Por Reyes Mate:
Publicado en Babelia, El País, 9 de mayo del 2015, páginas 10-11
Gracias a Claudia Larios por su ayuda en la edición
Hace 20 años, cuando Europa recordaba el medio siglo de Auschwitz, de
España se decía que no había cultura del Holocausto. Se conocía el diario de
Ana Frank y poco más. Hoy la situación es diferente. Nombres como Levi,
Antelme, Wiesel, Lanzmann, Celan, Kertész, Borowski, Hillesum, Arendt, Adorno o
Rosenzweig forman parte de nuestro paisaje intelectual.
Nos hemos apropiado de los nombres y obras imprescindibles. Lo que pasa
es que Auschwitz, a diferencia de cualquier otro gran acontecimiento histórico,
es algo más que un hecho datado en el tiempo y el espacio. La Primera Guerra
Mundial, por ejemplo, es uno de esos grandes hechos que conocemos y que siempre
podemos conocer mejor, pero cuyo conocimiento consistirá en remitirse a lo que
ocurrió. Auschwitz, sin embargo, demanda nuestra atención no sólo por lo que
ocurrió entonces, sino por lo que va significando a partir de ese momento. Esto
explica que el flujo de obras sobre el plan nazi de destrucción de los judíos
europeos sea imparable. Sin llegar a las cifras de Alemania o Francia también
resulta apreciable la producción hispanohablante. Y ya no se trata sólo de
traducciones, aunque estas dominen claramente, sino de una creación propia que
cuanta en algunos campos con notables contribuciones.
Si tenemos en cuenta la producción del último decenio hay que señalar,
en el campo de la historia, además de la imprescindible obra de Raul Hilberg La
destrucción de los judíos europeos (2005), el libro de G. Bensoussan Historia
de la Shoah (2005), breve pero de una precisión matemática. Recientemente,
Enzo Traverso ha hecho llegar a las librerías el título El fin de la
modernidad judía. Historia de un giro conservador (2014), en la que el
historiador italiano desarrolla la provocativa tesis de que lejos quedan los
tiempos del judío como “pueblo paria”. Después de la guerra se convirtió en una
minoría distinguida, ubicada normalmente del lado de los dominadores, y ese
giro a afectado su capacidad creativa, claramente disminuida desde el fin de la
guerra hasta hoy. Reseñable es también la publicación de Behemoth. Pensamiento y
acción en el nacional-socialismo, 1933-1944, de Franz Neumann. Se trata de
una de las obras pioneras sobre el nazismo, publicada en 1944, que a decir de
Hilberg “debe ser estudiada y no sólo leída”. Defiende la idea de que el Tercer
Reich es un producto de aluvión y no posee una estructura coherente.
Por lo que respecta a la producción fílmica, el espectador
español ha podido conocer, además de la obligada película de Claude Lanzmann Shoah,
su última producción, El último de los injustos, donde se plantea el
espinoso asunto de la responsabilidad de los “consejos judíos”: ¿colaboradores
o resistentes? Es un diálogo sin concesiones entre Lanzmann y Benjamin
Murmelstein, el presidente del consejo judío de Terezin. Juzgado por
colaboracionista y absuelto, aunque anatemizado por Israel, el filme coloca al
espectador ante dilemas irresolubles que dejan en ridículo las simplezas de
Arendt o Scholem sobre la culpabilidad de estos consejos judíos. Hace unos meses
nos enteramos de que Alfred Hitchcock filmó ya en 1945 la liberación de 11
campos de concentración, entre ellos Dachau, Buchenwald y Mauthausen. Con aquel
material – “más atroz que lo peor de un filme de terror” – compuso una película
que los aliados no quisieron que se viera para no molestar ni distraer la
atención de los alemanes, concentrados en reconstruir el país. Esas imágenes,
perdidas en el Imperial War Museum de Londres, han salido a la luz con el
título Memory of the Camps. Otro filme reseñable es el polaco Ida,
de Pawel Pawlikowski. También Moscú ha rescatado una docena de películas que
por razones políticas fueron borradas de la historia. Muchas de ellas tratan de
lo que se ha dado en llamar “holocausto con balas”. Se refiere a los asesinatos
de judíos de primera hora
cometidos por los Einsatzkomandos a punta de pistola. Stalin las
prohibió, en parte para no dejar protagonismo a las víctimas judías, en parte
porque aquello sólo fue posible con la complicidad de los soviéticos, un
detalle que la propaganda estalinista negaba de plano.
Habría que hablar también de teatro. En salas minoritarias
se ha podido ver la obra clásica de Peter Weiss La indagación. Mejor
suerte ha tenido la pieza de Juan Mayorga Himmelweg, representada en 18
países y actualmente en cartelera en Parma, Italia. El autor enfrenta el
teatro, buscador de la verdad, con la teatralización de la vida en el campo de
Terezin, cuyo objetivo era engañar al mundo falsificando la realidad. El mismo
autor vuelve sobre el tema en El cartógrafo (Varsovia, 1:400.000), que
será próximamente representada en Francia.
Dado que en Auschwitz nade un deber de memoria que obliga
a repensar nuestro tiempo a la luz de la barbarie, numerosos son los ensayos
que de una manera u otra se aproximan a esta preocupación. Georges
Didi-Huberman, autor de Cortezas (2014) y Pueblos expuestos, pueblos
figurantes (2012), es un ensayista francés que piensa con imágenes. Le
preocupa cómo escapar de la industria cultural de la memoria y cómo denunciar
el turismo memoralístico. La imagen sería el camino para que el
espectador de hoy experimente el horror de algo que no ha vivido. Santiago
Kovadloff, un brillante escritor argentino, se plantea, en La extinción de
la diáspora judía (2013), el sentido de la diáspora después de la
existencia del estado de Israel. La diáspora – esto es, el exilio como forma de
existencia y la renuncia a construir un Estado – ha marcado la identidad del
pueblo judío durante milenios. La cosa cambia al tener un estado propio. El
autor se pregunta si el judaísmo, que sobrevivió a la destrucción del antiguo
reino de Israel, podrá sobrevivir a la construcción de un Estado nacional. Por
el libro desfilan las opiniones de intelectuales como Lévinas, Rozitchner,
Goldmann, Misrahi, Finkielkraut, Jean Daniel o George Steiner. Entiende que ya
no procede caracterizar como diaspórico al judaísmo posisraelí, una tesis con
consecuencias si tenemos en cuenta que
se ha asociado el genio judío a la cultura diaspórica. Del exilio también habla
Mauricio Pilatowsky, otro autor judío mexicano, en Las voces desterradas.
Reflexiones en torno a los imaginarios judíos (2014), donde la figura del
exilio aparece como fuente de identidades y nacionalismos. De interés es
igualmente la obra de Ricardo Forster Los hermeneutas de la noche, con
prólogo de Alberto Sucasas (2009), en la que el autor, de la mano del poeta
Celan, del escritor Borges, del crítico Steiner, del místico Scholem y de los
filósofos Benjamin y Adorno, se adentra en los laberintos de la barbarie para denunciar
las ambiguedades de una modernidad que incubó Auschwitz. El colectivo de
enseñantes Eleuterio Quintanilla es autor de Pensad que esto ha sucedido.
Guía de recursos para el estudio del Holocausto (2009), de gran valor
pedagógico, que se suma a unos textos pioneros como Educar contra Auschwitz (2004),
de J. F. Forges, y La lección de Auschwitz (2004), de J. C. Mèlich.
La memoria de Auschwitz se
sustenta fundamentalmente en testimonios que se expresan en diarios o en
relatos novelados apoyados en experiencias reales, modalidad en la que
sobresalió Jorge Semprún. La significación moral de Auschwitz vive de la
memoria. El croata Miljenko Jergovic es el autor de una de esas novelas, Ruta
Tannenbaum (2014), inspirada en la historia de Lea Deutsch, una joven judía
que murió en el vagón de ganado que la trasladaba, junto con toda su familia, a
Auschwitz. Es un conmovedor relato escrito para salvar a Lea de un olvido
injustificable, pero sobre todo para poner en estado de alerta al lector de
nuestro tiempo con preguntas tan oportunas como ¿somos tan diferentes de los
que asistieron indiferentes a aquel genocidio?, ¿no es acaso Guantánamo una
modalidad del universo concentracionario? Ante el peligro de que el lector se
identifique con la víctima, el autor nos hace veer que la protagonista es
condenada por los nuestros. Más importante que la empatía o la compasión es la
interpelación. Ese formato de novela construida libremente sobre un episodio
real es el de Javier Cercas en El impostor (2014): un caso real de falsificación
del pasado nazi, el de Enric Marco, le da pie para cuestionar abusivamente los
usos de la memoria en España.
Vasili Grossman, el autor del
inolvidable Vida y destino, es, junto a Ilya Ehrenburg, titular de El
libro negro (2012), una recopilación de testimonios llevada a cabo en 1945
por los aliados a instancia de Albert Einstein sobre el exterminio de los
judíos soviéticos. El material, de primera mano, fue utilizado en el juicio de
Núremberg, pero no pudo ser publicado en Rusia hasta 1993 por suspicacias del
Kremlin. Es un relato estremecedor pues late en él la primera impresión, la
sorpresa incontenible de estar ante algo que ni en sueños se había imaginado la
humanidad.
Con el paso del tiempo han
aflorado contenidos nuevos, como el de las mujeres en el campo (las obras Auschwitz
y después, de C. Delbo, 2004; Prisionera de Stalin y de Hitler, de
M. Buber-Neumann, 2005, y Una vida conmocionada, de E. Hillesum, 2007) y
temas que antes no eran posibles, como considerar víctimas a los alemanes (A
paso de cangrejo, de G. Gras [sic], y El ángel caído, de W. G.
Sebald). Hubo víctimas alemanas, pero ¿cuándo hay que hablar de ellas?
La desaparición de los testigos
inaugura un tiempo nuevo, el de la
posmemoria. No el de la sustitución de la memoria por la historia, como dice
Paul Ricœur, sino el de llevar a la práctica el significado del deber de
memoria, que Adorno lo resumía así: “Dejar hablar al sufrimiento es la
condición de toda la verdad”. Esa sería la lección de Auschwitz y esa sería la
gran tarea pendiente. Porque es verdad que en nuestra cultura el sufrimiento
incita a la compasión, pero no es el máximo indicador a la hora de pensar la
política, ni siquiera la ética. Este imperativo categórico, formulado por los
supervivientes y por los intelectuales responsables en la primera hora, justo
en el momento en el que lo que primaba era la autoridad del sufrimiento y no
todavía el del cálculo político, es lo que al cabo de 70 años sigue pendiente.
La mayoría de las obras aquí mencionadas nace de una forma más implícita que
explícita de llenar este vacío del que el futuro deberá hacerse cargo.