lunes, 17 de junio de 2024

«Auschwitz», los nacionalismos y los crímenes de Gaza

 

 

Mauricio Pilatowsky Braverman

Profesor e investigador de la FES Acatlán UNAM.

 

10Y él respondió: Sentido he un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos; porque los hijos de Israel han dejado tu alianza, han derribado tus altares, y han muerto á cuchillo tus profetas: y yo solo he quedado, y me buscan para quitarme la vida.

11 Él le dijo: Sal fuera, y ponte en el monte delante de Jehová. Y he aquí que Jehová pasaba, y un grande y poderoso viento rompía los montes y quebraba las peñas delante de Jehová, pero Jehová no estaba en el viento. Y tras el viento, un terremoto, pero Jehová no estaba en el terremoto.

12 Y tras el terremoto, un fuego, pero Jehová no estaba en el fuego. Y tras el fuego, Kol Dmama una voz apacible y delicada.

(Biblia, 1 Reyes 19- 10-12)

 

 

En todo el mundo están surgiendo manifestaciones que demandan el alto inmediato de las acciones militares y el retiro del ejército israelí de Gaza. En las universidades, profesores y alumnos, exigen que los países detengan el envío de armamentos y que se sumen a la exigencia de reconocer a Palestina como un estado independiente, a lo que se suma el clamor por la liberación de los rehenes secuestrados por Hamas. Las imágenes que dan vueltas en las plataformas digitales generan indignación y rechazo a las acciones del gobierno israelí y del otro lado, para los defensores de estas operaciones militares, toda crítica se etiqueta como antisemitismo. De un lado y del otro los espectros de Auschwitz se manifiestan hablando con el estruendo de los que sienten tener la última palabra.

 

 En los debates políticos se utilizan expresiones que privilegian más la movilización de emociones que el despliegue mesurado y articulado de argumentos. En la lista de este tipo de descalificaciones nos encontramos que los malos son nazis y el resultado de sus acciones es Auschwitz. Las narrativas en torno a lo que sucede en Gaza no son la excepción. De un lado se invoca el pasado al equiparar los asesinatos perpetrados por Hamas con la “solución final” de Hitler, del otro lado se sobrepone la suástica a la estrella de David y se “nacifica” al ejército de Israel. Netanyahu se erige como el legítimo representante del pueblo judío y a nombre de las víctimas de la Shoah justifica sus acciones y políticas contra los palestinos, acusando a sus detractores de antisemitas haciendo alusión a los nazis. Los que se pronuncian contra las acciones del ejército israelí buscan reforzar su condena al comparar los crímenes contra los palestinos con el Holocausto.

 

El oído reflexivo del estudioso que busca comprender lo sucedido para prevenir que el deseo de exterminar vuelva a materializarse debe poder identificar las voces de toda suerte de predicadores que invocan el sufrimiento de los inocentes para buscar legitimar sus acciones violentas. A nombre de las víctimas del pasado proliferan los justicieros del presente. La tarea de identificarlos se dificulta porque hay que atravesar un campo que está minado por toda clase de sentimientos de empatía, odios, resentimientos y deseo de venganza. Las imágenes que se transmiten desde Gaza, en esta perversa estimulación mediática del morbo, movilizan las emociones en distintas direcciones, en donde ninguna apunta al análisis profundo que procede de tomar la distancia necesaria. El intercambio impúdico de etiquetas, lejos de abonar a solucionar el conflicto, confunde y no permite identificar las auténticas conexiones entre el pasado y lo que estamos viviendo.

 

Antes de continuar una breve acotación: Auschwitz, Holocausto o Shoah, son tres maneras de nombrar al mismo suceso que refiere al genocidio perpetrado por los nazis a mediados del siglo XX contra millones de inocentes en Europa. Fue un crimen que puede considerarse una de las expresiones más extremas del deseo de exterminio porque, a diferencia de otros genocidios, aquí no se buscó un rédito económico o territorial, el sometimiento de un colectivo o la imposición de un credo o ideología; lo que motivo la construcción de un complejo sistema de fábricas de la muerte fue el borrar a los “indeseables” de la faz de la tierra. Todo inició con aquellos denominados discapacitados (personas con padecimientos físicos o mentales), luego con judíos, gitanos, testigos de Jehová, homosexuales y disidentes políticos. Lo sucedido entonces fue la instrumentación de un genocidio cuya principal motivación fue una dialéctica perversa que planteaba la salvación de la humanidad por medio de su exterminio.

 

Lo que sí podemos aprender de lo sucedido durante la Segunda Guerra Mundial es el poder destructivo de las ideologías nacionalistas, la capacidad movilizadora del racismo y cómo la configuración de colectivos imaginarios, que supuestamente amenazan la seguridad de las mayorías, genera odios, lo suficientemente poderosos como para aceptar el asesinato de los <<otros>> como la única solución posible. Es la lógica perversa del nacionalismo cuando se vuelve beligerante. Eso sería lo que deberíamos haber aprendido después del Holocausto: que, en la exacerbación de las particularidades excluyentes, instrumentadas por reivindicación nacionalistas, está el germen de Auschwitz.

 

Para los extremistas judíos, que se han apoderado de la narrativa sionista, todos los palestinos son “terroristas”, mientras que para los fundamentalistas palestinos todos los judíos son sus enemigos. Los extremos se han encontrado en una perversa complicidad donde miles de inocentes, sin importar sus adscripciones, son víctimas de sus ideologías exterminadoras. Todos los intentos de generar una convivencia pacífica se han visto dinamitados por los fanáticos de ambos lados; no debemos olvidar que el asesino del primer ministro Itzjak Rabin fue un fundamentalista judío y que lo hizo para evitar que se llegara a un acuerdo con los palestinos. La instrumentación de la política a partir de la lógica <<amigo-enemigo>>, formulada por Carl Schmitt, ideólogo de los nazis, funciona de tal manera que deshumaniza a los que se etiqueta como enemigos y facilita su exterminio sin que provoque oposición. Sólo así se puede entender cómo los miembros de Hamas pudieron asesinar y secuestrar a los pobladores judíos y como los soldados israelíes matan a inocentes a los que colocan en la macabra definición de “daño colateral”.

 

La lejana y poco factible esperanza de que se alcance una convivencia entre israelíes y palestinos radica en terminar con la lógica de los nacionalismos excluyentes que instrumentan las políticas belicistas en los dos colectivos. La memoria del Holocausto, el respeto y homenaje a los millones de inocentes que fueron asesinados, debería traducirse en un compromiso donde nadie se arrogue el derecho de hablar por ellos y menos aún de sacar un rédito por su sufrimiento. La Shoah, o en español <<catástrofe>>, es la expresión de la exacerbación de un <<nosotros>> imaginario que requiere del exterminio de los <<otros>>. A final de cuentas, si no quieren que la tierra prometida sea la de los sepulcros, y realmente buscan aprender algo de lo que sucedió en Auschwitz, es el momento de cambiar el estruendo de la guerra por la voz con la que habla la reflexión:  Kol Dmama o el sonido de un fino silencio.

 

Ciudad de México 17 de junio de 2024

 

 

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