sábado, 7 de septiembre de 2024

¿Somos violentos los mexicanos? Mauricio Pilatowsky

 

Publicado en: Amador Berenice (com.), Crítica de la violencia. Análisis de su materialidad y sus formas en perspectivas filosóficas. Universidad Nacional Autónoma del Estado de México, México, 2024



 

 

 

1.   Presentación

Con la pregunta: ¿Somos violentos los mexicanos? abrimos esta reflexión. La inclusión del que pregunta en el colectivo imaginario tiene el propósito de avisarle al lector que el análisis transita por la introspección de una experiencia compartida y el reconocimiento de que en todo <<nosotros>> existe un movimiento de exclusión alimentado por la diferenciación con los <<otros>> que no son identificados como mexicanos. La formulación de la pregunta siembra la sospecha de una presumible singularidad en lo relativo al grado de violencia atribuible a los integrantes de esta nación y en comparación con otros. En este breve ensayo nos haremos cargo de esta autoincriminación para lo que tendremos que detenernos para aclarar- nos el sentido del cuestionamiento y los alcances de la respuesta.

Lo primero es aclarar que se entiende por violencia para lo que recurriremos a las raíces etimológicas del término. Más adelante presentaremos algunas de las contribuciones centrales que aporta el psicoanálisis, tanto en las formaciones individuales como en las colectivas. Luego, para comprender el <<nosotros mexicanos>>, abordaremos muy someramente lo relativo a la configuración de los imaginarios nacionales y el papel de la narrativa en estas construcciones sociales. Finalmente, a partir de lo recuperado en las dos primeras partes, buscaremos identificar algunos de los ingredientes particulares de la violencia en México y su forma de expresarse.

2.   La etimología del término.

El término violencia en español proviene del latín donde se conforma uniendo vis (fuerza) con olentus (abundancia)[1]. Su genealogía da cuenta de una valoración que remite a una sociedad donde la figura del guerrero y sus atributos constituían una de las fuentes axiológicas primordiales. En esta familia de significados podemos observar que “el tener fuerza” es una cualidad positiva, pero al considerarla en demasía adquiere una valoración negativa. En el caso de otras lenguas podemos también encontrar como se transvalora.  

Emile Benveniste, en su investigación sobre el vocabulario de las lenguas indoeuropeas nos comenta que: “el conjunto léxico constituido en torno a krátos [fuerza] no es una familia homogénea. Se divide en dos grupos distintos que pueden caracterizarse por separado.”[2]. Lo expone de la siguiente manera:

1) El primero está articulado por la nación física o moral de prevalencia, de ventaja en el combate o en la asamblea: kratos. Se desarrolla en una serie de términos con referencia moral y política, que enuncian el poder como facultad individual. (egkrates, akrates, que es o que no es dueño de sí mismo), o el poder como potencia territorial y política: kratein, ser dueño, tener la autoridad, […]

2) El segundo procede de la noción física de duro (contrario de blando): kratus, kartunein, endurecer, kratai-, duro. No comporta más que este sentido, sea en el propio o en el figurado: brutal, cruel, penoso. Jamás evoluciona hacia un valor social o político, y se caracteriza por una connotación desfavorable.[3]

De acuerdo con los hallazgos del lingüista, el término griego, desde sus orígenes, mantiene los dos grupos de significados; los positivos en donde están: <<prevalencia>>, <<ventaja>>, <<dominio de uno mismo>> y <<autoridad>> y los negativos, asociados con la dureza, como <<brutalidad>>, <<crueldad>> o <<pena>>.  Aquel que tiene fuerza en la cultura griega es valorado y elogiado, pero cuando se endurece y pierde la capacidad de administrar este poder se considera cruel, bruto o penoso. 

Lo que podemos observar en estas tradiciones es que la violencia está asociada con el uso desmedido de la fuerza por lo que su descalificación no radica en su posesión o ejercicio sino con el abuso. En su genealogía podemos identificar aquello que aún prevalece en el uso actual del término y que consiste en valorar positivamente la capacidad de defendernos de aquel que busca dañarnos. En este sentido podemos distinguir dos formas distintas de valorar el uso de la fuerza: el del valiente que responde a la agresión con justicia y aquel violento que abusa de su poder y agrede sin tener razón.

Desde la aproximación etimológica podemos observar que el término violencia remite a un uso de la fuerza que pierde su legitimidad cuando no está acotado o se impone con dureza. La utilización de la palabra violento para describir a las personas, instituciones, acciones o discursos se entiende en un sentido de desaprobación que llega incluso a la condena. A partir de su genealogía, que remite a sociedades conformadas por guerreros, entendemos que el control de la fuerza y su administración sean parte del combate y que se expliquen a partir de la misma lógica de la confrontación.

3.   El debate político sobre el papel de la violencia en la “naturaleza” humana.

En 1989 la Organización de la Naciones Unidas para la Educación la Ciencia y la Cultura (UNESCO) publicó una declaración que afirmaba: “Algunos mantienen que la violencia y la guerra no cesarán nunca, porque están inscritas en nuestra naturaleza biológica. Nosotros decimos que no es verdad.”[4] En esta declaración se hace también la siguiente afirmación en la segunda cláusula: “Científicamente es incorrecto decir que nunca se podrá suprimir la guerra porque forma parte integrante de la naturaleza humana.”[5] Este documento se ha convertido en un lugar común de referencia por lo que consideramos conveniente ponerlo como representativo de los que niegan que exista una base natural en el comportamiento violento del ser humano.

En el marco de este debate sobre el lugar que ocupa la violencia en la estructura del ser humano nos encontramos con un intercambio epistolar entre dos de los científicos más importantes del siglo pasado: Albert Einstein y Sigmund Freud. Este diálogo fue motivado por la Liga de las Naciones que en 1932 le pidió al físico alemán elegir a otro científico para desarrollar un intercambio de ideas y escogió al médico austriaco. Para introducir la misiva, Einstein le escribe a Freud que lo invita a pensar juntos si: “¿Hay algún camino para evitar a la humanidad los estragos de la guerra?”[6] Como parte de la justificación le comparte su opinión sobre las razones que llevan a la guerra:

¿Cómo es que estos procedimientos logran despertar en los hombres tan salvaje entusiasmo, hasta llevarlos a sacrificar su vida? Sólo hay una contestación posible: porque el hombre tiene dentro de sí un apetito de odio y destrucción. En épocas normales esta pasión existe en estado latente, y únicamente emerge y se desencadena como acto efectivamente destructivo en circunstancias inusuales; pero es relativamente sencillo ponerla en juego y llevarla hasta su exaltación en el poder de un delirio o una psicosis colectiva. Aquí radica, tal vez, el quid de todo el complejo de factores que estamos considerando, un enigma que el experto en el conocimiento de las pulsiones humanas puede resolver.[7]

En su misiva de invitación al fundador del psicoanálisis como un “experto” en las pulsiones para que se pronuncie sobre el tema, el físico comparte que en su opinión la violencia está siempre latente y que se manifiesta en circunstancias “inusuales”, o, dicho en otras palabras, sostiene que por lo general el ser humano no es violento y que esto es lo natural. Como comenta uno de sus biógrafos a “Freud no le entusiasmo mucho la tarea”[8] pero aun así le respondió y dejó muy clara su postura con respecto a la naturaleza de la violencia:

Pues bien, los conflictos de intereses entre los hombres se zanjan en principio mediante un expediente somero: la violencia, es decir el recurso a la fuerza impositiva sobre otro u otros. Así es en todo el reino animal, del que el hombre haría bien en no excluirse tan fácilmente; además en el caso del animal humano se suman todavía conflictos de opiniones, que pueden alcanzar incluso hasta el máximo grado de la abstracción y que como tales parecerían requerir de otros expedientes para resolverse. […] Al introducirse las armas, ya la superioridad intelectual o simplemente mental empieza a ocupar el lugar de la fuerza muscular bruta e incluso a la habilidad, el más listo sustituye entonces al más hábil o al más fuerte; pero, el propósito último [el objetivo final] de la lucha o de la disputa sigue siendo el mismo.[9]

La respuesta de Freud no deja lugar a dudas, si realmente buscamos contener la violencia debemos partir del reconocimiento del lugar que ocupa en la conformación de la naturaleza humana tanto en lo individual como en lo colectivo. Un análisis profundo sobre sus causas, así como todo tratamiento de sus manifestaciones, deben partir de esta consideración. De acuerdo con esto veamos someramente cómo lo expone el psicoanálisis.

4.   La contribución del psicoanálisis al tema de la violencia

El psicoanálisis surgió en el ámbito de la medicina. Tanto Sigmund Freud como sus colaboradores más cercanos eran médicos que se especializaron en los trastornos mentales. Este es un hecho fundamental que no hay que perder de vista cuando se recuperan sus teorías sobre el ser humano. Las conclusiones a las que se han llegado en estos cien años de práctica psicoanalítica provienen fundamentalmente de los consultorios médicos, de la información que se obtiene en las terapias clínicas. En congresos y publicaciones los especialistas comparten sus hallazgos y van contribuyendo al mejor entendimiento de la psique humana.

A partir de las herramientas analíticas que se utilizan en el trabajo clínico el psicoanálisis ha podido observar que las narrativas sociales pueden ser estudiadas como las de los pacientes. Los mitos, las fábulas, la literatura, o las imágenes o formas que se expresan en el arte pictórico o en esculturas, monumentos o edificios; expresiones de la vida cotidiana como refranes o chistes, todos estos aspectos que conforman lo que conocemos como patrimonio cultural puede ser analizado con las técnicas del psicoanálisis. En los trabajos de Freud vemos innumerables ejemplos de esto, entre los más conocidos son sus estudios sobre la mitología griega de donde tomó los nombres para describir los procesos psíquicos como es el caso del “complejo de Edipo”[10]; también hizo estudios muy profundos sobre las obras de Shakespeare, o las de Leonardo Da Vinci o Miguel Ángel. Al final de sus días se abocó al análisis de los mitos hebreos, en particular la figura de Moisés. En todos estos ejemplos podemos observar cómo las expresiones culturales se convirtieron en material de análisis y contrastación con la información que provenía de las terapias.

Para poder realizar estos estudios culturales el fundador de psicoanálisis se apoyó en el cúmulo de información que provenía de todos los ámbitos de saber, su gran erudición lo llevó también a las aportaciones de la arqueología, antropología y biología. Es así como encontró en los hallazgos de estos saberes confirmaciones para lo que descubrió en el tratamiento de los trastornos individuales. Los estudios sobre las culturas primitivas y en particular lo relativo al totemismo junto con los avances en las teorías de la evolución en el campo de la biología le permitieron construir una hipótesis sobre el surgimiento de la civilización que correspondiera a los resultados que observaban, él y sus colegas, en los pacientes que trataban. En su libro Tótem y Tabú[11] podemos dar seguimiento a esta investigación. En el centro de su incursión por la antropología se encontraba una situación que aparecía en las narrativas de los pacientes, en la interpretación de sus sueños y como factor fundamental de todos los trastornos: <<el tabú del incesto>>.

Por medio de la terapia psicoanalítica los pacientes remiten a una ambivalencia con respecto al incesto: por un lado se relacionan a este tipo de deseos con un rechazo que contiene repulsión y mucha ansiedad y por el otro, y en forma ambivalente dan cuenta en sus recuerdos de la infancia  de momentos de deseo por los miembros del primer círculo familiar lo cual se acompaña de sentimientos de culpa y negación. A partir de esta ambivalencia se desarrolla toda la teoría del psicoanálisis sobre la estructura edípica haciendo alusión a la tragedia griega.[12] Al revisar las expresiones culturales el fundador del psicoanálisis encontró cómo esta ambivalencia con respecto a los deseos incestuosos y su represión estaba siempre presente.

Para el científico la explicación debía encontrarse en el proceso evolutivo del ser humano en algún momento remoto de su desarrollo como especie. Con esta inquietud estudio las aportaciones en este campo y llegó a la conclusión de que debió haber habido una adaptación de ciertos primates en el que para responder a ciertas demandas circunstanciales se prohibieron el tener relaciones sexuales con el primer círculo familiar. Lo que encontramos en la naturaleza es que en este tipo de animales hay manadas donde un macho acapara a las hembras y expulsa a los machos. Cuando uno de los hijos es más fuerte, mata al padre, generalmente se lo come, y repite el ciclo. 

Freud construye una situación hipotética, imposible de probar, más bien una especie de mito que ayude a comprender la estructura de la psique de esta especie de primates que somos nosotros. A partir de las conclusiones en la clínica, los estudios de las expresiones culturales y con la información de antropólogos y biólogos supone que a lo largo de miles de años, en ciertas manadas, los machos jóvenes fueron rompiendo el ciclo e instaurando una nueva dinámica de comportamiento. En su narración del mito del parricidio original nos comenta lo siguiente:

 

Un día los hermanos expulsados se aliaron, mataron y devoraron al padre, y así pusieron fin a la horda paterna. Unidos osaron hacer y llevaron  a cabo lo que individualmente les habría sido imposible. (Quizás un progreso cultural, el manejo de un arma nueva, les había dado el sentimiento de superioridad.) Que devoraran al muerto era cosa natural para unos salvajes caníbales. El violento padre primordial era por cierto el arquetipo envidiado y temido por cada uno de los miembros de la banda de hermanos. Y ahora, en el acto de la devoración, consumaban la identificación con él, cada uno se apropiaba de una parte de su fuerza.[13]

 

Con esta descripción Freud expone lo que localiza en los pacientes en una proyección hipotética que facilita la comprensión y de alguna manera sirve para imaginar cómo debió haber sido el proceso evolutivo. Supone que lo que rompió el ciclo de la violencia original fue una especie de acuerdo o pacto pulsional de los hermanos que se unieron para matar al padre y que después de hacerlo y comérselo desarrollaron una “conciencia” de lo que hicieron. Esta “desviación” explica el surgimiento del “sentimiento de culpa” en los seres humanos y su poder de control sobre las pulsiones. De vuelta al mito del parricidio lo que supone el psicoanalista es que al matar al padre se presenta la conciencia de la propia muerte y se teme la retaliación del progenitor, pero como también se le admira y se le consideraba un protector, el sentimiento es ambivalente; amor-odio, rechazo y veneración. Para evitar que la violencia se reproduzca sin control los hermanos pactan restringir la sexualidad y prohibirse las relaciones con las hembras de la manada instituyendo el tabú del incesto como ley y colocando al padre ingerido como vigilante de este control. Por esto es por lo que Freud considera al padre muerto como el vigilante del cumplimiento de la ley[14].

Con la descripción de esta situación hipotética Freud explica lo que se encuentra en la estructura básica de la psique humana: una ambivalencia con respecto al deseo incestuoso donde se puede observar una atracción-repulsión a la madre y un amor-odio al padre. Es importante señalar que para Freud estas ambivalencias se presentan tanto en los hombres como en las mujeres, aunque de manera distinta. En cada caso singular las atracciones, repulsiones, afecciones y odios se manifiestan con sus particularidades y dependiendo de las experiencias concretas de los analizados. No existe un esquema, aunque si podemos localizar ciertas constantes.  Las pulsiones sexuales constituyen un elemento central del organismo y son parte de nuestra naturaleza desde el nacimiento, aunque existen distintas intensidades y manifestaciones dependiendo del desarrollo.

Los hallazgos extraordinariamente frecuentes de mociones sexuales que se creían excepciones y casos atípicos en la in­fancia, así como la revelación de los recuerdos infantiles de los neuróticos, hasta entonces inconcientes,[15] permiten quizá trazar el siguiente cuadro de la conducta sexual en ese período: Parece seguro que el neonato trae consigo gérmenes de mociones sexuales que siguen desarrollándose durante cierto lapso, pero después sufren una progresiva sofocación; esta, a su vez, puede ser quebrada por oleadas regulares de avance del desarrollo sexual o suspendida por peculiaridades indi­viduales. Nada seguro se conoce acerca del carácter legal y la periodicidad de esta vía oscilante de desarrollo. Parece, em­pero, que casi siempre hacia el tercero o cuarto año de vida del niño su sexualidad se expresa en una forma asequible a la observación. [16]

 

Las conclusiones de los psicoanalistas sobre la configuración de la psique humana en general y de la naturaleza de las pulsiones violentas en particular que surgen en las prácticas terapéuticas se ven respaldados por los hallazgos históricos y antropológicos, así como por los estudios en el ámbito de la cultura. En mitos, leyendas, sagas, expresiones artísticas, poemas y narraciones populares podemos encontrar ciertos elementos que confirman lo que ya hemos señalado: que la violencia sí es parte constitutiva de la naturaleza humana y que la sociedad surge y se desarrolla a partir de los mecanismos que el hombre instrumenta para controlarla aunque no consiga erradicarla. Lo que también encuentra el psicoanálisis es que existe un determinado progreso en el manejo de estás pulsiones que se va trasmitiendo de generación en generación.

Si los procesos psíquicos no se continuaran de una generación a la siguiente, si cada quien debiera adquirir de nuevo toda su postura frente a la vida, no existiría en este ámbito ningún progreso ni desarrollo alguno. En este punto surgen dos nuevas cuestiones: conocer el grado de continuidad psíquica que se puede suponer en la serie de las generaciones, y los medios y caminos de que se vale una generación para trasferir a la que le sigue sus estados psíquicos.[17]

 

La transferencia de la que habla Freud nos remite al desarrollo cultural donde el lenguaje ocupa un lugar central, por medio de la palabra el hombre consigue una trasmisión intersubjetiva incorporándose colectivamente a las normas y transgeneracional ya que se pasa de una generación a otra. La estructura familiar ocupa un lugar central en esta transferencia y por lo mismo en la forma en la que se manejan las pulsiones violentas. En la formación de la psique individual el lugar que ocupan los padres es fundamental. El que aparece en el imaginario como el que establece y vigila el cumplimiento de la <<ley> es el <<padre>>, temido y admirado su papel en el desarrollo individual y colectivo es fundamental. El lugar que ocupa la <<madre>> no es menos importante, <<objeto de deseo reprimido>>, imagen de la que da la vida y la procura es la que se identifica como la trasmisora de la tradición y la que legitima al <<padre>> como guardián de la <<ley>>. Es importante recalcar que se habla de figuras construidas y no de realidades objetivas, no se hace una clasificación empírica ni una generalización a partir de un modelo, hombres y mujeres concretos que se convierten en padres y madres dentro de un marco cultural y que educan a sus hijos dentro de una tradición trasmitida en una lengua, desde una narrativa que contiene ingredientes nacionales, religiosos y culturales se conviertes en <<padres>> y <<madres>> dentro del imaginario colectivo.

En este sentido debemos advertir que la configuración de los imaginarios colectivos es diferente en cada formación cultural, su manera de operar no es la misma. A continuación apuntaremos algunos de los elementos centrales que se encuentran en la configuración de los imaginarios mexicanos relativos a los papeles del <<padre>> y la <<madre>> en el manejo de la violencia.

5.   La colonización del imaginario mexicano

5.1.   Las comunidades imaginarias

Para el análisis de algunos ingredientes particulares de las manifestaciones de la violencia en México relativos a la transferencia cultural  habrá que identificar cómo se configuraron los papeles del <<padre> y <<madre>> a partir de la narrativa que <<hermana>> a los miembros de este colectivo.  Antes de adentrarnos en esta empresa sería propicio aclarar que nos referimos a <<México>> como <<nación imaginaria>>, aquí tomamos el término de Benedict Anderson cuando dice:

Así pues, con un espíritu antropológico propongo la definición siguiente de la nación: una comunidad política imaginada como inherentemente limitada y soberana.

Es imaginada porque aún los miembros de la nación más pequeña no conocerán jamás a la mayoría de los miembros, no los verán ni oirán siquiera hablar de ellos, pero en la mente de cada uno vive la imagen de su comunión.[18]

 

Lo que nos dice el autor puede aplicarse a cualquier nación donde la inmensa mayoría de sus habitantes no se conocen y no podrán hacerlo nunca, de hecho, se <<hermanan>> con personas que vivieron antes que ellos sin ser sus familiares y se comprometen con aquellos que vendrán después de su muerte. A diferencia de los vínculos concretos donde existe una relación existencial real como con los familiares, vecinos, compañeros de escuela, trabajo, iglesia o centro social, las comunidades imaginarias sólo existen en las narrativas, en las mentes y en los relatos. Sin embargo, su carácter virtual no las hace menos significativas, de hecho, los llamados sentimientos nacionales se fomentan y movilizan a partir de esta vinculación imaginada. Las personas sacrifican sus vidas por la nación imaginaria, desarrollan filias y fobias donde se protege a los <<propios>> y se excluye a los <<ajenos>>; para millones de seres humanos que escapan de la persecución o buscan mejorar sus condiciones de vida en otros países el ser o dejar de ser parte de un colectivo imaginario es determinante. El historiador Eric Hobsbawm busca darle una respuesta a la interrogante sobre la configuración de las naciones y hace suya la definición de Anderson para ir más allá de ella.  En su análisis del surgimiento de los nacionalismos nos comenta:

Utilizando la útil expresión de Benedict Anderson, diremos que es una «comunidad imaginada» y sin duda puede hacerse que esto llene el vacío emocional que deja la retirada o desintegración, o la no disponibilidad, de comunidades y redes humanas reales, pero sigue en pie el interrogante de por qué la gente, después de perder las comunidades reales, desea imagi­nar este tipo concreto de sustituto. Puede que una de las razones sea que en muchas partes del mundo los estados y los movimientos nacionales po­dían movilizar ciertas variantes de sentimientos de pertenencia colectiva que ya existían y que podían funcionar, por así decirlo, potencialmente en la escala macropolítica capaz de armonizar con estados y naciones mo­dernos. A estos lazos los llamaré «protonacionales».[19]

 

Para fomentar una unión artificial con personas desconocidas y que no se conocerán jamás las narrativas que se trasmiten colectivamente y de generación en generación recurren a distintos referentes: territorios, lenguas, personajes míticos, divinidades, ideales, entre otras cosa. En ocasiones se mezclan elementos dependiendo las particularidades del colectivo en cuestión. El nacionalismo judío se configuró recurriendo a la creencia de una promesa divina ligada a un territorio mientras que los estadounidenses configuraron su nacionalismo a partir del ideal abstracto de la <<libertad>>. Para los alemanes la <<lengua>> y la <<raza>> fueron determinantes mientras que para los españoles el catolicismo fue fundamental. En cada caso concreto podemos identificar los elementos protonacionales que se utilizaron en la configuración de los imaginarios, en este sentido pasaremos al caso concreto del nacionalismo mexicano.

5.2.   El imaginario de <<la nación mexicana>>

El nacionalismo mexicano se configuró a partir de la narrativa del <<encuentro y fusión de culturas>>: por un lado, la de los habitantes que vivían en parte de actual territorio norteamericano, en lo que hoy es México y en lo que actualmente ocupan algunos de los países centroamericanos y por el otro la de los españoles que llegaron en el siglo XVI. En esta construcción de la <<nación mexicana>> el componente central es el de la <<mezcla>> que se describe como <<mestizaje>>, con este término se pretende unificar imaginariamente a los miembros de este colectivo. José Vasconcelos (1882-1959), quién fue Rector de la UNAM, secretario de Educación Pública, impulsor de las misiones educativas, creador de un sistema de bibliotecas públicas y quién apoyo a los muralistas mexicanos, escribió un texto en el año de 1925 donde buscó darle un sentido trascendente al mestizaje como elemento configurador del nacionalismo mexicano. En su obra que tituló La raza cósmica escribió lo siguiente:

Comienza a advertirse este mandato de la Historia en esa abundancia de amor que permitió a los españoles crear una raza nueva con el indio y con el negro; prodigando la estirpe blanca a través del soldado que engendraba familia indígena y la cultura de Occidente por medio de la doctrina y el ejemplo de los misioneros que pusieron al indio en condiciones de penetrar en la nueva etapa, la etapa del mundo Uno. La colonización española creó mestizaje; esto señala su carácter, fija su responsabilidad y define su porvenir. (...) El objeto del continente nuevo y antiguo es mucho más importante. Su predestinación obedece al designio de constituir la cuna de una raza quinta en la que se fundirán todos los pueblos, para reemplazar a las cuatro que aisladamente han venido forjando la Historia. En el suelo de América hallará término la dispersión, allí se consumará la unidad por el triunfo del amor fecundo, la superación de todas las estirpes.[20]

 

En esta visión romántica de la colonización se exalta el hecho mismo de la mezcla dándole una dimensión <<cósmica>>; se califica como un acto <<amoroso>> y se coloca del lado masculino al soldado español y del femenino a la mujer indígena. La conquista se presenta como una <<empresa>> cuya violencia se justifica como parte de un plan divino que permitió el fin de la dispersión y la configuración de una <<quinta raza universal>>. Vasconcelos le da una interpretación a los sucesos históricos que dista mucho de la realidad pero que consigue resignificar la conquista en términos positivos para brindarle al miembro del imaginario mexicano un elemento de cohesión.

Es importante hacer hincapié en el aspecto de la sexualidad reproductiva que Vasconcelos describe como <<amorosa>>. Según su relato el soldado español “engendraba familia indígena”, es decir que los papeles de <<padre>> y <<madre>> están claramente asignados desde el punto de vista cultural. <<La nación mexicana>> tiene como padre al soldado español, como <<madre>> a la indígena, como ejemplo a los misioneros y los <<hijos>> indígenas tienen como destino predestinado “penetrar en la etapa del mundo Uno.” Es decir, y aunque no esté dicho explícitamente aquí[21]: la de la fe católica.

En toda narrativa nacionalista se enmascaran los hechos reales y se adaptan para poder configurar los imaginarios, en estos relatos se encubren cosas y se resaltan otras llegando a distorsionar los hechos históricos. El caso de México no es la excepción, en la descripción que hace Vasconcelos podemos ver cómo opera este mecanismo, es importante señalar que su descripción refleja lo que a nivel general se acepta como parte de la narrativa sobre la genealogía de lo mexicano. A continuación, nos detendremos en algunos de estos aspectos.

5.3.  El papel de la violencia en La Conquista y la Colonización

Lo que conocemos como <<La Conquista>> y <<La Colonización>> de la que se llamó <<Nueva España>> fue una empresa de carácter militar en la que se sometió a los pobladores que se encontraban asentados por medio de la fuerza y se les mantuvo dominados al servicio de los conquistadores. Durante tres siglos se mantuvo esta situación donde España como potencia Imperial impuso su gobierno, esclavizó a sus habitantes despojándolos de sus tierras y los obligó a trabajar para ellos. Durante este periodo se explotaron las minas y se apropiaron de las riquezas naturales. Se calcula en millones el número de muertos durante La Colonia, ya sea por las matanzas, las enfermedades o por la miseria, para poder satisfacer la demanda de esclavos se trajeron a pobladores de África.

Los mecanismos que utilizaron los españoles se podrían agrupar en dos estrategias paralelas y complementarias: la del <<terror militar>> y la de la <<evangelización religiosa>>. La primera consistía en el ejercicio de una violencia desmedida que rompiera cualquier forma de rebelión mientras que la segunda consistía en hacerlos parte del Imperio como creyentes de la misma fe de sus conquistadores merecedores de mundo eterno. Para ejemplificar cómo funcionaba el primero recuperamos una descripción que hizo Fray Bartolomé de las Casas:

Entre otras matanzas hicieron ésta en una ciudad grande, de más de treinta mil vecinos, que se llama Cholula: que saliendo a recibir todos los señores de la tierra e comarca, e primero todos los sacerdotes con el sacerdote mayor a los cristianos en procesión y con grande acatamiento e reverencia, y llevándolos en medio a aposentar a la ciudad, y a las casas de aposento del señor o señores della principales, acordaron los españoles de hacer allí una matanza o castigo (como ellos dicen) para poner y sembrar su temor e braveza en todos los rincones de aquellas tierras. […]Todos ayuntados e juntos en el patio con otras gentes que a vueltas estaban, pónense a las puertas del patio españoles armados que guardasen y todos los demás echan mano a sus espadas y meten a espada y a lanzadas todas aquellas ovejas, que uno ni ninguno pudo escaparse que no fuese trucidado. A cabo de dos o tres días saltan muchos indios vivos, llenos de sangre, que se habían escondido e amparado debajo de los muertos (como eran tantos); iban llorando ante los españoles pidiendo misericordia, que no los matasen. De los cuales ninguna misericordia ni compasión hubieron, antes así como salían los hacían pedazos.[22]

 

Lo que nos dice el narrador, que fue testigo de los hechos, es que las matanzas tenían el propósito de sembrar el terror en los conquistados y que en ese sentido no existía misericordia alguna.[23] Es importante contrastar esta descripción con la imagen del padre amoroso del que habla Vasconcelos, está es una de las fabricaciones que se requieren para ajustar la narrativa a las necesidades del protonacionalismo y que remite, de alguna manera, al mito del parricidio original ya que se busca borrar en el recuerdo colectivo la violencia, la crueldad desmedida, la explotación y el despojo sustituyéndolas por la de una figura paterna amorosa y compasiva.  

La justificación que presentan los defensores de la causa imperial española es su <<misión evangelizadora>>, es decir la cristianización de los pobladores de las tierras conquistadas que tenían cultos paganos.  En el debate que Sepúlveda mantiene con de las Casas con respecto al trato a los indígenas podemos constatar cómo aparece el aspecto de la evangelización. Lo que comenta es que: “Cuanto más que nosotros no decimos que a estos indios idolatras se les ha de hacer guerra para matarlos y destruirlos: como a los de tierra de promisión: sino para subjectarlos y quitarles la idolatría y malos ritos, y quitar los impedimentos de la predicación evangélica.”[24] En el imaginario de nacionalismo español lo que justifica el asesinato masivo, la esclavización y el despojo es la conversión de los paganos a la fe cristiana. Sepúlveda lo explica de la siguiente manera:

A lo que dice: que por librar de muerte a los inocentes que sacrificaban era justa la guerra, pero no se debe hacer porque de dos males se ha de escoger el menor, y que son mayores los males que se siguen desta guerra que las muertes de los inocentes: muy mal hace su señoría la cuenta, porque en la nueva España a dicho de todos los que de ella vienen y han tenido cuidado de saber esto: se sacrificaban cada año más de veinte mil personas: el cual numero multiplicado por treinta años que ha que se ganó y se quitó este sacrificio: serían ya seis cientos mil: y en conquistarla a ella toda: no creo que murieron más número de los que ellos sacrificaban en un año. Y también por esta guerra se evita la perdición de infinitas ánimas de los que convertidos a la fe se salvaran presentes y venideros. Y como dice Sant Agustín en la Epístola 75. Mayor mal es que se pierda un ánima que muere sin baptismo: que no matar innumerables hombres aunque sean inocentes.[25]

 

Por supuesto que los números que maneja Sepúlveda nada tienen que ver con la realidad pero a pesar de ello hay algo que destacar: el argumento de <<la salvación de las almas>>  el cual se va a repetir a lo largo de los tres siglos de colonización.  La violencia que acompañó la empresa <<evangelizadora>> se disculpa y de alguna manera se disfraza con el argumento de la salvación cristiana de los condenados por su ignorancia. Así se justifica también la conversión forzada que obedece a la política imperial española y que tiene dos momentos de violencia: el de la conversión misma y el de la persecución a los que se alejaban de las normas de la religión impuesta.

En el imaginario que planteó Vasconcelos y que refleja lo que constituye el andamiaje identitario mexicano se habla del soldado español que engendra indígenas evangelizados: un “acto de amor cristiano” como lo define el que se autodenominó Ulises Criollo. Sin embargo la realidad fue otra, las mujeres que fueron tomadas por los españoles y con las que tuvieron hijos fueron convertidas por la fuerza y no recibían el mismo trato que las españolas como tampoco sus hijos. Durante la Colonia se estableció un sistema llamado de <<Castas>> estableciendo jerarquías y derechos a partir del origen étnico y las distintas combinaciones. Lo blanco era considerado lo más honrado y privilegiado mientras que lo oscuro lo más bajo. La cristianización de los indios y negros no significó su emancipación. En el estudio que presenta Humboldt se da cuenta de esta situación:

Es claro que en un país gobernado por los blancos, las familias que se cree tienen menos porcion de sangre negra ó mulata, son naturalmente las mas honradas. En España es una especie de título de nobleza el no descender ni de judíos ni de moros: en América la piel, mas ó menos blanca, decide de la clase que ocupa el hombre en la sociedad. Un blanco aunque monte descalzo á caballo, se imagina ser de la nobleza del pais. El color constituye hasta cierta igualdad entre unos hombres, que allí, como en todas partes donde la civilización está poco adelantada, ó que retrocede, se complacen en apurar las mas pequeñas prerogativas de raza y origen. Cuando un cualquiera del pueblo tiene algún altercado con uno de los señores de título del pais, suele muy comunmente decir el primero ¿pues que cree vmd ser mas blanco que yo? expresión que caracteriza perfectamente el estado y origen de la aristocracia actual. Hay pues un grande interes de vanidad y aprecio público en valuar exactamente las fracciones de sangre europea, que han cabido á cada cual de las diversas castas. [26]

 

La valoración del individuo a partir den el color de la piel que se convirtió en un elemento determinante para la obtención de privilegios y respeto social parece contrastar con la propuesta del mestizaje como ingrediente central en la configuración del imaginario mexicano. En la propuesta que hace Vasconcelos podemos ver cómo  existe un encubrimiento del racismo; lo que realmente se propone es el “blanqueamiento” de las “razas inferiores”. Lo que propone el Ulises Criollo es que a partir de las mezclas y por medio de la elección de pareja en la procreación se irá dando una selección estética porque “donde manda la pasión iluminada no es menester ningún correctivo.  Los muy feos no procrearán”.[27] En el mismo lugar nos comenta que en esta “eugénica misteriosa del gusto estético”[28] se podrán ir descartando “la pobreza, la educación defectuosa, la escasez de tipos bellos, la miseria que vuelve a la gente fea, todas estas calamidades desaparecerán del estado social futuro”. [29] En este sentido podemos ver como lo que nos narra Humboldt prevalece en Vasconcelos al asociar al color de la piel, la situación económica y la educación. Es una versión moderna con un “barniz científico” ya que dice sostenerse sobre las teorías de Darwin[30] o de Mendel[31] pero que a final de cuentas sostiene que el resultado del mestizaje es la “depuración”.

Existe cierta confusión con respecto a este propósito “depurador” de carácter racista ya que Vasconcelos habla de una “quinta raza en la que se fundirán todos los pueblos”,[32] y que “ya no será la raza de un solo color […] lo que allí va a salir es la raza definitiva, la raza síntesis o raza integral, hecha con el genio y con la sangre de todos los pueblos y, por lo mismo, más capaz de verdadera fraternidad y de visión realmente universal”.[33] En este sentido se podría entender que a lo que se refiere es realmente a un situación idílica en la que no existan diferenciaciones por el color de la piel pero él mismo se ocupa de desmentir esta conclusión al afirmar que “quizá entre todos los caracteres de la quinta raza predominen los caracteres del blanco, pero tal supremacía debe ser fruto de elección libre de gusto y, no resultado de la violencia o la presión económica.”[34]  Lo que explica es que a final de cuentas “los tipos bajos de la especie serán absorbidos por el tipo superior.  De esta suerte podría redimirse, por ejemplo, el negro, y poco a poco, por extinción voluntaria, las estirpes más feas irán cediendo el paso a las más hermosas”.[35]

La propuesta racista de Vasconcelos recoge lo que se fue imponiendo durante la Colonia y pasó a ser una parte central de la configuración del imaginario mexicano. A esto responde un refrán popular que reza así: “vas a mejorar la raza” y se dice cuando una persona de piel más oscura se relaciona con una de tez más clara. Estudios de mercado recogen esta valoración positiva que se tiene a las personas blancas y en los anuncios publicitarios se utilizan modelos con estas características para promover mercancías que serán utilizadas por compradores morenos. El mecanismo psicológico que aquí se ve reflejado es que más allá de todo discurso político en la percepción de los individuos se asocia la belleza, la educación y el éxito económico con el color de la piel.

Para recoger lo expuesto en este apartado podemos afirmar que la construcción del imaginario colectivo de <<lo mexicano>> recurre a la <<Conquista>> como el momento fundador, al español, católico y blanco como << El Padre>> y a la indígena, bautizada por la fuerza, sumisa e ignorante como <<La Madre>>. Mientras que el estudio de la realidad nos muestra como los invasores se apropiaron de mujeres y recursos y como despojaron a los nativos de sus bienes y cultura imponiendo su gobierno, lengua y religión; la recreación mítica de la narrativa nacional los presenta como valientes misioneros que vinieron a civilizar. Como resultado de un duro proceso de colonización se consiguió implantar una visión legitimadora de la barbarie y una admiración distorsionada de las figuras del <<Padre>> y de la <<Madre>>. En este sentido no resulta sorprendente lo que nos comenta Antolín Sánchez Cuervo sobre la posición del filósofo Eduardo Nicol con referencia a la Conquista y la Colonia:

El viejo vínculo colonial -que Nicol en todo caso no deja de retratar con ingenua arrogancia, obviando la dimensión violenta de la conquista y celebrando la «asimila­ción» del indígena a la cultura «superior» del europeo mediante un proceso colonizador no imperialista sino evangelizador- se transformaría entonces en un vínculo reflexivo, caracterizado por la interdependencia.[36]

 

La configuración de la nación mexicana remite al momento de la mezcla como elemento protonacional y se expresa en términos que recoge de la estructura familiar para poder unir afectivamente a los miembros del colectivo imaginario. Lo que sucede con estas recreaciones es que en su afán de amalgamar distorsionan los hechos y al hacerlo inciden en la conformación de la psique individual de los miembros del colectivo. Como veremos a continuación el sistema de identificaciones de miembros de la <<nación mexicana>> los hace ser hijos de un conquistador que se impone por la fuerza, asesina y viola impunemente y se apropia de lo ajeno sin dar explicaciones y de una madre sometida y menospreciada que obedece a la fuerza y anhela que sus hijos sean como el padre y educa a las hijas a ser como ella.

6.   El resultado de la configuración de lo mexicano en el manejo de la violencia.

En el inicio de esta reflexión recuperamos los elementos fundamentales que el psicoanálisis encuentra en la psique humana como controladores de la violencia pulsional natural.  Estos están estrechamente ligados con el papel que se les asigna al <<padre>> y a la <<madre>>. El deseo incestuoso y junto con él el impulso homicida se refrenan a partir de dos elementos que operan en el aparato psíquico: el miedo a la muerte y el sentimiento de culpa. La madre, que atiende al recién nacido y se hace cargo de sus necesidades, se convierte en el objeto primario de deseo pero al mismo tiempo trasmite la prohibición del incesto y coloca al padre como la figura vigilante que amenaza con ejercer su violencia si no se respeta esta restricción. La interiorización de este complejo sistema de afectos y miedos tiene como resultado el autocontrol por medio de la conciencia moral y la aparición del sentimiento de culpa en caso de cualquier transgresión que amenace el equilibro entre deseo y temor.

En el Malestar de la Cultura Freud aborda esta cuestión y responde a la pregunta: “¿De qué medios se vale la cultura para inhibir, para volver inofensiva, acaso para erradicar la agresión contrariante?”[37], su respuesta es que “la agresión es introyectada, interiorizada, pero en verdad reenviada a su punto de partida; vede decir: vuelta hacia el yo propio.”[38]El control de la violencia en el individuo es factible ya que, como parte del aparato psíquico, existe una instancia que opera en este sentido y que recibe el nombre de “superyó”:

  Llamamos «conciencia de culpa a la tensión entre el superyó que se ha vuelto severo y el yo que le está sometido. Se exterioriza como necesidad de castigo. Por consiguiente, la cultura yugula el peligroso gusto agresivo del individuo debilitándolo, desarmándo­lo, y vigilándolo mediante una instancia situada en su interior, como si fuera una guarnición militar en la ciudad conquistada.[39]

 

De llegar a existir cualquier desviación en la formación de esta conciencia moral y por lo mismo de la formación del superyó lo que aparecerán son patologías de diversos órdenes. El vínculo con la madre, por su naturaleza es más primario y está mediado por el universo afectivo y sensorial en cambio la identificación con el padre, a partir del cual se desarrolla la conciencia moral, es más elaborado y se produce en una fase posterior del crecimiento. Es la madre la que señala al padre y lo “inviste” como autoridad para hacer cumplir la “ley” que en lo fundamental consiste en el control de la violencia y los deseos prohibidos.  La identificación con el padre que surge también de su cariño y admiración es lo que permite la interiorización de sistema de represión: la ley se respeta por convicción y se teme el castigo por su violación.   

En el caso de la transferencia de la tradición cultural en el desarrollo del imaginario mexicano sucede algo muy particular ya que la figura del <<padre conquistador>> en la narrativa colectiva desplaza y sustituye al <<guardián del orden>>. <<El Padre>> en el imaginario nacional no se somete a ninguna ley, se apropia por la fuerza, abusa, explota, despoja, impone sus normas y creencias sin respetar lo que ya estaba.

A este imaginario debemos añadirle otras características, su ser extranjero fundamentalmente español, blanco y con rasgos europeos, con respecto a su relación imaginaria con las mujeres, no es de respeto, al contrario, éstas están para satisfacer sus necesidades y no tiene por qué rendirles cuentas como tampoco reconocer y encargarse de los hijos que tiene con ellas. En esta representación de la figura paterna se valora la violencia, el desprecio por la ley, la satisfacción irresponsable de los deseos así como lo extranjero en su expresión española y lo blanco como distintivo de esta figura distante y admirada. La interiorización de este <<padre>> no contribuye a la formación de una conciencia moral en el sentido que Freud describe con respecto a la familia europea, lo que resulta es algo distinto que para poder comprender es necesario ver cómo interactua con el de la <<madre>>.

De vuelta a los imaginarios de la narración colectiva y ahora para ver cómo se transfiere el papel de la <<madre>> recordemos que el mito remite al encuentro de las dos culturas donde lo femenino se asocia con lo nativo. En esta construcción la mujer se entrega al conquistador, tiene sus hijos y les enseña a servir al padre que por ser español y blanco no los considera como a sus hijos europeos.  La identificación con ella es con la sumisión, el servilismo y la autodevaluación. Octavio Paz lo explica de la siguiente manera: “Si la Chingada es una representación de la Madre violada, no me parece forzado asociarla a la Conquista, que fue también una violación, no solamente en el sentido histórico, sino en la carne misma de las indias”.[40]

Samuel Ramos en su libro El Perfil del Hombre y la Cultura en México sostiene que el sentimiento de inferioridad debe considerarse un elemento constitutivo de la cultura del mexicano reconoce que en todos los países existen personas que se sienten inferiores “pero, mientras en otras partes ese sentimiento se presenta en casos individuales más o menos numerosos, pero siempre limitados, en México asume las proporciones de una deficiencia colectiva.[41] El filósofo mexicano, recurriendo al psicoanálisis encuentra que a este sentimiento de inferioridad lo acompañan otros elementos dignos de destacar, lo que comenta es que:

 El sentimiento de inferioridad no se manifiesta a la conciencia del individuo tal como es. Lo que se hace consciente son las reacciones que involuntariamente nacen para compensar aquel sentimiento, que, al establecer hábitos, van formando los rasgos del carácter. […] Las manifestaciones de ese es­tado inconsciente son, pues, muy variadas y a menudo opuestas: desde el atrevimiento, el cinismo, la falsa valentía, hasta el apocamiento o la timidez. Lo cierto es que todas estas heterogéneas manifestaciones tie­nen un fondo común más o menos visible: la afirma­ción de la propia individualidad a costa de los demás. El mismo impulso de orgullo mueve al retraído que se aparta de todos con desprecio, que al hombre que busca la sociedad para exhibir vanidosamente sus pretendidos méritos. La obsesión de sí mismo, la cons­tante atención por el propio yo, implican, como es natural, una falta correlativa de interés por los de­más, una incomprensión por la vida de los prójimos. En una palabra, las reacciones del carácter frente al sentimiento de inferioridad conducen todas al indivi­dualismo y lesionan en mayor o menor grado los sen­timientos hacia la comunidad. No se puede negar el hecho de que en México es débil el espíritu de coope­ración y la disciplina a la colectividad. En conjunto, nuestra vida tiende a la dispersión y la anarquía con menoscabo de la solidaridad social. [42]

La identificación del individuo con la <<madre imaginaria>> del relato colectivo es con la servidumbre y el aislamiento, pero sin dejar de tener el referente del <<Padre conquistador>> que rige desde su ausencia. El resultado de esta combinación es la de individuos que viven sometidos, temerosos y serviles pero que ante cualquier oportunidad de tener un poco de autoridad  se traduce en prepotencia, abuso de poder y ejercicio desmedido de la violencia. El tránsito del <<individuo sometido>> al <<pequeño tirano>> se produce en forma radical y sin límites, no hay un superyó que dosifique, la imagen del <<depredador>> ha ocupado su lugar.

La madre le trasmite al hijo que se someta al igual que ella pero que aproveche cualquier oportunidad para ser como su padre y a la hija le enseña a ser como ella, una mujer que se entrega al hombre, aunque la abandone esperando que sus hijos consigan lo que a ella le está negado. Este esquema se reproduce de generación en generación.

7.   Conclusiones 

¿Somos violentos los mexicanos? La respuesta debe darse desde la descripción del colectivo imaginario cuidando de no confundirlo con las personas reales que componemos ese grupo, las personas, sin importar sus identificaciones, tienen un componente violento que puede aflorar en determinadas circunstancias como parte integral de su constitución, pero como individuos, los “mexicanos” no somos distintos de los que conforman parte de otros colectivos imaginarios. Pero la respuesta con respecto a lo que configura y mantiene el <<nosotros>> imaginado sí contiene particularidades que se diferencian de los <<otros>>.

Somos mexicanos porque nacimos, colectivamente, de un padre español conquistador y una madre indígena chingada, hablamos una lengua impuesta por el padre y despreciamos las que podrían considerarse maternas. Nos avergonzamos del color moreno de nuestra piel, negamos por completo el negro y desearíamos tenerla del color blanco del que violó a nuestra madre para parecernos a él y no a ella. A partir de un proceso de evangelización hemos ocultado nuestras creencias más profundas para adorar la imagen sincrética guadalupana que sustitute al Dios varón de la trinidad cristiana.

Los mexicanos somos hijos de estas confusiones y distorsiones y desde estos espacios imaginarios hacemos de la violencia un ingrediente constitutivo de nuestra identidad. La referencia paterna, que simboliza la ley, está ocupada por un violador que impone su fuerza de manera desmedida en el sentido que encontramos en la etimología latina de vis y olentus, cómo no ser violentos cuando nos avergonzamos de nuestras lenguas maternas y nos consideramos incapaces de apropiarnos de la que hablamos.   Los mexicanos somos violentos con los que tienen un tono de piel más oscuro que el nuestro y nos portamos sumisos y obedientes con aquello que la tienen más clara. Hemos colocado la imagen de una virgen como centro de nuestra adoración porque en el imaginario no podemos soportar la idea de ser producto de una violación.

El <<nosotros>> que nos agrupa como nación se configura a partir de la manifestación de una fuerza desmedida e injustificada que se instituyó como verdad única y colonizó nuestro imaginario. En este sentido, y respondiendo a la pregunta que enmarca esta reflexión, podemos afirmar, con dolor, que la violencia es lo que nos hace ser mexicanos.


 

 

8.     Bibliografía citada

1.   Anderson, Benedict, Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo, traducción de Eduardo L. Suárez, México, Fondo de Cultura Económica 1993.

2.   De las Casas, Bartolomé Fray, “Brevísima relación de la destrucción de las Indias, Colegiada por el obispo don Fray Bartolomé de las Casas o Casaus, de la Orden de Sancto Domingo, año 1552” en Tratados I, México, Fondo de Cultura Económica, 1965, pp. 3-173.

3.   Freud, Sigmund, “La interpretación de los sueños (primera parte)” en Obras Completas. Tomo IV, ordenamiento, comentarios y notas de James Strachey, con la colaboración de Anna Freud, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 2002.

4.              _____________, “Tres ensayos de teoría sexual (1905)” en Obras Completas. Tomo VII, ordenamiento, comentarios y notas de James Strachey, con la colaboración de Anna Freud Benos Aires, Amorrortu Editores, 2002.

5.   ____________, “Tótem y tabú” en Obras Completas. Tomo XIII, ordenamiento, comentarios y notas de James Strachey, con la colaboración de Anna Freud, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 2002.

6.   _______________, “El malestar en la cultura” en Obras Completas. Tomo XXI, ordenamiento, comentarios y notas de James Strachey, con la colaboración de Anna Freud, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 2002.

7.              ________________, “¿Por qué la guerra? (Einstein Freud)(1933[1932])” en Obras Completas. Tomo XXII, ordenamiento, comentarios y notas de James Strachey, con la colaboración de Anna Freud, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 2002.

8.   Hobsbawm, Eric, Naciones y nacionalismo desde 1780, Crítica, Barcelona, 2000.

9.   Humboldt, A. el Barón de, Ensayo Político sobre la Nueva España, Segunda edición corregida y aumentada , adornada con mapas; traducción al castellano por Don Vicente González Arnao, Tomo I. París, Casa de Jules Renouard, 1827.

10.           Paz Octavio, El laberinto de la soledad, México, Fondo de Cultura Económica, 1981.

11.            Ramos Samuel, El perfil del hombre y la cultura en México, México, Austral, 1998.

12.            Sánchez Cuervo Antolín, “Fuera de lugar, en otro tiempo. El exilio como figura política” en Aguirre Arturo, Sánchez Cuervo Antolín y Roninger Luis, Tres estudios sobre el exilio; condición humana, experiencia histórica y significación política, Prólogo de Leonardo Senkman, Puebla, EDAF / BUAP, 2014, pp. 107-193.

13.           Vasconcelos José, La raza cósmica, México, Editorial Porrúa, 2001.

Página Web:

            El manifiesto de Sevilla contra la violencia: preparar el terreno para la construcción de la paz [en línea],  presentado y comentado por David Adams, Barcelona, UNESCO, 1992. Disponible en: http://unesdoc.unesco.org/images/0009/000943/094314so.pdf.



[1] Guido Gómez de Silva, Breve diccionario etimológico de la lengua castellana, FCE y CM, México, 1988 p.721

[2] Emile Benveniste, Vocabulario de las instituciones indoeuropeas, Taurus, Madrid, 1983. p. 286

[3] Ibidem

[4] El manifiesto de Sevilla contra la violencia: preparar el terreno para la construcción de la paz [en línea],  presentado y comentado por David Adams, Barcelona, UNESCO, 1992, p. 10. Disponible en: http://unesdoc.unesco.org/images/0009/000943/094314so.pdf.

[5] Ídem.

[6] Carta de Einstein a Freud  en: Freud, Sigmund, “¿Por qué la guerra? (Einstein y Freud) (1933 [1932]9”, Obras completas. Tomo XXII, ordenamiento, comentarios y notas de James Strachey, con la colaboración de Anna Freud, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 2002, p. 183.

[7] Ibid. p.185.

[8] Strachey, James, “Nota introductoria” en: Freud, S., op. cit., p.182.

[9] Carta de Freud a Einstein en: Freud, S, op. cit., p.188.

 

[10]Cuando insisto ante mis pacientes en la frecuencia del sueño edípico de comercio sexual con la madre propia, ob­tengo esta respuesta: «No puedo acordarme de un sueño se­mejante». Mas poco después emerge el recuerdo de otro sue­ño, irreconocible e indiferente, que en la persona en cuestión se repitió a menudo; y el análisis muestra que ese sueño tiene idéntico contenido, vale decir, es un sueño edípico. Puedo asegurar que entre los sueños de comercio sexual con la madre son muchísimo más frecuentes los disfrazados que los francos”. Freud, Sigmund, “La interpretación de los sueños (primera parte)”, Obras completas. Tomo V, ordenamiento, comentarios y notas de James Strachey, con la colaboración de Anna Freud, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 2002,  p. 400.

 

[11] Freud, Sigmund, “Tótem y tabú”, Obras completas. Tomo XIII, ordenamiento, comentarios y notas de James Strachey, con la colaboración de Anna Freud, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 2002.,eud, S鵪妞鵪﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽ca, México,  Tomo I,, s, traduccicon la colaboraci,eud, S鵪妞鵪﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽ca, México,  Tomo I,, s, traduccicon la colaboraci

[12] Nos debemos disculpar por no hacer un desarrollo que haga justicia a este aspecto central del psicoanálisis pero por razones de límite en la extensión del texto lo dejaremos solamente señalado invitando al lector a su revisión en los trabajos de Freud que citamos. Además ver: Freud, Sigmund, “Tres ensayos sobre teoría sexual (1905)” en Obras completas. Tomo VII, ordenamiento, comentarios y notas de James Strachey, con la colaboración de Anna Freud, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 2002.

 

[13] Freud, Sigmund, “Tótem y tabú”, op. cit., pp. 1-164, 143-144.

[14] La obediencia al muerto es uno de los elementos fundamentales de la construcción social y el manejo de las pulsiones. Después de cierto desarrollo el que ocupa este espacio y personifica al padre muerto idealizado es Dios,  de ahí que las leyes sean dictadas por Él y su rompimiento sancionado por su juicio. 

[15] Este último material se vuelve utilizable por la justificada expec­tativa de que la infancia de los que después son neuróticos no puede divergir esencialmente de la infancia de los después normales [agre­gado en 1915:], sino sólo en cuanto a la intensidad y claridad de los fe­nómenos involucrados. Esta nota aparece en el texto citado de Freud.

[16] Freud, S., “Tres ensayos sobre teoría sexual (1095)”, op. cit. pág.160.

[17] Freud, S., “Tótem y tabú”, op. cit., p. 159.

[18] Anderson, Benedict, Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo, traducción de Eduardo L. Suárez, México, Fondo de Cultura Económica, 1993. p. 23.

 

[19] Hobsbawm, Eric, Naciones y nacionalismo desde 1780, Barcelona, Crítica, 2000, p. 55.

 

[20] Vasconcelos, José, La raza cósmica, México, Editorial Porrúa, 2001, pp. 14-15.

[21] En otras de sus obras Vasconcelos habla explícitamente de la importancia de la fe católica en la configuración del nacionalismo mexicano.

[22] De las Casas, Bartolomé Fray, “Brevísima relación de la destrucción de las Indias, Colegiada por el obispo don Fray Bartolomé de las Casas o Casaus, de la Orden de Sancto Domingo, año 1552”, Tratados I, México, Fondo de Cultura Económica, 1965, pp. 3-173, p. 69.

[23] Así que, desde la entrada de la Nueva España, que fue a dieciocho de abril del dicho año de dieciocho, hasta el año de treinta, que fueron doce años enteros, duraron las matanzas y estragos que las sangrientas e crueles manos y espadas de los españoles hicieron continuamente en cuatrocientas e cincuenta leguas en torno cuasi de la ciudad de Méjico e a su alrededor, donde cabían cuatro y cinco grandes reinos, tan grandes e harto más felices que España. Ibid. pp. 64-65.

[24]Sepúlveda, Juan Ginés, “Prólogo del doctor Sepúlveda a los señores de la congregación”, en  De las Casas, B., op. cit., p. 291.

[25]Ibid. p. 315.

[26]  Humboldt, A., el Barón de, Ensayo Político sobre la Nueva España. Tomo I, segunda edición corregida y aumentada, adornada con mapas, traducción al castellano por Don Vicente González Arnao, Paris, Casa de Jules Renouard, 1827, pp. 261-262. Se reproduce el texto tal y como fue traducido en su momento por lo que aparece con lo que hoy se consideran errores ortográficos.

[27] Vasconcelos, J., op. cit. pág. 26.

[28] Ídem

[29] Ídem

[30] Ibid., p. 27.

[31] Ibid., p.32.

[32] Ibid., p. 14.

[33] Ibid., p. 17.

[34] Ibid., p. 21.

[35] Ibid., p. 27.

[36] Sánchez Cuervo, Antolín, Fuera de lugar, en otro tiempo. El exilio como figura política” en Aguirre, Arturo, Sánchez Cuervo, Antolín y Roninger, Luis, Tres estudios sobre el exilio; condición humana, experiencia histórica y significación política, prólogo de Leonardo Senkman, Puebla, EDAF / BUAP, 2014, pp. 107-193, pp.148-149.

[37] Freud, Sigmund, “El malestar en la cultura”, Obras completas. Tomo XXI, ordenamiento, comentarios y notas de James Strachey, con la colaboración de Anna Freud, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 2002, p. 119.

[38] Ídem

[39] Ibid., pp.119-120.

[40] Paz, Octavio, El laberinto de la soledad, México, Fondo de Cultura Económica, 1981, p. 94.

[41]Ramos, Samuel, El perfil del hombre y la cultura en México, México, Austral, 1998. p. 111.

[42]Ibid., p.112.


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