Por Eynel Pilatowsky
La violencia sistemática e impune que se apodera de nuestro país nos despoja como individuos de nuestro pacto social, dejándonos completamente vulnerables. La desaparición de 43 estudiantes de la escuela normal de Ayotzinapa nos lastima como sociedad. La posible explicación sobre su desaparición proporcionada por el procurador resulta aterradora. “México, me dueles” se han dejado leer miles de pancartas en las marchas multitudinarias. Los acontecimientos violentos en contra de los normalistas nos dejan perplejos, imposibilitando el tránsito del dolor desgarrador a una comprensión racional de los hechos. Racionalizar lo ocurrido exige despojarnos de nuestra capacidad afectiva de indignación, y no hay nada peor para una sociedad que perder la capacidad de indignación. Cuando dejemos de indignarnos, no tendremos nada.
La violencia sistemática e impune que se apodera de nuestro país nos despoja como individuos de nuestro pacto social, dejándonos completamente vulnerables. La desaparición de 43 estudiantes de la escuela normal de Ayotzinapa nos lastima como sociedad. La posible explicación sobre su desaparición proporcionada por el procurador resulta aterradora. “México, me dueles” se han dejado leer miles de pancartas en las marchas multitudinarias. Los acontecimientos violentos en contra de los normalistas nos dejan perplejos, imposibilitando el tránsito del dolor desgarrador a una comprensión racional de los hechos. Racionalizar lo ocurrido exige despojarnos de nuestra capacidad afectiva de indignación, y no hay nada peor para una sociedad que perder la capacidad de indignación. Cuando dejemos de indignarnos, no tendremos nada.
Por otro lado, demonizar el acontecimiento como incomprensible y fuera de la capacidad del raciocinio implica una aceptación de la barbarie como tal, ignorando las causas estructurales que se esconden detrás de la abominable desaparición de los 43 jóvenes, el asesinato de seis y la aparición de tantos cuerpos en fosas comunes, que murieron en el anonimato. Estos acontecimientos terroríficos no son hechos aislados producto de la crueldad y la locura humanas. Son la consecuencia racional de una lógica económica que ha golpeado al campo mexicano por más de doscientos años.
Las normales rurales de Guerrero tienen una historia combativa. Pareciera que intrínseco al nombre del estado está la personalidad de muchos de sus habitantes. Un ejemplo de esta historia es Lucio Cabañas, un estudiante egresado de la normal de Ayotzinapa, posteriormente profesor de la escuela de Atoyac y líder del Partido de los Pobres en Guerrero, quién a final de los años sesenta, indignado por la masacre de varios de sus compañeros en la manifestación del 18 de mayo de 1967, dejaría la protesta pacífica para comenzar a organizar la guerra de guerrillas.
Basado en la teoría revolucionaria del Che Guevara, Lucio Cabañas, como tantos otros guerrilleros en Latinoamérica, consideraban que esperar las condiciones adecuadas para que se encendiera la revolución podía mermar la lucha. El “foquismo” guevarista planteaba que las condiciones debían ser propiciadas a través de pequeños asaltos, principalmente contra el ejército, que poco a poco debilitarían al Estado.
La “Guerra Sucia,” como es conocido el movimiento campesino, es el resultado de un proceso histórico de marginalización del sector rural que comenzara treinta años antes del estallido de la guerrilla en Guerrero. Ante el auge industrial de los años treinta y cuarenta, se implementó en México un plan económico conocido como el “Desarrollo Estabilizador”. En paralelo a otros países latinoamericanos, los intelectuales, industriales y gobernantes mexicanos creían que el desarrollo económico sólo se lograría protegiendo a la industria local de la competencia internacional. Mediante la sustitución de importaciones industriales, modelo productivo que imperó en México hasta los años setenta, se protegió, a través de incentivos fiscales, aranceles, y beneficios sociales, a todo el sector industrial, incluidos a los trabajadores obreros. Con la convicción ideológica de que era la industria, no el campo, la que llevaría a México al desarrollo, se terminó de consolidar en las zonas urbanas el desprecio por lo rural y lo indígena heredado desde la colonia.
A finales de los años sesenta, el modelo proteccionista implotó, pero la crisis fue mitigada por el boom petrolero. A pesar del decrecimiento en el sector productivo, el aumento en los precios internacionales del petróleo permitió al gobierno mantener la contención social. Los “petrodólares” ayudaron a palear la transición de un modelo proteccionista a la apertura del mercado orquestado por la clase capitalista sin una clara oposición de las clases medias. Por otra parte, la crisis económica no fue tan aguda como en el resto de Latinoamérica, lo cual explica por qué en aquellos países hubo movimientos contestatarios mejor organizados.
En este contexto, la guerilla guerrerense surge como respuesta a la crisis en el sector más golpeado por el “Desarrollo Estabilizador” y excluído del boom petrolero. Lucio Cabañas y la Brigada Campesina de Ajusticiamiento, nombre de la organización de lucha, buscaban la instauración de los principios plasmados en el ideario del Partido de los Pobres. Su objetivo principal era la socialización de los medios de producción hasta ese momento controlados por las “clases capitalistas.” Exigían un gobierno formado por los trabajadores y el fin de la estructura vertical latifundista que explotaba al campo. Lucio Cabañas muere en diciembre de 1974 en uno de los muchos enfrentamientos entre el ejército y la Brigada Campesina de Ajusticiamiento. Su asesinato estuvo acompañado de un discurso incriminador: Había muerto el peligroso guerrillero.
La muerte de Lucio simboliza la muerte de todos los otros movimientos sociales. A finales de los setenta comienza la transformación “liberalizadora” del país, proceso que dura más de treinta años y está vigente hasta nuestros días. Políticamente, se transitó a una apertura del sistema partidista a través de la cual grupos diferentes al PRI ganaban representación. Económicamente, se terminó con el modelo de sustitución de importaciones. También el agro mexicano se vio obligado a competir con productos extranjeros, muchos de ellos genéticamente modificados. Debido a la emigración a Estados Unidos de millones de campesinos muchos cultivos quedan abandonados y las comunidades comenzaron a depender del envío de remesas, aniquilando a la producción agrícola del país.
Con el cambio de siglo, un nuevo sector productivo se apoderó del campo. Hasta los noventa, el narcotráfico mexicano estaba controlado principalmente por dos cárteles, divididos geográficamente. Con la fragmentación de las organizaciones delictivas, surgen en México nuevas estructuras ocupacionales. Los cárteles, que producen dinero no sólo del narcotráfico, sino del cobro de plazas, de la reventa de armas, del cobro por cruce de fronteras, entre otras actividades, ofrecen una oportunidad de trabajo a los millones de campesinos desplazados, incluidos muchos de los más de dos millones de deportados de Estados Unidos que al regresar ya no tienen tierra, ni productos, ni mercado.
Pasamos de los “petrodólares” a los “narcodólares. ” El desarrollo en este sector ha sido tan prolífero que financia campañas de todos los partidos y apoya gobiernos en todos niveles. Estado y crimen están co constituidos. La realidad de nuestro país no es una historia de buenos y malos, sino un problema sistémico de violencia que soporta nuestra economía. No hay un aumento en las exportaciones petroleras, las remesas decayeron con la crisis en Estados Unidos y la violencia ha frenado al turismo. La relativa estabilidad económica de México se la debemos, en gran medida, al narcotráfico, que ofrece millones de empleos en el sector informal.
Detrás de nuestro goce urbano coexiste en México un campo azotado por los procesos modernizadores. Es en las escuelas normales rurales, como la de Ayotizinapa, donde convergen los sectores más lastimados del país: el agrícola y el educativo. Es ahí donde se cultivan las condiciones objetivas necesarias para alzar la voz.
Desafortunadamente, en México las voces contestatarias se silencian violentamente. Esta reacción estatal se presenta como el resultado de las acciones del enemigo construido discursivamente. Lo que en los años setenta asesinó a Lucio Cabañas como “guerrillero,” hoy calla a los 43 desaparecidos y a los muchos otros asesinados como el resultado de las actividades “criminales.” La violencia que vivimos no es consecuencia de la locura humana, aberrante e inexplicable, sino de un proceso histórico cuyo objetivo ha sido perpetuar el bienestar económico de las clases dominantes.
Los últimos acontecimientos nos desgarran como sociedad y nos aterrorizan como individuos. A casi cuarenta años del asesinato de Lucio Cabañas sorprende dónde estamos parados. Aquel Estado autoritario que mataría a balazos a los guerrilleros es hoy cómplice de la desaparición y presunto asesinato de 43 estudiantes. Es un Estado que asesina al servicio del capital, legal e ilegal, reivindicado por las voces que se privilegian de este sistema y temen por su status quo.
La aceptación de este hecho resulta agobiante.Implica reconocer que las causas estructurales de la violencia están fincadas en un sistema de desigualdad que beneficia a unos, mientras excluye a otros porque no, #NoTodosSomosAyotzinapa. La paz sólo se construye a partir de la igualdad económica, igualdad que únicamente puede lograrse afectando directamente a la población urbana privilegiada. Es esta población que, en los últimos días, hemos visto indolente; más agobiada por las marchas que por los motivos que las generan.
¿Qué podemos hacer? La pregunta que nos hacemos muchos que, a diferencia de Lucio Cabañas, no estamos dispuestos a iniciar la lucha armada. Ahora más que nunca, como sociedad debemos conservar la indignación colectiva cuestionando lo que nos vulnera evitando la normalización de la violencia. Como individuos, debemos atrevernos a reconocer nuestro dolor; preguntarnos cómo y desde dónde nos beneficiamos en este esquema y evitar las prácticas con las que reproducimos la desigualdad, el desprecio y la enajenación social.
*Agradezco infinitamente a Marián Gulías Ogando por las pláticas y reflexiones que hicieron posible la conclusión de este artículo.