Mauricio Pilatowsky
Agradezco la invitación a presentar
este libro a su coordinadora la Dra.
Alicia Gojman, saludo a los colegas que han sido invitados también a participar
en este evento.
El libro que
tengo el honor de presentar es el resultado de una larga travesía que tuvo como
puerto de salida las interrogantes de un grupo de académicos en el Centro de Documentación e Investigación de
la Comunidad Ashkenazí de México. La Dra. Gojman, su fundadora y Directora
honoraria, en una reunión del Comité Académico puso sobre la mesa una fecha;
1912 y nos comentó –“se cumplen 100 años del establecimiento de la primer
institución judía en México: La
Beneficencia Alianza Monte Sinai. Preguntó: -¿Son cien años de vida judía
en México?- y ella misma respondió- ¡No! Los judíos llegaron con los españoles
y desde entonces, con sus distintas experiencias, siempre estuvieron en México.
¿Qué es entonces lo que cambio hace un siglo?- Esa fue la pregunta que nos trae
hasta aquí el día de hoy.
Nos preguntamos
entonces, y nos seguimos preguntando ahora, ¿qué significa institucionalizar
una convivencia colectiva cuando esto se produce al interior de una nación que
ya cuenta con sus propias instituciones? y ¿por qué diferenciar a un grupo de
otro? En otras palabras; ¿por qué los judíos crearon sus propios templos,
escuelas, centros sociales, grupos de asistencia comunitaria, asilos,
cementerios, etc.? Y nos dimos cuenta que no era un fenómeno social exclusivo
de este grupo; lo mismo hicieron los españoles, libaneses, chinos, alemanes,
franceses, norteamericanos, por citar algunos ejemplos. Llegamos entonces a una
conclusión, que como ya he señalado, fue el inicio del proyecto que culmina con
la presentación de este libro y fue la siguiente: El que un colectivo forme
instituciones comunitarias propias dentro de una nación y que éstas se
mantengan, e incluso se fortalezcan, es materia de estudio para comprender a
profundidad la configuración de las identificaciones colectivas en la nación.
En otras palabras, nuestra pregunta por la experiencia judía en México es una interrogante
por el “ser” de lo mexicano.
Cuando uno ve un
libro, y más cuando lo hace entre otros miles, como en esta feria, no se
imagina todo el esfuerzo que hay encerrado entre sus páginas. Pero como
participante he sido testigo de lo que acompañó su desarrollo y créanme que
este pequeño objeto es producto de cientos de horas de reflexión, creatividad y
organización, trabajo de muchos investigadores de diversas áreas de
conocimiento provenientes de muchas instituciones académicas de México y otros
países.
La razón de una
convocatoria tan amplia responde a lo complejo del tema; el de la conformación
y continuidad de la institucionalización de la vida comunitaria judía en una nación como la nuestra; y como ya se ha
señalado; de este estudio de caso podemos aprender sobre las otras minorías.
Cuando se piensa en la continuidad de una experiencia colectiva y la
conservación de sus tradiciones culturales lo primero que aparece es una
valoración positiva, despierta orgullo para los propios y admiración para los
externos. Y cuando se piensa en un siglo, el orgullo y la admiración se
fortalecen.
Algunos de los
trabajos de este volumen se abocan a investigar la instrumentación de
instituciones que han permitido esta pervivencia cultural: la red educativa,
las organizaciones de beneficencia, los templos, asilos, cementerios etc.
Pero hay otra
cara de la moneda que a varios de los participantes no les ha pasado desapercibida;
que en toda trasmisión cultural hay también una dosis de exclusión; en dos
direcciones: la que va de la nación al grupo minoritario y la que se produce al
interior del mismo grupo minoritario; dicho en otra palabras, algunos judíos
siguen siendo judíos porque quieren seguir siéndolo, pero también porque algunos
de los que no lo son no les permiten dejar de serlo e integrarse del todo a la
cultura mayoritaria. Lo mismo sucede con otras comunidades como el caso de los
mexicanos de origen chino, japonés, libanes, de países africanos o incluso con
los mexicanos mal llamados “indígenas” a los que algunos no les permite dejar
de serlo. En la pervivencia de una cultura no todo es fiesta y alegría, hay una
dosis de exclusión y violencia. Varios de los autores de este libro se abocan a
explorar este fenómeno con un rigor académico intachable.
En el caso
concreto de los judíos mexicanos, que viven en un entorno mayoritariamente
cristiano, mestizo y de cultura hispana la posibilidad de ser aceptados como
parte de la mayoría no es cosa sencilla. Portar un apellido español, que no
deja de ser extranjero, es sinónimo de lo mexicano; Pérez, Sánchez, López,
etc.. En cambio un apellido que no sea de España; como, Gojman, Hamui, Chmelnik
o Pilatowsky nos coloca fuera del imaginario nacional, por paradójico que
parezca, así sucede también con los nombres mayas, o zapotecas. En otras
palabras para ser mexicano uno debe llevar en su nombre el registro de la colonización
española.
Pero también
existe una violencia al interior de la misma comunidad excluida. Por razones de
índole diversa se fomenta en ella una cierta endogamia y se ejercen mecanismos
para evitar la asimilación a la cultura exterior. Una suerte de complicidad no
declarada que de alguna manera responde a las dinámicas de los dos grupos
excluyentes. En varios de los trabajos
que aparecen en este libro podrán encontrar algunos análisis de este tipo de
mecanismo, tanto de forma analítica como testimonial.
Lo que
aprendemos de las participaciones recogidas en este libro que lleva como
subtítulo; Mosaico de experiencia y
reflexiones, son los claroscuros de la diversidad cultural en general y de
la judía en particular. Cien años de vida institucional judía en México son
cien años de la conservación de una de las culturas más añejas, rica en
tradiciones y portadora de un legado incuestionable, pero también refleja que
nuestra nación mexicana, a diferencia de otras naciones del orbe, conserva una
estructura excluyente que heredamos de siglos de un colonialismo del que no
terminamos de emanciparnos y que los integrantes de las minorías, para poder
desarrollarse, replican esta violencia al interior de sus propias comunidades,
estableciendo mecanismos internos de segregación.
Los
investigadores que participaron en este libro abordan esta pregunta desde
distintas perspectivas y ofrecen lecturas diversas, pero todos sin excepción
quisieran encontrar una manera de conservar los elementos positivos del legado
cultural sin que esto implicara el sostener ningún sistema de exclusión. No es
algo sencillo, representa un enorme reto, no solo para los judíos mexicanos
sino para todos aquello que buscamos vivir y convivir en un México plural e
incluyente.
Por mi parte, y
como modesta contribución, me gustaría compartir algo que es parte del legado
judío. Aunque difícil de entender, lo judío no se remite a lo religioso,
tenemos ejemplos de judíos ilustres que abandonaron su religión, como Freud, Kafka
o Einstein, lo judío tampoco se reduce a lo nacional. En los miles de años de
historia de este pueblo, el exilio ha sido su principal morada. En el antiguo Egipto
donde la ley fue entregada, en Babilonia donde se escribió el Talmud, en los
dos mil años que van de la destrucción del segundo templo en el año 70 hasta la
reciente creación del Estado de Israel; dos milenios de una impresionante
producción artística, científica y filosófica.
El idioma tampoco ha sido un factor único de
cohesión; el hebreo, antigua lengua de culto se ha modernizado y es el que se
habla en el Estado de Israel, pero no es el único lenguaje en la tradición
judía. Se han creado idiomas como el Yiddish de estructura germánica o el
ladino que es una variante del castellano del siglo XV, los judíos hablan el
idioma del país donde viven, para muestra el homenajeado. ¿Qué es entonces lo que
define a lo judío?
Lo que podemos
identificar como una constante en esta tradición milenaria, es la fidelidad con
la escritura y la lectura, el estudio hermenéutico y el pensamiento crítico. Lo
vemos en producciones como la Biblia, el Talmud, o el Zohar, también en la larga lista de pensadores,
artistas y científicos. Un profesor judío llamado George Steiner escribió:
“Por otra parte, y con toda
seguridad, la escritura ha sido garante indestructible, “suscriptor” de la
identidad de los judíos: a través de las fronteras de su persecución, a través
de los siglos, a través de las lenguas que se ha visto obligada a adoptar y que
a menudo ha dominado. Como un caracol con sus antenas alerta ante la amenaza,
el judío ha llevado la casa del texto a sus espaldas. ¿Qué otro domicilio le ha
sido permitido?”[1]
La identificación a formar parte de este
colectivo universal que busca su hogar en la escritura, el estudio y la crítica,
es un lugar donde podemos habitar todos, sin importar creencias religiosas,
lenguas, colores de piel, géneros, edades, clase social o lugar de nacimiento; es el mejor y más
genuino legado del judaísmo, abierto para todos los que quieran participar. En
este sentido, este libro que hoy presentamos es un granito de arena en esta
hermosa y generosa playa mexicana que nos ha acogido. Bienvenidos al pueblo del
libro, aquí todos nos podemos sentir en casa.
¡Muchas gracias!
Palacio de Minería, México D.F. a 23 de febrero de 2014
[1] George Steiner, Pasión Intacta; Ensayos
1978-1995, traducción, Menchu Gutiérrez y Encarna Castejón ,
Ediciones Siruela, Bogotá, 1997. p. 397