Publicado en: ISEGORÍA. Revista de Filosofía Moral y Política
N.º 50, enero-junio, 2014, 253-268, ISSN: 1130-2097
doi: 10.3989/isegoria.2014.050.14
Mauricio Pilatowsky
Si
el ser humano es un producto de sus circunstancias, tendremos que humanizar las
circunstancias. Si el hombre es social por naturaleza, desarrollará su
verdadera naturaleza en el seno de la sociedad y solamente allí.[1]
Karl
Marx y Federico Engels, La sagrada
familia
1. El
espectro de Marx y el historiador marxista
“Un fantasma recorre
Europa: el fantasma del comunismo”.[2]
Así comenzaba El manifiesto del Partido
Comunista que escribieron Marx y Engels en 1848. Hoy, más de un siglo y
medio después, podríamos afirmar que un “fantasma recorre el mundo: el de Karl
Marx”. Uno de los responsable de esta presencia espectral fue sin lugar a dudas
uno de los teóricos marxistas más importantes del siglo XX, nos referimos a
Eric Hobsbawm, quien falleció el año pasado (2012) a sus 95 años. A lo largo de
su vida sostuvo que las ideas marxistas
estuvieron siempre presentes y nunca perdieron su vigencia.[3]
Este destacado académico nunca renunció a su militancia en el Partido Comunista
y nos demostró, por medio de sus estudios históricos, el valor teórico de los
postulados marxistas.
No es sencillo demostrar que los estudios históricos que
realizó el académico, siendo a la vez militante, no se “contaminaron” de sesgos
ideológicos que invalidaran su valor teórico y más difícil aún es demostrar que
justo sus concepciones políticas lo impulsaron a un rigor teórico en su
quehacer como historiador. Para Hobsbawm ser marxista militante llegó a ser
sinónimo de historiador riguroso y metódico y le dio sentido a su militancia
política escribiendo ensayos y libros:
No me convertí en ningún figurón del movimiento en favor del desarme
nuclear, hablando ante enormes multitudes en Hyde Park como Edward Thompson. No
marché a la cabeza de grandes manifestaciones públicas, como Pierre Bourdieu en
París. No salvé de la cárcel a un editor turco que había publicado uno de mis
artículos ofreciéndome a ser juzgado a su lado, como hizo Noam Chomsky en 2002.
[…] Esencialmente, aparte de una conferencia aquí o allá, mi actividad política
consistió en escribir libros y artículos,[…].[4]
La revisión de sus aportaciones en el campo de la
historia nos permite afirmar que uno de los temas centrales al que le dedicó
una parte de su obra fue el del "nacionalismo" y el lugar que
éste ocupo en el desarrollo del capitalismo a partir de finales del siglo
XVIII. Su inclinación por el estudio de la vinculación entre la formación de
los estados modernos y la configuración de las naciones tiene un sello
biográfico que él mismo manifiesta en forma explícita; nacido en Egipto durante
la ocupación británica de padre Inglés y madre austriaca, ambos judíos, vivió
su juventud en Berlín y Viena antes de la segunda Guerra Mundial para huir con
el ascenso de Hitler al poder y radicarse en Inglaterra. Se educó como austriaco sin filiación religiosa aunque sin dejar de recordar, aunque sea
tangencialmente, su origen judío; llegó a la Gran Bretaña, país del que era
ciudadano como un inmigrante centro europeo y creció sintiendo que no era ni egipcio, ni judío, ni austriaco, ni tampoco inglés, aunque todas esas
adscripciones lo acompañaron toda su vida y de alguna manera lo ayudaron a
sentirse ciudadano del mundo.
Durante casi toda mi vida mi situación ha sido la siguiente:
encasillado por haber nacido en Egipto, circunstancia que no ha tenido ninguna
relación práctica con la historia de mi vida, como si mis orígenes fueran
otros. Me he encariñado y me he sentido como en casa en varios países, y he
visto algo de otros muchos. Sin embargo, en todos ellos, incluso en el que me
dio la nacionalidad, me he sentido no necesariamente un forastero, sino
alguien que no pertenece totalmente al lugar en el que se encuentra, bien como
ciudadano británico entre centroeuropeos, bien como inmigrante del continente
en Inglaterra, bien como judío en todos los sitios donde he estado —incluso, o
mejor dicho en realidad especialmente en Israel—, […].[5]
Esta situación particular de múltiples y complejas
identificaciones se acompañó de confrontaciones ideológicas; durante la Segunda
Guerra Mundial los alemanes y los ingleses se enfrentaron y a él le toco servir
en el ejército británico, a pesar de ser judío nunca se identificó con el
movimiento nacionalista judío conocido como "sionismo" para ser
más precisos podemos afirmar que fue muy crítico con esta ideología, al
respecto escribió: “ Y si hacemos
el experimento mental de imaginar que el sueño de Herzl se hace realidad y que
todos los judíos acabamos en un pequeño Estado territorial independiente, […]
veremos lo nefasto que, sería para el resto de la humanidad, e incluso para el
propio pueblo judío”.[6]
Su
militancia comunista que inicio desde su juventud en Austria lo llevó a otra
suerte de conflictos donde el nacionalismo jugaba un papel central ya que la
Unión Soviética privilegió sus intereses nacionales a los de la lucha por la
emancipación de los trabajadores.
La biografía del investigador en este caso se convierte
en material de estudio, la búsqueda de respuestas a sus dilemas existenciales
lo motivaron a reforzar sus herramientas analíticas de tal manera que el
marxismo para Hobsbawm se convirtió en una metodología para entenderse al mismo
tiempo como el sujeto que analiza y al objeto de estas investigaciones; para
responderse a sí mismo no escatimó en recursos y nos obsequió un estudio
general sobre la condición del hombre en el mundo contemporáneo. A continuación
iremos abordando cada uno de los aspectos que hemos enunciado para poder
ofrecer una visión más completa de la manera en la que el académico y militante
se apoyó en las teorías de Marx para comprender el mundo en el que vivimos.
2.
Entre el marxismo y el comunismo
2.1.
De la teoría a la práctica
El análisis del
pensamiento marxista de Eric Hobsbawm requiere de una reflexión previa sobre la
vinculación entre sus posturas teóricas y prácticas; esta distinción nos parece
pertinente ya que no todo activista político es un conocedor profundo de la
teoría marxista, así como en el medio académico o intelectual podemos encontrar
especialistas que dominan el materialismo histórico como método y no tienen una
militancia política. En el caso del autor encontramos que fue miembro del
partido comunista y tuvo una actividad profesional como académico e intelectual
aplicando las propuestas de Marx y Engels para el análisis de la historia. En
sus reflexiones autobiográficas, él mismo dio cuenta de esta situación al
preguntarse qué fue lo que surgió primero; la respuesta que nos ofreció fue que
antes de haber leído a Marx ya se consideraba marxista, lo describió haciendo
un poco de burla de sí mismo a la distancia que le permitían los años y la
madurez:
Y fue a la biblioteca de la escuela
donde me mandó un profesor exasperado —sólo recuerdo que se llamaba Willi
Bodsch— cuando manifesté mis convicciones comunistas. Me dijo con firmeza (y
dando en el clavo): «No cabe duda de que no sabes de qué hablas. Ve a la
biblioteca y estudia sobre el tema». Así lo hice y descubrí el Manifiesto
comunista...[7]
La
identificación con la izquierda nació en Berlín[8] y
formó parte de una identidad colectiva; en esa época, entre las dos grandes
guerras, muchos jóvenes judíos asimilados encontraban entre los comunistas un
marco de convivencia que les daba sentido de pertenencia. Su identificación
política estaba muy ligada con su identidad, más adelante hablaremos de su relación con el judaísmo,
pero nos parece importante señalar que para Eric Hobsbawm su primer
acercamiento a la política estuvo signado también por el aspecto judío, comenta
que: “La primera conversación
política que recuerdo tuvo lugar cuando yo tenía seis años, en un sanatorio de
los Alpes, entre dos señoras judías del mismo estilo que mi madre. Giraba en
torno a Trotski. (“Diga lo que quiera, es un muchacho judío llamado
Bronstein”.)”[9]
En
sus memorias escribió que su primera lectura del Capital de Marx fue como “rito de iniciación del típico intelectual socialista del siglo XX”.[10]
No cabe duda que en la revisión que hizo el historiador de su propia
experiencia encontró que antes que su acercamiento intelectual al marxismo tuvo
una motivación afectiva y fue parte de la construcción de sus identificaciones
infantiles; antes que un académico fue un militante. Su identificación temprana
con las causas revolucionarias y su compromiso con esta lucha podría
proporcionarle argumentos a sus detractores quienes pueden aducir que su
perspectiva de análisis estaba “contaminada” por sus afectos lo cual le podría
restar objetividad a sus análisis.
Estos argumentos se sostienen en una suposición que es
cuestionable; "la imparcialidad del
historiador" Hobsbawm no
aceptaba esta premisa, de hecho la cuestionó; para él, todo investigador es
“hijo de su tiempo” y de las circunstancias que le tocan vivir. Lo que él
reconoció es que su biografía lo condujo al compromiso político y, como veremos
más adelante, éste consistió en ser un historiador cuyas investigaciones fueran
aceptadas en la academia más allá de los debates ideológicos. El marxismo le
permitió al historiador comprenderse a sí mismo como “sujeto de la historia”, y
su trabajo como una aportación política. Las circunstancias lo llevaron a ser
un marxista y el materialismo histórico le permitió comprender estás
determinantes. Dicho en otras palabras, el investigador estaba convencido que
el método desarrollado por Marx y por Engels era el adecuado para comprender la
historia en la que él, como hombre, jugó un papel.
¿Puedo añadir que creo que el marxismo es, con mucho, el mejor método
para abordar la historia porque tiene una conciencia más clara que la de otros
métodos de lo que pueden hacer los seres humanos como sujetos y forjadores de
la historia y también de lo que no pueden hacer como objetos de la historia? Y
es el mejor, dicho sea de paso, porque Marx, como virtual inventor de la
sociología del conocimiento, también desarrolló una teoría sobre cómo las ideas
de los historiadores mismos probablemente se verán afectadas por su ser
social.[11]
Su compromiso con la búsqueda de la verdad se convirtió
en su manera de militar, demostrar académicamente que el materialismo histórico
era el método idóneo para comprender la experiencia humana, fue su manera de
luchar para responder a lo que, desde niño, sintió como un compromiso. “Al fin y al cabo, me he pasado más de medio siglo
intentado convencer a la gente de que la historia marxista significa más de lo
que todos han creído hasta ahora, y si la asociación del nombre de un
historiador con ella contribuye a que así sea, tanto mejor.”[12]
Después
de estas precisiones pasaremos al análisis de las aportaciones de Hobsbawm en
el estudio marxista de la historia para luego abordar el de su militancia
política. Hemos invertido el orden en el que estás dos aparecieron en su vida
para acompañarlo en su propia reflexión autobiográfica donde el investigador
consumado se hace preguntas sobre sus propios dilemas.
2.2.
El marxismo como teoría para comprender la historia
Hobsbawm nos expone la
investigación marxista de la historia como una tarea creativa donde la
interpretación de la teoría jugó un papel fundamental; como historiador se vió
en la necesidad de aplicarla en la instrumentación de una metodología. Ya que
su fundador no dio ejemplos de cómo hacerlo, en cierta medida podemos afirmar
que los resultados de sus estudios dan muestra de su profunda comprensión de
los principios y su capacidad de llevarlos a la práctica. En una de sus
conferencias hizo la siguiente aclaración:
Esta influencia de Marx al escribir historia no es un fenómeno
evidente. Porque, si bien la concepción materialista de la historia es el
núcleo del marxismo, y si bien todo lo que escribió Marx está impregnado de
historia, el propio Marx no escribió mucha historia tal como la entienden los
historiadores. […] Lo que llamamos «escritos históricos de Marx» consisten casi
exclusivamente en análisis políticos de actualidad y comentarios periodísticos,
combinados con cierto grado de antecedentes históricos. [13]
Para
Hobsbawm la gran contribución de Marx para el estudio de la historia fue el
entender al hombre a partir de la manera en la que busca resolver sus necesidades
primarias para lo que establece distintas formas de organización colectiva que
se va transformando de acuerdo a las circunstancias concretas con las que se
enfrenta. Lo que le permite al historiador entender el desarrollo de la
civilización es el análisis de estas distintas maneras en las que los hombres
transforman la naturaleza y a sí mismos como parte de ella.
La verdad básica sigue siendo que el análisis de cualquier sociedad,
en cualquier momento de la evolución histórica, debe empezar con el análisis de
su modo de producción, es decir, de: a) la forma técnico-económica del
«metabolismo entre el hombre y la naturaleza» (Marx), la manera en que el
hombre se adapta a la naturaleza y la transforma por medio del trabajo; y b)
las medidas sociales por medio de las cuales se moviliza, despliega y asigna el
trabajo.[14]
Este principio fundamental propuesto por Marx y por
Engels es el que orienta la metodología del historiador marxista para Hobsbawm,
cualquier expresión cultural está determinada por los modo de producción, la manera en la que
los hombres se relacionan con la naturaleza para satisfacer sus necesidades
establece a su vez la forma en la que se relacionan entre sí. El trabajo
requerido para producir los bienes no es equitativo, como tampoco lo es la
distribución de los mismos. Para mantener este sistema de inequidad se requiere
de la utilización de diversos medios; algunos de sometimiento y represión y
otros de convencimiento. Es así como entendemos el surgimiento de los gobiernos
en sus distintos momentos y las ideologías que los justifican, así como también
las expresiones religiosas, artísticas y el desarrollo de la ciencia. El
historiador “descifra” lo que encuentra en su estudio de las huellas que han
dejado los hombres a través de la cultura y se pregunta por los modos concretos
de producción que las motivan.
Como
parte del análisis de su persona como sujeto de la historia reconoce que su
“marxismo se desarrolló como un intento de comprender mejor el mundo de las
letras”[15] y
reconoce que en ese momento no se centraba tanto en los aspectos económicos,
comenta que le “interesaba
saber el lugar que ocupaban en la sociedad el artista y las artes (en realidad,
la literatura) y conocer su naturaleza, o, en términos marxistas, «¿cómo se
relaciona la superestructura con la base?».[16]
Fue un amante del Jazz y un gran conocedor de esta corriente musical.[17]
Eric Hobsbawm se entendió a sí mismo como un sujeto
determinado por la situación concreta que le tocó vivir, su lectura de la
historia no podría partir de otro lugar que no fuera su visión subjetiva y el
pensamiento que podía desarrollar a partir de esta perspectiva. Para superar este obstáculo lo que propuso
fue ubicarse como “sujeto histórico”, reconocer que su producción intelectual
se inscribía en el entramado social como una parte más de la superestructura
determinada por las relaciones de producción y desde esta localización buscó
los canales para una interpretación que trascendiera su situación subjetiva.
Esto es lo que consideró el reto del historiador por lo que comentó:
Ahora bien, un proyecto así requiere un marco conceptual que permita
el análisis de la historia. Dicho marco debe basarse en el único elemento de
cambio direccional en el ámbito de la experiencia humana que resulta observable
y objetivo, con independencia de los deseos y juicios de valor subjetivos o
propios de la época que podamos tener, a saber: la constante y creciente
capacidad de la especie humana para controlar las fuerzas de la naturaleza por
medio del esfuerzo físico y mental, la tecnología y la organización de la
producción. […] De ahí la importancia crucial que tiene Karl Marx para los
historiadores, ya que toda su concepción y su análisis parten de dicha base,
algo que hasta ahora no ha hecho nadie más.[18]
El
historiador marxista, de acuerdo a la interpretación de Hobsbawm, mira al
pasado desde su perspectiva subjetiva en el presente que le toca vivir. Lo que
llega a su conciencia son las múltiples expresiones culturales que responden a
la organización de las relaciones concretas de producción, su trabajo consiste
en “atravesar” dos filtros; el de la superestructura y el del tiempo. Para esta
labor se deben establecer jerarquías,[19]
distinguir los elementos continuos que se encuentran en la base de las
expresiones superestructurales[20]
y a partir de ahí, diferenciar lo que permanece de lo que se transforma en lo
que define como “la dinámica interna del cambio”.[21]
Esta manera de entender la historia requiere de invertir los tiempos lo cual
significa que para conocer el origen se debe partir de las formas más
desarrolladas, es decir del presente.
“En sus obras
de madurez Marx estudió deliberadamente la historia en orden inverso, tomando
el capitalismo desarrollado como punto de partida. El «hombre» era la clave de
la anatomía del «mono».”[22]
En este punto Hobsbawm nos dejó claro que su comprensión del pasado estaba
determinada por sus experiencias en el presente, en otras palabras “significa
que el pasado no puede entenderse exclusiva o principalmente en sus propios
términos: no sólo porque forma parte de un proceso histórico, sino también porque ese proceso
histórico solo nos ha permitido analizar y comprender cosas relativas a ese
proceso y al pasado”.[23]
Hay una interpretación evolucionista de la historia,[24]
consideraba que el hombre ha ido desarrollando mejores capacidades para
transformar la naturaleza que le permiten crear condiciones más óptimas de
vida. Lo que a su juicio, y siguiendo a Marx, impide que la distribución de
estos bienes sea más equitativa son los intereses de clase, entre mayor riqueza
se genera aumenta la brecha entre la minoría que los atesora y la mayoría que
apenas puede acceder a lo básico. Esta desigualdad constituye parte del proceso
histórico y tiene que ver con las relaciones concretas de producción.
El esfuerzo que realizan los seres humanos para
producir satisfactores y que conocemos como “trabajo” se manifiesta
materialmente de diversas maneras, a lo largo de la historia este esfuerzo no
ha seguido la lógica de la retribución justa, los que disfrutan sus beneficios
explotan a los que lo producen. Desde su origen la explotación ha sido una
constante aunque sus modalidades han ido cambiando. Lo que se conoce como "capital" es este excedente de esfuerzo materializado y acumulado
a lo largo de la historia de la humanidad. El presente está determinado por la
lógica que han impuesto los poseedores de este capital que defienden el sistema
de injusticia del que se benefician. Por otro lado, en este mismo desarrollo,
en la lógica de la producción, tenemos al sector de los trabajadores que son
los que aportan su esfuerzo y son excluidos del goce de aquello que
generan.
La acumulación de capital, que ha caracterizado a
las diversas formas de producción a lo largo de la historia, se produce por la
distribución inequitativa de los bienes, entre mayor sea genera más injusticia;
esta lógica material se ha ido perfeccionando en una forma de evolución
perversa; al progresar se mejoran los medios de
explotación. Los trabajadores en el sistema capitalista denominados
“proletarios” han sido despojados de todo y tienen que entregar su trabajo para
poder sobrevivir, al ceder el producto de su esfuerzo en un sistema mecanizado
que los cosifica pierden lo que los hace ser hombres, los despoja de su
humanidad. En la era del capitalismo avanzado, los desarrollos tecnológicos
generan riqueza a partir de un sistema donde los trabajadores son parte de la
maquinaria productiva. Entre los trabajadores se encuentran también los
profesionistas cuyo trabajo intelectual es también enajenado.
Lo que Hobsbawm entendió de la teoría marxista es
que la lucha del proletariado por su emancipación se convierte en la de la
humanidad en un sentido universal. Esta situación tiene que ver con la dinámica
histórica de la producción del capital, al sufrir en sus personas el desarrollo
más perverso y perfecto de explotación generado por la acumulación de
excedentes a lo largo de la historia; el rescate de aquello que les ha sido
enajenado se convierte en la recuperación de la humanidad que el capital le ha
ido arrebatando al hombre como ser social. “Cuando Marx habló de los obreros
como clase revolucionaria, no quería decir simplemente que se rebelaban ‘contra
las condiciones individuales de una sociedad existente hasta hoy’, sino ‘contra
la mismísima ‘producción de la vida’ existente hasta hoy y la ‘totalidad de la
actividad’ sobre la que se basa’”.[25]
Como a continuación podremos observar, Hobsbawm era
consciente de las limitaciones de esta prognosis, se identificó con esta forma de entender la
historia y por eso se definió como marxista, encontró en la teoría expuesta por
Marx una “llave” para entrar al pasado como sujeto histórico del presente; lo
que también adoptó fue su compromiso con la lucha por la emancipación, pero
como historiador estaba consciente de lo que significaba este compromiso y de
la manera en la que podía influir en su juicio como investigador. En una
conferencia pronunciada en 1970 comentó lo siguiente:
El propio Marx estaba comprometido con un objetivo concreto de la
historia humana, el comunismo, y con un papel concreto para el proletariado antes
de llevar a cabo el análisis histórico que, según creía él, demostraba su
carácter ineluctable... de hecho, antes de saber mucho sobre el proletariado.
En la medida en que sus predicciones precedieron a su análisis histórico, no
puede decirse que se apoyaran en dicho análisis, aunque esto no significa
necesariamente que fueran erróneas. Como mínimo debemos procurar distinguir las
predicciones basadas en el análisis de las que se basan en el deseo.[26]
De
acuerdo a esta interpretación que hizo de Marx, el compromiso político y la
tarea del investigador debían complementarse. Para Hobsbawm el análisis de la
historia responde al compromiso político, es una de las herramientas que
identifican al intelectual con la clase trabajadora que lucha por la
emancipación universal. Para apoyar la revolución comunista se requiere de un
estudio profundo de los mecanismos de dominación y de las perspectivas de
cambio; es aquí donde surge el tema de la prognosis. Mientras que el activista,
en la búsqueda de justicia tiende a mezclar, con mayor facilidad sus deseos con
sus reflexiones, el investigador tiene un compromiso político con la verdad y
la capacidad de discernir lo que corresponde a una motivación y lo que es
propio de la otra. A esto adjudicaba que el análisis marxista fuese muy
asertivo para comprender las "leyes inmanentes de
la producción capitalista" y no así para identificar el papel del proletariado en la
transformación de la sociedad.
Así, en el famoso pasaje que
habla de la tendencia histórica de la acumulación capitalista, la predicción
que hace Marx de la expropiación del capitalista individual por medio de «las
leyes inmanentes de la producción capitalista misma» (esto es, por medio de la
concentración de capital y la necesidad de una forma cada vez más social del
proceso laboral, el uso consciente de tecnología y la explotación planificada
de los recursos del globo) se apoya en un análisis histórico-teórico diferente
y más significativo que la predicción de que el proletariado mismo como clase
será el «expropiador de los expropiadores». Las dos predicciones, aunque
vinculadas, no son idénticas y, en realidad, podemos aceptar la primera sin
aceptar la segunda.[27]
2.3 El comunismo como práctica política
Como
ya se ha señalado, para Eric Hobsbawm la investigación histórica debía
entenderse como parte del compromiso político a favor de la justicia, en este
sentido él no desasociaba su tarea intelectual con su militancia en el partido
comunista, en sus memorias comentó: “Me hice comunista en 1932, aunque en realidad no
ingresé en el Partido hasta mi llegada a Cambridge en otoño de 1936. Permanecí
en él durante unos cincuenta años.”[28]
Después de todas las cosas negativas que sabemos sobre lo que fue la Unión
Soviética y como los partidos comunistas en todo el mundo se plegaron, en mayor
o menor medida, a las políticas dictadas desde el Kremlin, es difícil
comprender como un intelectual como Hobsbawm permaneció en él toda su vida. Es todavía más difícil entender la militancia
política en el partido comunista cuando leemos la claridad con la que el
historiador cuestionó a estas agrupaciones.
El Partido […] tenía derecho de preferencia, o mejor dicho era el
único que realmente tenía un derecho sobre nuestras vidas. Sus exigencias
tenían prioridad absoluta. Acatábamos su disciplina y sus jerarquías.
Aceptábamos incondicionalmente la obligación de seguir «la línea» que nos
proponía, incluso cuando discrepábamos con ella, aunque hacíamos esfuerzos heroicos
para convencernos de su «corrección» intelectual y política con el fin de
«defenderla», como se esperaba de nosotros. […]
Hacíamos lo que nos mandaba. […] Si el Partido
mandaba que abandonaras a tu amante o a tu esposa, la dejabas.[29]
Además de sus cuestionamientos a la forma de operar y de
la obediencia acrítica que se exigía, también cuestionó las políticas de Stalin
y sus seguidores.[30]
Todo esto dificulta aún más el comprender las razones por las que no desertó
como la gran mayoría de los intelectuales de izquierda a lo largo de todo el
siglo. Hobsbawm fue consciente de la
dificultad de justificar esta permanencia y no por ello se negó a hacerlo. Nos
aclaró que definitivamente no era lo mismo pertenecer al partido viviendo en un
país comunista que en un capitalista. En el primer caso los miembros del
partido fueron cómplices del terror y se privilegiaron de su participación, en
segundo estuvieron siempre en la oposición y fueron perseguidos. En ese
sentido, afirmaba Hobsbawm: “lo
tuvimos más fácil”.[31]
El mismo autor consideraba que esta diferenciación
en la localización del partido no resolvía la pregunta original que él mismo había enunciado: "¿Por qué
permaneció en el Partido a pesar de todo" A partir de una mirada
retrospectiva nos presentó un argumento que se enmarcaba en la estrategia
política; consideraba que la elección del espacio donde realizar la acción
política debía asumir que no hay situaciones ideales ni sistemas perfectos, que
“no consiste en un proceso constante de selección de hombres o medidas, sino
en elecciones aisladas o infrecuentes de paquetes, de tal manera que nos vemos
obligados a comprar la parte desagradable del contenido porque no hay otra
manera de conseguir el resto, y, en cualquier caso, porque no hay otra manera de
obtener una eficacia política”.[32]
Esta justificación, que se sostiene en una concesión
a la realidad parece más una disculpa que una verdadera explicación de un
hombre que, en el terreno de la verdad, no solía negociar. El mismo Hobsbawm
aceptaba que existía un lazo afectivo que lo mantuvo en el partido y que nunca
consiguió eludir; este vínculo tenía más que ver con la configuración de su
identidad personal que con estrategias políticas. En sus memorias comentó: “No
obstante, sigue abierta la cuestión de por qué permanecí en el Partido, a
diferencia de lo que hicieron muchos amigos míos y a pesar de mi disidencia”.[33]
Más adelante agrega que su adscripción al comunismo se dio en “pleno
hundimiento de la República de Weimar”[34]
cuando el nacionalsocialismo amenazaba con apoderarse de Europa y todavía se
vivía el entusiasmo por el triunfo de la Revolución de Octubre. El comunismo en
esa época y en ese lugar ofrecía una esperanza para ese mundo que se
desmoronaba, pero se volvió comunista también por un aspecto emocional; “pertenecía
a la generación unida por un cordón umbilical casi inquebrantable a la
esperanza en la revolución mundial y en su sede original, la Revolución de Octubre,
por muy escéptico o crítico con la URSS que fuera”.[35]
Al describir el lazo de unión de su generación como
un “cordón umbilical” remitía al aspecto familiar e incluso infantil. Más
adelante desarrollaremos lo relativo a su judaísmo pero en este punto no
podemos dejarlo a un lado ya que el mismo Hobsbawm lo relacionaba cuando al describir
que los jóvenes judíos discriminados por el entorno antisemita veían en el
comunismo un lugar de encuentro y de comunión. Algunos se orientaban hacia la
identificación sectorial y se volvían sionistas, pero para los que buscaban una
superación de carácter universal el comunismo fue quién los albergó:
El nuestro era un movimiento para toda la humanidad y no
para un sector en concreto de ella. Representaba el ideal de superar el
egoísmo, individual y colectivo. En repetidas ocasiones, los jóvenes judíos que
empezaban como sionistas se unían al comunismo porque, por muy evidente que
fueran los sufrimientos de su pueblo, eran sólo parte de la opresión
universal.[36]
La filiación comunista de
Hobsbawm en sus años de juventud le permitió ser parte de un colectivo unido
por la esperanza de terminar con la opresión y la exclusión en un momento en el
que los vientos soplaban en sentido contrario. Para los judíos no había lugar
en el mundo que prometían los fascistas, los sionistas ofrecían una forma
distinta de exclusión y un rompimiento con la vivencia europea, su pobreza les
imposibilitaba pensarse en otro lugar que no fuera donde estaban. En cambio, la
Revolución de Octubre y la creación de la Unión Soviética ofrecían una
esperanza en ese momento, ser comunista significó estar del lado de los justos,
pasó a ser una suerte de familia que los adoptó en un momento en el que se
definieron sus identidades. Ésta es la profunda razón por la que Hobsbawm nunca
pudo dejar el partido, lo consideraba una traición, un abandono. Fue crítico en
forma radical, se opuso a sus políticas y se negó a secundarlas pero siempre
desde adentro como si fuese una familia de la que se sintió responsable y de la
que no podía desentenderse. Lo que mejor puede describir esta situación es la
definición que hizo del sentimiento revolucionario:
La entrega a la revolución depende, pues, de una mescolanza
de motivaciones: los deseos de mejora en la vida cotidiana, tras los que,
esperando surgir, están los sueños de la vida realmente buena; la sensación de
que todas las puertas se cierran ante uno, pero, a la vez, la de que es posible
echarlas abajo; el sentimiento de urgencia, sin el cual los llamamientos
a la paciencia o a las mejoras parciales no dejan de tener fuerza.[37]
3.1
Nación y nacionalismo
El compromiso político
de Eric Hobsbawm se expresó de dos formas distintas; por un lado fue miembro
activo del Partido Comunista y por el otro se abocó a investigar las formas en las que operaba el capitalismo para
mantener el sistema de explotación y de injusticia. Como ya hemos señalado en
su juventud se identificó con la Revolución de Octubre y mantuvo la esperanza
de la proximidad de la revolución proletaria que emanciparía a la
humanidad la que por supuesto no llegó y
en cambió lo que le tocó vivir fueron los horrores de la Segunda Guerra
Mundial, la Guerra Fría, el fin de la
Unión Soviética y los estragos causados por el capitalismo triunfante.
En la búsqueda de una respuesta para esta situación pudo
identificar uno de los mecanismos políticos por medio de los cuales se pudieron
controlar los movimientos sociales que lucharon por una transformación de las
condiciones de explotación; el "el nacionalismo". Con una
metodología marxista, Hobsbawm estudio su genealogía y su desarrollo desde finales del siglo XVIII y hasta finales
del XX.[38]
En esta exploración podemos observar como él se ubicó como objeto de la
historia y al mismo tiempo como el sujeto que la investiga. Le tocó sufrir en
carne propia el ascenso del nacionalsocialismo que lo obligó a emigrar y que
terminó con la vida de familiares y amigos,
como investigador buscó darle una explicación al fenómeno del que fue
una de sus víctimas. De ahí que afirme que no se puede investigar seriamente el
nacionalismo si existe una adscripción de esta naturaleza que se busca
rescatar.
Finalmente,
no puedo por menos de añadir que ningún historiador serio de las naciones y el
nacionalismo puede ser un nacionalista político comprometido, excepto en el
mismo sentido en que los que creen en la veracidad literal de las Escrituras,
al mismo tiempo que son incapaces de aportar algo a la teoría evolucionista, no
por ello no pueden aportar algo a la arqueología y a la filología semítica. El
nacionalismo requiere creer demasiado en lo que es evidente que no es como se
pretende. [...]No tan compatible, diría
yo, es ser un feniano o un orangista; no lo es más que el ser sionista es
compatible con escribir una historia verdaderamente seria de los judíos; a
menos que el historiador se olvide de sus convicciones al entrar en la biblioteca
o el estudio. Algunos historiadores nacionalistas no han podido hacerlo. Por
suerte, al disponerme a escribir el presente libro, no he necesitado olvidar
mis convicciones no históricas.[39]
3.1. La lectura
marxista del nacionalismo
El historiador marxista busca entender las
transformaciones que ocurren en la sociedad a partir de las relaciones de
producción, en ese sentido la investigación sobre el nacionalismo no podría ser
la excepción. Hobsbawm descubrió que el origen del concepto "nación" se puede localizar a finales del siglo XVIII con las
revoluciones burguesas y no antes. Su genealogía remite a las luchas de las
masas contra las tiranías del viejo régimen. “El significado primario de "nación"[…], era político.
Equiparaba "el pueblo" y el estado al modo de las revoluciones
norteamericana y francesa, […]. La " nación" considerada así era
el conjunto de ciudadanos cuya soberanía colectiva los constituía en un estado
que era su expresión política”.[40]
En su lucha contra los privilegios feudales la
burguesía convocó a las masas invitándolas a formar un colectivo regido por
principios universales; en su origen la nación surgió determinada por dos
aspectos que formarían los polos de una constante tensión dialéctica; su
carácter revolucionario con demandas libertarias y su vinculación con un Estado nación que se
convertía en el órgano mediador de las mismas y que exigía una adscripción
ciudadana donde se excluía a los que eran considerados una amenaza. La
burguesía triunfante incorporó a las masas trabajadoras a su nueva estructura
política por medio de este doble movimiento, la igualdad abstracta frente a la
ley y la desigualdad concreta en lo relativo a la distribución de la riqueza.
Hobsbawm escribió que en este proceso de reorganización
de las adscripciones colectivas se buscaron elementos que pudieran enlazar
artificialmente a las personas creando comunidades que definió, utilizando el
término de Benedict Anderson, como "imaginadas".[41]
De lo que se trataba era de producir en los miembros de un colectivo,
sentimientos de “hermandad” con personas con las que no tenía mayor vínculo y
al mismo tiempo sembrar un rechazo de otros grupos a los que debía identificar
como extraños e incluso enemigos. Gracias a esta estrategia se pudieron fracturar
los lazos de solidaridad entre las clases trabajadoras ya que se les inculcaba
el “amor” a la patria en la que explotados y explotadores formaban una nación
frente a las otras, para lograrlo se exaltaron elementos de cohesión ya
existentes, como los lazos sanguíneos, la utilización de lenguas, la vecindad
territorial o las creencias religiosas, a estos aspectos los denominó "protonacionales" .[42]
El nacionalismo fue una ideología promovida por el
aparato de control gubernamental que había sustituido a las monarquías, en
otras palabras; “el estado era la máquina que debía manipularse para que una
«nacionalidad» se convirtiera en una «nación», o incluso para salvaguardar una
situación existente contra la erosión histórica o la asimilación”.[43]
Como vigilante de los intereses económicos de la burguesía en los estados
liberales o de la burocracia partidista en los estados comunistas, el aparato
estatal diseñó estrategias para la
consolidación de la nación; entre las que podemos destacar, los sistemas de educación
pública, las campañas de alfabetización, el manejo de símbolos patrios, el
invento de una historia mitológica[44] y
el reclamo de territorios.
En su estrategia de consolidación el estado nación se
enfrentó a los movimientos sociales originados por el desarrollo del
capitalismo radicalizando los elementos protonacionales, de esta manera
surgieron las ideologías racistas, los grandes conflictos poscoloniales y los
genocidios.
La consecuencia lógica del intento de
crear un continente pulcramente dividido en estados territoriales coherentes,
cada uno de ellos habitado por una población homogénea, tanto étnica como
lingüísticamente, fue la expulsión en masa o el exterminio de las minorías.
Esta era y es la fatal reducción al absurdo del nacionalismo en su versión
territorial, aunque no quedó plenamente demostrado hasta el decenio de 1940.
Con todo, la expulsión en masa e incluso el genocidio hicieron sus primeras
apariciones en los márgenes meridionales de Europa durante la primera guerra
mundial y después de ella, cuando los turcos emprendieron la extirpación en
masa de los armenios en 1915 y, después de la guerra entre Grecia y Turquía en
1922, expulsaron entre 1,3 y 1,5 millones de griegos del Asia Menor, donde
habían vivido desde los tiempos de Homero.[45]
En la interpretación marxista del capitalismo
avanzado Hobsbawm identificó al nacionalismo y la creación de naciones como uno
de los mecanismos fundamentales utilizados para controlar a las masas desviando
sus sentimientos de indignación y exigencia de justicia social al ámbito de las
pasiones patrióticas, el odio al extraño y el culto secular a la identidad
colectiva imaginada. Esta interpretación le permitió comprender por qué la
revolución proletaria fracaso y como es que el comunismo, nacido en la Revolución
de Octubre desembocó en el estalinismo; en este mismo sentido cerró su
investigación sobre el nacionalismo con una dosis de esperanza ya que, a su
juicio, se podían observar signos de debilitamiento en su funcionamiento.
Como he sugerido, «nación» y
«nacionalismo» ya no son términos apropiados para describir, y mucho menos para
analizar, las entidades políticas que se califican de tales, o siquiera los
sentimientos que en otro tiempo se describían con ellos. No es imposible que el
nacionalismo decaiga con la decadencia del estado-nación, […]. Sería absurdo
afirmar que este día ya está cerca. No obstante, espero que al menos sea
posible imaginarlo. Después de todo, el hecho mismo de que los historiadores al
menos están empezando a hacer algunos progresos en el estudio y el análisis de
las naciones y el nacionalismo induce a pensar que, como ocurre con tanta
frecuencia, el fenómeno ya ha dejado atrás su punto más alto. Dijo Hegel que la
lechuza de Minerva que lleva la sabiduría levanta el vuelo en el crepúsculo. Es
una buena señal que en estos momentos esté volando en círculos alrededor de las
naciones y el nacionalismo.[46]
3.2. Hobsbawm y su judaísmo
Para concluir, unas cuantas palabras sobre la manera en
la que Eric Hobsbawm se relacionó con sus identidades imaginadas; su postura
marxista le exigió una revisión de sí mismo en cuanto objeto de la misma
historia que estudio como sujeto. Como ya se ha mencionado anteriormente el
reconoció que le tocó vivir en un tiempo y un lugar donde los aspectos religiosos
judíos ya no eran un factor determinante en su formación,[47]
no se identificó con el sionismo y las circunstancias tampoco le permitieron
asimilarse al mundo germánico que en esa época lo rechazó por ser judío. En sus memorias relató esta situación:
No tengo
ninguna obligación moral de observar las prácticas de una religión ancestral y
mucho menos de servir a la pequeña nación-Estado, militarista, culturalmente
decepcionante y políticamente agresiva, que pide mi solidaridad por una
cuestión racial. Ni siquiera debo encajar con la postura mucho más en boga de
este comienzo de siglo, la de «víctima», la del judío que con la fuerza de la
Shoah (y en una época única y sin precedentes de logros mundiales, éxitos y
aceptación generalizada de los judíos), afirma ante la conciencia mundial unos
derechos exclusivos como víctima de persecución.[48]
En su exposición nos dejó claro porque no se sintió
identificado con los elementos que definen la identidad judía, lo que no quedó
muy claro es por qué se siguió considerando judío. Por lo que expresó, se
identificaba con una postura que justo se definía por su distanciamiento con
las tradiciones pre-modernas del judaísmo: “En tales circunstancias, para un
judío el ser «alemán» no era un proyecto nacional o político, sino cultural.
Significaba abandonar el atraso que representaban los shtetls y los shuls[49] y
entrar a formar parte del mundo moderno”.[50]
Vacío de todo contenido aparente, su judaísmo lo acompañó toda su vida, le
pareció que constituía una parte imprescindible de su identidad. Lo que
encontramos en sus memorias es una declaración que podría ayudarnos a
esclarecer este punto.
¿Qué significado exacto podía tener en la década de 1920 «ser judío»
para un muchacho anglo-vienés inteligente que no había sufrido el antisemitismo
y estaba tan alejado de las prácticas y creencias del judaísmo tradicional, y
que, hasta la pubertad, no fue consciente de haber sido circuncidado? Quizá
sólo el siguiente: que una vez, teniendo unos diez años de edad, con ocasión
de un hecho que no recuerdo, aprendí de mi madre una especie de máxima muy
sencilla; cuando, hice, probablemente de forma reiterada, una observación
negativa sobre el comportamiento de un tío mío, calificándolo de «típicamente
judío», ella me replicó muy seria: «Nunca hagas nada, ni por asomo, que dé la
impresión de que te avergüenzas de ser judío».
Desde aquel día he intentado siempre llevar este principio a la práctica,
aunque a veces suponga verdaderamente un esfuerzo muy arduo, a la luz de la actuación
del gobierno de Israel.[51]
Lo que parece haber determinado su identificación con el
judaísmo fue este extraño mandamiento materno, que recuerda haberlo recibido
poco tiempo antes de que ella muriera. Por lo que él mismo confiesa esta orden
lo marcó de por vida, da la impresión, y esta afirmación requeriría de un
análisis biográfico más exhaustivo, que su investigación sobre las identidades
nacionales podría considerarse una respuesta a la dificultad de responder a
este mandato. Para poder sentirse orgulloso de ser judío, debió primero
encontrar lo que esto significaba, por lo que expuso, nunca lo encontró y sin
embargo no pudo emanciparse del sentimiento de obediencia infantil.
4. Conclusiones
La
lectura marxista de la historia que nos ofreció Eric Hobsabawm, además de una
contribución invaluable al estudio de la civilización, puede considerarse una
de los ejercicios más convincentes de la aplicación de este método y por lo
mismo de lo certero de sus postulados. El rigor metodológico de este
investigador y su comprensión profunda del pensamiento marxista, lo llevaron a
cuestionar su papel como sujeto de conocimiento, la búsqueda de una respuesta a
esta interrogante lo llevó a un análisis profundo del lugar que ocupa la
configuración de "identidades imaginadas" en las estrategias
capitalistas para mantener el sistema de explotación.
La revisión de la historia según lo
demostraron sus trabajos debía contemplar el lugar del que conoce en el momento
y las circunstancias que le tocaron vivir; de ahí que él se viera a sí mismo
como un objeto de la historia; en este sentido no tuvo concesiones especiales,
comprendió que se aferró a dos núcleos identitarios muy conflictivos: su
adscripción vitalicia al Partido Comunista y a su identidad judía. El análisis
crítico de sus propias limitaciones le permitió una exploración más rigurosa de
las circunstancias históricas que lo llevaron a él y a muchos de su generación,
a definirse ante estos temas. Al revisar sus trabajos podemos concluir que fue
más asertivo en la exploración de los fenómenos externos y que en lo relativo a
sus posturas personales tuvo la integridad intelectual de reconocer las
limitaciones que tienen todos los historiadores pero que en su gran mayoría no
están dispuestos a reconocer.
Bibliografía citada.
1.
Hobsbawm
Eric, Años interesantes; Una vida en el
XX, Crítica, Barcelona, 2003
2.
_____________, Sobre la Historia, Crítica, Barcelona, 1998
3.
_____________, Revolucionarios;
Ensayos contemporáneos, Crítica, Barcelona, 2010
4.
____________, Naciones y nacionalismo desde 1780, Crítica, Barcelona, 200.
5.
K. Marx y F. Engels, La sagrada Familia o Crítica de la Crítica
Crítica; contra Bruno Bauer y Consortes, Editorial Grijalbo, México, 1958
6.
________________, Manifiesto del Partido Comunista, Editorial
Progreso, Moscú, 1973
[1] K. Marx y F. Engels, La sagrada Familia o Crítica de la Crítica
Crítica; contra Bruno Bauer y Consortes, Editorial Grijalbo, México, 1958.
p. 197
[2] K. Marx, Manifiesto del Partido Comunista, Editorial
Progreso, Moscú, 1973. p.29
[3] En una conferencia pronunciada
en 1966, comentó lo siguiente: “El propósito de mi charla es el tratamiento de un par de preguntas:
¿por qué florece hoy el marxismo? y ¿cómo es este florecer?”, E. Hobsbawm, el diálogo sobre el marxismo, pp. 157-173, p.157, en Revolucionarios;
Ensayos contemporáneos, Crítica, Barcelona, 2010.
[4] Hobsbawm Eric, Años interesantes; Una vida en el XX,
Crítica, Barcelona, 2003. p. 244
[8] Ibid. p. 62
[9] E. Hobsbawm, Los intelectuales y la lucha de clases, pp. 346-377,
en: Revolucionarios, op.cit. p. 354
[10] E. Hobsbawm, Años interesantes, op. cit. p.67
[11] E. Hobsbawm, ¿Ha progresado la historia?, pp. 70-83, en, Sobre la Historia,
Crítica,
Barcelona, 1998
[12] E. Hobsbawm, Años interesantes, op. cit. p. 279
[14] Ibid. p.168
[15] E. Hobsbawm, Años interesantes, op. cit. p. 98
[16] Ibidem.
[17] Ibid. p.84
[18] E. Hobsbawm, ¿Qué puede decirnos la historia sobre la
sociedad contemporánea?, pp.38-51, en, Sobre
la historia, op. cit. pp. 45-46
[19] E. Hobsbawm, ¿Qué deben los historiadores a Karl Marx?,
pp. 148-162, en, Sobre la historia, op. cit. p. 155
[20] Ibidem.
[21] Ibidem.
[22] E. Hobsbawm, Marx y la historia, op. cit. p. 164
[23] Ibid. pp.164-165
[24] E. Hobsbawm, ¿Qué deben los historiadores a Karl Marx?
op. cit. p. 156
[26] E. Hobsbawm, La historia y el futuro, op. cit. p. 55
[27] Ibidem.
[28] E. Hobsbawm, Años interesantes, op. cit. p. 125
[32] E. Hobsbawm, Intelectuales y comunismo, en Revolucionarios, op. cit. p. 46
[33] E. Hobsbawm, Años interesantes, op. cit. p. 204
[34] Ibidem.
[35] Ibidem.
[36] Ibid. p.133
[38] E. Hobsbawm, Naciones y nacionalismo desde 1780,
Crítica, Barcelona, 2000.
[42] Ibidem
[43] Ibid. p. 104
[44] “El pasado legitima. Cuando el presente tiene
poco que celebrar, el pasado proporciona un trasfondo más glorioso”. Ibid. p. 17
[45] Ibid. p. 143
[46] Ibid. p. 202
[47] “También aprendí algo del alfabeto judío, del que
ya me he olvidado, además de la plegaria principal para un judío, el «Shema
Yisroel» (la pronunciación siempre era la asquenazí y no la sefardí impuesta
por el sionismo), y un fragmento del «Manishtana», la serie de preguntas y
respuestas rituales que se supone que debe recitar el varón más joven de la
casa durante la Pascua. Como en mi familia nadie celebraba la Pascua, ni
observaba el Sabat, ni el cumplimiento de las demás festividades judías, y
tampoco seguía las normas de ayuno religiosas, nunca tuve ocasión de poner en
práctica mis conocimientos, sabía que era preciso cubrirse la cabeza dentro del
templo, pero las únicas veces que me encontré a mí mismo en uno fue con ocasión
de bodas y funerales”. Ibid. p.30
[48] E. Hobsbawm, Años interesantes, op. cit. p.33
[49] Shtetls es un término yiddish para designar las
pequeñas unidades en las que vivía la mayor parte de los judíos de la Europa
oriental. Shuls
significa «sinagogas».
[50] Ibid. p. 31
[51] Ibid. pp. 31-32
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