefes y aspirantes a jefes que desarrolló la Alemania de la Post-Guerra.
Hitler representa, en suma, una idea, la idea alemana, tantas veces humillada
antaño por el militarismo de los franceses y por la perfidia de los ingleses.
José Vasconcelos, “La inteligencia se
impone”, Timón, núm. 16, junio 8, 1940
¿De dónde provenían los recursos para financiar los costos de una
publicación de esas magnitudes, con un grupo de colaboradores tan amplio y con
un pretendido alcance continental? Los precios de las suscripciones, de las
inserciones publicitarias y de los anuncios a color eran caros para la época,
sin duda. Un abono por seis meses costaba 12 pesos; un octavo de plana, 50; una
página en color a dos tintas 500 y una a cuatro tintas, 800. Los ejemplares
atrasados costaban un peso. Aunque hubieran dedicado las tres cuartas partes de
la revista a la publicidad, los ingresos obtenidos no hubieran bastado para
pagar al personal administrativo, las oficinas, el papel, la impresión y al
grupo de colaboradores asiduos, sin descontar los salarios que el propio
Vasconcelos y sugerente, el cubano César Calvo, devengaban respectivamente por
la dirección editorial y la coordinación administrativa de su publicación.
Salvo haber constatado
que diversos empresarios y comerciantes alemanes identificados como notorios
militantes nacionalsocialistas en la capital, como Alfred Auer (domiciliado en
la colonia Roma y concesionario de la firma Blaupunkt), subsidiaban al
semanario con la compra de espacios publicitarios, Bar-Lewaw no pudo encontrar
pruebas tajantes de que José Vasconcelos fuera agente pagado por los nazis. Sin
embargo, no le quedó ninguna duda de que el escritor y su revista eran
instrumentos de la maquinaria de propaganda del III Reich en México.
El académico no pudo
penetrar la entreverada tela de araña que envolvía su caso de estudio por una
sola razón: no tuvo acceso al expediente que establece el vínculo irrefutable
entre Vasconcelos, Timón y los fondos que la
Embajada Alemana destinaba a la guerra de propaganda contra los países aliados.
El hoy célebre informe confidencial “El nazismo en México”, que obra en el
Archivo General de la Nación,[3] da cuenta de que el
aparato de propaganda nacionalsocialista había desplegado acciones directas en
varios frentes. En el apartado dedicado a la “Propaganda destinada a
Mexicanos”, inciso ‘Publicaciones Propias’, los apresurados y titubeantes
redactores hacían constar que
Sabemos de tres ensayos
de publicaciones publicadas por cuenta de la Legación Alemana o del servicio
secreto nazi: la primera fue una vulgarísima hoja antisemítica llamada
“Defensa” [...] La segunda publicación es una edición en español del Periódico
Alemán de México, que comenzó a aparecer al comienzo de la guerra actual. [...]
La tercera y a la vez más hábil publicación de esta naturaleza es la nueva
revista “Timón” cuyo director es José Vasconcelos y cuyo “gerente” (pero extra-oficialmente
en funciones de director) es el cubano César Calvo. El periódico dedica el 80%
de su espacio a propagar las tesis alemanas. En el número antepasado se
publican fotografías de un fraternal téte-á-téte entre Vasconcelos y Dietrich.[4] La presentación de la revista
es excelente, y después de “Hoy” es la más costosa de México. Todavía no tiene
circulación ni anuncios que valgan la pena, por lo que es casi totalmente
costeada por la Legación Alemana. César Calvo ha dicho públicamente que la
revista “Timón” tiene todo el dinero que necesita para mucho tiempo. El
compañero Rubio ha sabido que la Legación Alemana se ha comprometido a pagar el
costo de la revista durante seis meses, para encarrilarla.
Ese ilusorio encarrilamiento se detendría pronto. Tres días después de
la entrada de la Wehrmacht en París, el 15 de junio de 1940, Calvo fue
arrestado y Timón confiscada para siempre por la Secretaría de Gobernación. A excepción
de Itzhak Bar-Lewaw, nadie ha vuelto a explorar con rigor las páginas
incendiarias y perturbadoras de esa revista. Hay que regresar a ellas con la
convicción de que guardan el secreto de la enigmática conversión transitoria al
nacionalsocialismo de ese gran escritor que fue José Vasconcelos.
[1] Cfr. Jürgen Müllcr, “El NSDAP en
México: historia y percepciones, 1931-1940”. En la página web del Centro de
Estudios Interdisciplinarios de América Lacina y El Caribe, www.tau.ac.il/eialA I_2/muller.htm
[3] “El
nazismo en México”, expediente 704.1/174-1, reporte de los inspectores PS-10 y
PS-24 con fecha del 23 de mayo de 1940. Grupo documental: Archivo
Administrativo Lázaro Cárdenas. AGN.
[4] Hace
referencia al número 12 de Timón, del 11 de mayo de 1940, p. 2. “Dietrich” es Arthur Dietrich, antiguo
Ortsgruppenleiter del Partido Nacional .Socialista Obrero Alemán en México,
agregado de prensa de la Embajada Alemana y el agente más importante en todo lo
concerniente a propaganda, espionaje y sabotaje en el país (nota de Héctor
Orestes Aguilar).
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