sábado, 17 de septiembre de 2011

Inteligencia artificial o artificios de la inteligencia

Agradecimientos:
Muchas gracias a los organizadores de este congreso por la invitación, en particular a Raissa Pomposo por su confianza.
¡OH INTELIGENCIA, soledad en llamas,
que todo lo concibe sin crearlo!
[…]
¡-OH inteligencia, páramo de espejos!
helada emanación de rosas pétreas
en la cumbre de un tiempo paralítico[1]
(José Gorostiza, Muerte sin fin)



Presentación
Dentro del marco de este congreso que plantea la relación entre el cuerpo y la filosofía; y para contribuir con las reflexiones de esta mesa, presentamos algunos modestos apuntes sobre una de las funciones de nuestro cuerpo que más se vincula con el quehacer filosófico, la Inteligencia, que si bien para la tradición podría llegar a considerarse uno de los atributos de Dios, para nosotros sigue estando en el ámbito de lo humano, y como diría Nietzsche de lo demasiado humano. Nuestra participación pretende recoger algunas de las advertencias que se han hecho en las distintas tradiciones de las que abreva nuestra cultura mexicana para intentar conjurar sus peligros, concientes de nuestros límites. 

1.       La valoración por la inteligencia y el mito de narciso
Comenzaremos por recordar una imagen de la mitología griega que podría simbolizar la del hombre actual cuando contempla los logros de su inteligencia; nos referimos a la de Narciso:

Junto a una fuente clara, no tocada por hombre ni bestias ni follaje ni calor de sol, llega Narciso a descansar; al ir a beber en sus aguas mira su propia imagen y es arrebatado por el amor, […] Anhela entonces poder apartarse de sí mismo, para dejar de amar, y comprende que eso no le es dado, y pretende la muerte, aunque sabe que, al suprimirse, suprimiría también a aquel a quien ama. Llora, y su llanto, al mezclar el agua, oscurece su superficie y borra su imagen, […]. Cuando el agua se sosegó y Narciso pudo verse en ella de nuevo, no resistió más y comenzó a derretirse y a desgastarse de amor, y perdió las fuerzas y el cuerpo que había sido amado por Eco […] Las últimas palabras de Narciso lamentaron la inutilidad de su amor, y Eco las repitió, como repitió el adiós último que aquél se dijo a sí mismo. [2]

            Mientras que para los antiguos griegos el círculo trágico del Yo giraba en torno a la contemplación de la belleza, en nuestros días lo que nos atrapa es la proyección de una de nuestras funciones corporales, la “inteligencia”, que nada tiene que ver con la belleza. Tan narcisistas nos hemos vuelto que buscamos reproducirla “artificialmente” tal y cómo Narciso quería enamorarse de su imagen.

2.       Que nos dice la etimología.
Para poder hablar en forma inteligente sobre esta función del cuerpo y del intento de recrearla artificialmente, comenzaremos por definir bien los términos.
2.1.  Inteligencia
El pensador Alemán Hans Magnus Enzensberger nos dice que la palabra inteligencia:

 […], procede del latín, pero los romanos la tomaron, como muchos de sus conceptos, de los griegos, que pueden considerarse los verdaderos inventores de la inteligencia. En efecto, en griego, νοημοσύνη [noimosini] ya significa casi todo lo que podemos encontrar en nuestras cabezas: «Sentido, juicio, pensamiento, entendimiento, razón, espíritu (espíritu de la deidad como espíritu ordenador del mundo); por extensión, reflexión, comprensión, perspicacia [...]; manera de ser, carácter, alma, modo de pensar, temperamento, convicciones [...]; pensamiento, opinión, deseo, voluntad, intención, proyecto, decisión, resolución [...]; (en relación con palabras, ideas, acciones, etc.) sentido (= significado, finalidad, propósito).»
            El término latino intelligentia tampoco es moco de pavo. Más allá del campo semántico griego, puede significar sensibilidad, conocimientos, sensibilidad artística e incluso gusto. Su periplo posterior está repleto de notables vaivenes. En la Edad Media, los teólogos le otorgaron un sentido extremadamente sublime. Con este término, los doctores de la Iglesia no se referían únicamente a un simple atributo de Dios, sino a que Dios mismo es la intelligentia más elevada.[3]


3.       La postura Aristotélica
Sin embargo Aristóteles, en su tratado de la Política, hace una diferenciación entre el sentido griego y el helénico. En el libro VII nos dice que:
VI
Las naciones de lugares fríos, y particularmente las de Europa, están llenas de brío, pero son deficientes en inteligencia y en habilidad técnica, y por esto continúan viviendo relativamente libres, pero sin organización política y sin capacidad para dominar a sus vecinos. Las del Asia, por el contrario, son inteligentes y de mentalidad industriosa, pero sin temple moral, por lo cual han estado en continua sujeción y servidumbre. La estirpe helénica a su vez, así como por su ubicación geográfica ocupa una posición intermedia, así también participa de una y otra condición, ya que es a la vez animosa e inteligente; y por esto no sólo se ha conservado libre, sino que ha llegado a la mejor organización política y podría incluso gobernar a todos los demás, con sólo que alcanzara la unidad política. […]Es manifiesto, por tanto, que para poder ser fácilmente guiado por el legislador hacia la virtud, deben los ciudadanos ser a la vez de natural inteligente y animoso. [4]

            Para el filósofo que asesoró al joven Alejandro Magno, la inteligencia, que asocia con los asiáticos, si no se acompaña de “temple moral” nos conduce a la sujeción y la servidumbre, para poder ser libres, nos dice el autor, se requiere de un equilibrio entre la inteligencia y la moral.

3  Artificial
Aristóteles, en su descripción de la manera en la que los pueblos asiáticos entendían la inteligencia nos habla de su “mentalidad industriosa”, estaremos de acuerdo que, en ese sentido, estamos más cerca de ellos que de los griegos. En la actualidad estamos desplazando esta función del cuerpo al mundo de los objetos y ya tenemos edificios inteligentes, Robots y hasta carros que nos hablan y responden a nuestras voces. Nos sentimos realmente emocionados porque al parecer hemos recreado artificialmente esta función tan valorada por nuestro narcisismo. Antes de seguir revisemos lo que los términos “artificial” y “artificio” significan:
Artificial. (Del latín artificiālis).
1. Hecho por mano o arte del hombre.
2. No natural, falso.
3. Producido por el ingenio humano.
4. anticuado artificioso (disimulado, cauteloso).[5]

Artificial. ‘no natural, hecho por el hombre’: latín artificiales ‘artificial, según las reglas del arte’, de artificium ‘artificio’ [6]

3.1.       Artificio

Artificio. (Del latín artificĭum).
1. Arte, primor, ingenio o habilidad con que está hecho algo.
2. Predominio de la elaboración artística sobre la naturalidad.
3. artefacto (máquina, aparato).
4. Disimulo, cautela, doblez.[7]

Artificio ‘arte, habilidad; estratagema, disimulo, engaño’: latín artificium ‘arte, habilidad’, de artific-, radical de artifex ‘artesano’.[8]

            La etimología nos revela que al describir algunas funciones de los objetos con el término “inteligencia artificial”  estamos implicando la supuesta desnaturalización de esta función, de la misma manera en la que el artesano trabaja los distintos materiales para producir objetos, los científicos pretenden reproducir un aspecto natural del desarrollo orgánico en el mundo de los objetos y por medio de su manipulación optimizar sus funciones. Como una suerte de prótesis para las neuronas. Lo que también nos dice la manera en la que funciona el término “artificial” es como: al calificar la inteligencia como tal, la entendemos como falsa o la que no es verdadera. En este sentido, al imitar ciertas funciones del cuerpo y adjudicárselas a los objetos nos alejamos aun más de aquello que Aristóteles definía como “temple moral”.
4.       La genealogía hebrea
Nuestra cultura en México abreva también de otra tradición además de la greco-latina, nos referimos a la hebrea y su desarrollo cristiano; esta genealogía nos remite al texto bíblico y ya que estamos abordando el tema de la relación de la ciencia y la moral sería conveniente revisar el pasaje de aquello que se conoce como el pecado original. En la traducción al castellano encontramos lo siguiente:
2:16 Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; 
2:17 Más del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás.[9] 
            En la traducción se define el árbol que produce el fruto prohibido como el “de la ciencia del bien y del mal” en el original hebreo el término es daat tov ve ra donde se emplea el término daat que nada tiene que ver con ciencia. Esta palabra hebrea que más bien significa “conocimiento” remite a su aspecto pulsional ya que se utiliza nuevamente al señalar: “Conoció Adán a su mujer Eva, la cual concibió y dio a luz a Caín, y dijo: Por voluntad de Jehová he adquirido varón.”[10] En el original hebreo está escrito: “ve Adám iada et java” utilizando el mismo término. El conocimiento del que habla el pecado original no es el de la conciencia reflexiva desligada de los sentimientos y las pasiones.
            De vuelta al pasaje donde Jehova le advierte al primer hombre que le sucedería si come del fruto del conocimiento vemos como la traducción ha cambiado el sentido, lo que leemos es: “porque el día que de él comieres, ciertamente morirás”. Lo que dice realmente en lugar de “morirás” es “mot tamut”; dos palabras: la primera significa “muerte” y la segunda “morirás” juntas; “de muerte morirás” o ligado con el sentido de la frase donde se habla del conocimiento lo que dice es “serás conocedor de tu muerte”. No quiere decir que el hombre era inmortal y por desobedecer perdió esa condición, es una descripción del significado del conocimiento reflexivo y de la angustia ante el saberse mortal. La biblia hebrea en forma alegórica describe el momento en el que el animal hombre, al desarrollar el conocimiento que nace de las pulsiones busca escapar de su destino mortal. Esta es la perdida del paraíso de la ignorancia donde no jugábamos a ser dioses.  El pensamiento es un mecanismo corporal que funciona para negar la muerte.
5.       Los apóstoles de la inteligencia y sus peligros- Enzensberger
Desde las dos tradiciones que conforman el saber occidental se escuchan las advertencias; de Narciso a Aristóteles en el mundo clásico y en el Génesis en el universo judeo cristiano. Enzensberger nos comenta que: “los profetas de la inteligencia artificial. Rechazan ocuparse de nuestra historia desde el pleistoceno y de nuestro presente insatisfactorio; en su lugar, se han consa­grado plenamente al futuro. Su esperanza más profunda es que un día los aparatos que inventa­mos reemplacen completamente a nuestros cere­bros”. [11]
                        El pensador alemán nos relata cómo es que surgió el término “Inteligencia Arificial”:
   Esta utopía tecnológica fue concebida en 1956 durante una célebre conferencia en el Dartmouth College, institución financiada por la Fundación Rockefeller. Una de sus cabezas pen­santes, John McCarthy, acuñó el término inteli­gencia artificial (IA). El Massachusetts Institute of Technology sirvió de incubadora a sus adeptos. En dicha institución enseñaban expertos como Marvin Minsky, para quien el objetivo de la IA es la superación de la muerte, o Hans Moravec, que soñaba con un robot que copiaría todo lo alma­cenado en el cerebro humano a un ordenador, de tal modo que nuestra biomasa mortal se volvería superflua. Su colega Ray Kurzweil pronosticó sin sonrojarse: «Conquistaremos el poder sobre la vida y la muerte.»[12]

            En su descripción vemos como los científicos que impulsaron estos proyectos soñaban con vencer a la muerte, cómo sugerían que por medio de la manipulación sofisticada del mudo material se podría perfecionar lo que la naturaleza brinda y superar sus límites. La encubadora del proyecto “inteligencia artificial” estaba signada por el delirio narcisista de unas mentes transtornadas. Enzensberger continua con su relato de este episodió y nos dice:
            Ya en su época de pioneros, estos investiga­dores prometieron para el cambio de milenio má­quinas que superarían ampliamente las capacida­des de nuestro cerebro. A la Defense Advanced Research Project Agency, un organismo del Pen­tágono, no hubo que decírselo dos veces: invirtió miles de millones en tan alentador proyecto. El resultado fue bastante decepcionante: las tortugas electrónicas que se construyeron tras décadas de trabajo requerían esfuerzos titánicos para subir una escalera. [...] Sobre la «IA dura» y sus fantasías de omnipotencia se ha cer­nido el silencio. Sobrevive únicamente en oscuras sectas y en algunas películas de Hollywood. [13]

6.       La inteligencia artificial y la muerte
Después de rastrear los orígenes etimológicos, genealógicos, filosóficos e históricos, de este dispárate nada simpático que definimos como “inteligencia artificial”, nos queda preguntarnos, como en el mito de Narciso, de quién es la imagen que adoramos. Para no salirnos del guión que establece el título de este congreso, retomemos el aspecto de la relación entre pensamiento y cuerpo. Los artificios de la inteligencia, que no deja de ser una función corporal, nos han llevado a buscar la eternidad en el ámbito de los objetos. Lo que comenzó siendo un intento por articular el mundo material de acuerdo a lo que descubrimos en nuestro cuerpo terminó revirtiéndose y ahora buscamos como amoldar nuestro cuerpo a las formas de la materia.
            Admiramos la perfección que depositamos en los objetos y buscamos reproducirla en nuestra naturaleza cambiante y compleja; imitamos al aparato que hemos creado artificialmente porque es más eficiente, no presenta ambigüedades, no se enferma ni está de mal humor. En un acto paradójico de transvaloración emulamos la precisión, el control y la continuidad de la máquina que hemos creado; queremos ser objetos, conseguir la eternidad en la misma muerte, en este contexto la llamada “inteligencia artificial” ha resultado ser un instrumento muy eficaz.
7.                  El pensamiento mexicano Gorostiza y Paz
Para cerrar esta intervención, justo en el lugar donde se abrió, regresemos a la voz de Gorostiza: “¡OH INTELIGENCIA, soledad en llamas, que todo lo concibe sin crearlo!” El poeta mexicano, al igual que Narciso y que Adán, se sabe atrapado en el ciclo estéril de la conciencia reflexiva, enamorado de su lucidez teme por su vida; la inteligencia es para el la cuna de la muerte, de la muerte sin fin.
            Octavio Paz considera que esta poesía se inscribe en una tradición donde también está presente el pasado prehispánico transvalorado por el catolicismo, habla de ella en uno de los trabajos que integran El laberinto de la soledad que titula Todos los Santos, día de los muertos. En esta reflexión el autor se refiere al significado que para nosotros, los mexicanos, tiene la muerte, nos comenta que: “[…], nuestras relaciones con la muerte son íntimas […] pero desnudas de significado y desprovistas de erotismo. La muerte mexicana es estéril, no engendra como la de aztecas y cristianos.” [14] La intimidad de la que habla Paz es el espacio en el que la inteligencia se percibe como “soledad en llamas” como producto trágico de una encuentro desafortunado de tradiciones, en este sentido señala que: “Muerte sin fin, el poema de José Gorostiza, es quizá el más alto testimonio que poseemos los hispanoamericanos de una conciencia verdaderamente moderna, inclinada sobre sí misma, presa de sí, de su propia claridad cegadora.”[15]
            Para nosotros los mexicanos la inteligencia nos conecta con esa muerte estéril  que nos espera después de una vida desencantada, resulta ser un mecanismo por medio del cual nos hacemos concientes de un pasado que queremos olvidar de un presente del que pretendemos escapar y de una promesa de futuro de la cual desconfiamos, a esto se refiere cuando comenta el poema de Gorostiza; nos dice:

En este drama sin personajes, pues todos son nada más reflejos, disfraces de un suicida que dialoga consigo mismo en un lenguaje de espejos y ecos, tampoco la inteligencia es otra cosa que reflejo, forma, y la más pura, de la muerte, de una muerte enamorada de sí misma. Todo se despeña en su propia claridad, todo se anega en su fulgor, todo se dirige hacia esa muerte transparente: la vida no es sino una metáfora, una invención con que la muerte —¡también ella!— quiere engañarse. El poema es el tenso desarrollo del viejo tema de Narciso —al que, por otra parte, no se alude una sola vez en el texto—. Y no solamente la conciencia se contempla a sí misma en sus aguas transparentes y vacías, espejo y ojo al mismo tiempo, como en el poema de Valéry: la nada, que se miente forma y vida, respiración y pecho, que se finge corrupción y muerte, termina por desnudarse y, ya vacía, se inclina sobre sí misma: se enamora de sí, cae en sí, incansable muerte sin fin.[16]

8.       Conclusiones
Hemos comenzado y terminado esta breve intervención con el amparo de dos poetas mexicanos que hemos invitado para acompañarnos en esta peligrosa travesía; somos concientes del encanto de la tecnología y de la magia cautivante de sus formas perfectas, con la frágil esperanza de no sucumbir ante su canto seductor ofrecemos el verso que alaba la vida en su inconmensurable indeterminación y que busca escapar de la muerte sin fin que nos ofrecen los adoradores de los artificios de la inteligencia.


¡Muchas gracias!
Acatlán 7 de septiembre de 2011


[1] José Gorostiza, Muerte sin fin; y otros poemas, Fondo de Cultura Económica, México, 1964. 119
[2] Publio Ovidio Nasón, Metamorfosis, Bruguera, Barcelona, 1983. p.56
[3] Enzensberger Hans Magnus, En el laberinto de la inteligencia; guía para idiotas, traducción de Francesc Rovira, Anagrama, Barcelona, 2007. pp. 10-11
[4] Aristóteles, Política,
[5] Real academia de la lengua
[6] G. Gómez de Silva, Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Española, C. M. y F.C.E. México, 2001. p.82
[7] Real Academia de la lengua
[8] G. Gómez de Silva, Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Española, C. M. y F.C.E. México, 2001. p.82
[9] Genesis 2- 16-7
[10] Ibid. 4-1
[11] H. M. Enzensberger Hans Magnus, op.cit. pp.64
[12] Ibid, pp.64-65
[13] Ibidem
[14] Paz Octavio, El Laberinto de la soledad, F.C.E México, 2000. p.65
[15] Ibid.  p. 68
[16] Ibid.  pp. 68-69