Mauricio Pilatowsky Braverman
Profesor e investigador de la FES Acatlán UNAM.
10Y él respondió: Sentido he un vivo celo
por Jehová Dios de los ejércitos; porque los hijos de Israel han dejado tu
alianza, han derribado tus altares, y han muerto á cuchillo tus profetas: y yo
solo he quedado, y me buscan para quitarme la vida.
11 Él le dijo: Sal fuera, y ponte en
el monte delante de Jehová. Y he aquí que Jehová pasaba, y un grande y poderoso
viento rompía los montes y quebraba las peñas delante de Jehová, pero Jehová no
estaba en el viento. Y tras el viento, un terremoto, pero Jehová no estaba en
el terremoto.
12 Y tras el terremoto, un fuego,
pero Jehová no estaba en el fuego. Y tras el fuego, Kol Dmama una voz apacible y
delicada.
(Biblia,
1 Reyes 19- 10-12)
En todo el mundo están
surgiendo manifestaciones que demandan el alto inmediato de las acciones
militares y el retiro del ejército israelí de Gaza. En las universidades,
profesores y alumnos, exigen que los países detengan el envío de armamentos y
que se sumen a la exigencia de reconocer a Palestina como un estado
independiente, a lo que se suma el clamor por la liberación de los rehenes
secuestrados por Hamas. Las imágenes que dan vueltas en las plataformas
digitales generan indignación y rechazo a las acciones del gobierno israelí y
del otro lado, para los defensores de estas operaciones militares, toda crítica
se etiqueta como antisemitismo. De un lado y del otro los espectros de Auschwitz
se manifiestan hablando con el estruendo de los que sienten tener la última
palabra.
En los debates políticos se utilizan
expresiones que privilegian más la movilización de emociones que el despliegue
mesurado y articulado de argumentos. En la lista de este tipo de
descalificaciones nos encontramos que los malos son nazis y el resultado
de sus acciones es Auschwitz. Las narrativas en torno a lo que sucede en
Gaza no son la excepción. De un lado se invoca el pasado al equiparar los
asesinatos perpetrados por Hamas con la “solución final” de Hitler, del otro
lado se sobrepone la suástica a la estrella de David y se “nacifica” al
ejército de Israel. Netanyahu se erige como el legítimo representante del
pueblo judío y a nombre de las víctimas de la Shoah justifica sus
acciones y políticas contra los palestinos, acusando a sus detractores de
antisemitas haciendo alusión a los nazis. Los que se pronuncian contra las
acciones del ejército israelí buscan reforzar su condena al comparar los
crímenes contra los palestinos con el Holocausto.
El oído reflexivo del
estudioso que busca comprender lo sucedido para prevenir que el deseo de
exterminar vuelva a materializarse debe poder identificar las voces de toda
suerte de predicadores que invocan el sufrimiento de los inocentes para buscar
legitimar sus acciones violentas. A nombre de las víctimas del pasado
proliferan los justicieros del presente. La tarea de identificarlos se
dificulta porque hay que atravesar un campo que está minado por toda clase de
sentimientos de empatía, odios, resentimientos y deseo de venganza. Las
imágenes que se transmiten desde Gaza, en esta perversa estimulación mediática
del morbo, movilizan las emociones en distintas direcciones, en donde ninguna
apunta al análisis profundo que procede de tomar la distancia necesaria. El
intercambio impúdico de etiquetas, lejos de abonar a solucionar el conflicto,
confunde y no permite identificar las auténticas conexiones entre el pasado y
lo que estamos viviendo.
Antes de continuar una
breve acotación: Auschwitz, Holocausto o Shoah, son tres
maneras de nombrar al mismo suceso que refiere al genocidio perpetrado por los
nazis a mediados del siglo XX contra millones de inocentes en Europa. Fue un
crimen que puede considerarse una de las expresiones más extremas del deseo de
exterminio porque, a diferencia de otros genocidios, aquí no se buscó un rédito
económico o territorial, el sometimiento de un colectivo o la imposición de un
credo o ideología; lo que motivo la construcción de un complejo sistema de
fábricas de la muerte fue el borrar a los “indeseables” de la faz de la tierra.
Todo inició con aquellos denominados discapacitados (personas con padecimientos
físicos o mentales), luego con judíos, gitanos, testigos de Jehová,
homosexuales y disidentes políticos. Lo sucedido entonces fue la
instrumentación de un genocidio cuya principal motivación fue una dialéctica
perversa que planteaba la salvación de la humanidad por medio de su exterminio.
Lo que sí podemos
aprender de lo sucedido durante la Segunda Guerra Mundial es el poder
destructivo de las ideologías nacionalistas, la capacidad movilizadora del
racismo y cómo la configuración de colectivos imaginarios, que supuestamente
amenazan la seguridad de las mayorías, genera odios, lo suficientemente
poderosos como para aceptar el asesinato de los <<otros>> como la
única solución posible. Es la lógica perversa del nacionalismo cuando se vuelve
beligerante. Eso sería lo que deberíamos haber aprendido después del
Holocausto: que, en la exacerbación de las particularidades excluyentes,
instrumentadas por reivindicación nacionalistas, está el germen de Auschwitz.
Para los extremistas
judíos, que se han apoderado de la narrativa sionista, todos los palestinos son
“terroristas”, mientras que para los fundamentalistas palestinos todos los
judíos son sus enemigos. Los extremos se han encontrado en una perversa complicidad
donde miles de inocentes, sin importar sus adscripciones, son víctimas de sus
ideologías exterminadoras. Todos los intentos de generar una convivencia
pacífica se han visto dinamitados por los fanáticos de ambos lados; no debemos
olvidar que el asesino del primer ministro Itzjak Rabin fue un fundamentalista
judío y que lo hizo para evitar que se llegara a un acuerdo con los palestinos.
La instrumentación de la política a partir de la lógica
<<amigo-enemigo>>, formulada por Carl Schmitt, ideólogo de los
nazis, funciona de tal manera que deshumaniza a los que se etiqueta como
enemigos y facilita su exterminio sin que provoque oposición. Sólo así se puede
entender cómo los miembros de Hamas pudieron asesinar y secuestrar a los
pobladores judíos y como los soldados israelíes matan a inocentes a los que
colocan en la macabra definición de “daño colateral”.
La lejana y poco
factible esperanza de que se alcance una convivencia entre israelíes y
palestinos radica en terminar con la lógica de los nacionalismos excluyentes
que instrumentan las políticas belicistas en los dos colectivos. La memoria del
Holocausto, el respeto y homenaje a los millones de inocentes que fueron
asesinados, debería traducirse en un compromiso donde nadie se arrogue el
derecho de hablar por ellos y menos aún de sacar un rédito por su sufrimiento.
La Shoah, o en español <<catástrofe>>, es la expresión de la
exacerbación de un <<nosotros>> imaginario que requiere del
exterminio de los <<otros>>. A final de cuentas, si no quieren que
la tierra prometida sea la de los sepulcros, y realmente buscan aprender algo
de lo que sucedió en Auschwitz, es el momento de cambiar el estruendo de la
guerra por la voz con la que habla la reflexión: Kol Dmama o el sonido de un
fino silencio.
Ciudad de México 17 de junio de 2024