domingo, 2 de septiembre de 2012

Cartas para un perdón


Correspondencia entre  Vladimir Jankélévitch y Wiard Raveling


Traducción: Claudia Larios Padilla

A principios de 1980, durante una emisión de La máscara y la pluma animada por François-Régis  Bastide, Vladimir Jankélévitch declaraba, a propósito de los alemanes: « mataron a seis millones de judíos, pero duermen bien, comen bien y el marco se porta bien ». Terrible frase de un filósofo que persistía en su rechazo a perdonar a los responsables de la Shoah y que había decidido desterrar para siempre a Alemania de su vida.
En el mes de junio de ese mismo año, un joven alemán, Wiard Raveling, decidió sin embargo obtener ese perdón. Después de la intervención de Jankélévitch en La máscara y la pluma, le escribió una larga carta por mediación de François-Régis Bastide. Expresaba cuánto sufría por su país, no negaba ninguna de las abominaciones del pasado y suplicaba al filósofo ir a visitarlo. Contra todos los pronósticos, Jankélévitch le respondió a Wiard Raveling invitándolo a ir a visitarlo a París. Esta correspondencia, publicada por primera vez, abre y cierra de nuevo una herida que se creía incurable. De ahí su interés particular.

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Carta de Wiard Raveling, junio de 1980

Querido señor Jankélévitch:
MATARON A SEIS MILLONES DE JUDÍOS
PERO DUERMEN BIEN
COMEN BIEN
Y EL MARCO SE PORTA BIEN
Yo no maté judíos. Que haya nacido alemán no es mi culpa ni mi mérito. No se me ha pedido permiso para eso. Soy del todo inocente de los crímenes nazis, pero eso  no me consuela mucho. No tengo la consciencia tranquila. Tengo una mala consciencia y experimento una mezcla de vergüenza, piedad, resignación, tristeza, incredulidad y revuelta.
No duermo bien siempre.
Con frecuencia permanezco despierto durante la noche y reflexiono, e imagino. Tengo pesadillas de las cuales no puedo deshacerme. Pienso en ANNA FRANK, en AUSCHWITZ, en la FUGA DE MUERTE y en NOCHE Y NIEBLA:
LA MUERTE ES UN MAESTRO EN ALEMANIA
Recuerdo exactamente la noche en la que vi NOCHE Y NIEBLA. Alguien me había señalado que pasarían la película en la televisión. Quería verla. Pero no había que decir nada a mis padres porque era demasiado tarde para un escolar que debía levantarse a buena hora con toda la frescura del cuerpo y el espíritu. Cuando mis padres se hubieron acostado, me levanté clandestinamente, el corazón batiéndome. Cuando pasé delante de su puerta, mi padre roncaba como de costumbre y mi madre dormía apaciblemente, sin duda. Y yo prendí la televisión y puse el sonido muy bajo para no molestar a nadie, y fui el testigo de esa noche de la humanidad. Vi esas montañas de cadáveres, esa mezcla absurda y obscena de carne, de fango, de huesos, de excrementos, de cabellos. Vi esos cadáveres entrelazados en un destino común, empujados dentro de las fosas por un bulldozer impasible, en un abrazo trastornado por la muerte.  Y todo pasaba bajo los ojos aún impasibles de mis compatriotas en uniforme, quienes, según toda apariencia, no  se conmovieron ni por el más pequeño de los cuerpos. Esas cosas inanimadas habían sido seres humanos traídos al mundo por madres, seres humanos llenos de esperanza y de temor, de alegría y de tristeza. Y llenos de talentos. Cuántos talentos.
Y después, volví a acostarme en un estado poco preparado para el sueño. Cuando pasé por a puerta de mis padres, mi padre aún roncaba y mi madre dormía todavía apaciblemente, sin duda. Y estuve solo toda la noche, solo con las impresiones que no podía digerir. Estaba en una edad impresionable, en la cual uno todavía no tiene  muchas defensas intelectuales, en la cual aún no se tienen las callosidades del corazón indispensables para la edad adulta. Y Dios había muerto definitivamente.
Nunca hablé de esa noche con mis padres ni con nadie.  Es sin duda debido a eso que ella nunca me dejó.
¿Acaso tengo derecho a quejarme? Todo el mundo comprende que la víctima se queje, y el hijo de la víctima. ¿Pero el hijo del verdugo?
¿Cómo no acabar nunca con AUSCHWITZ? ¿Cómo superar esas montañas, cómo llenar esas fosas, cómo apagar esos hornos, cómo dispersar esa peste, cómo calmar esos gemidos, cómo calmar esos gritos de desesperanza?
CÁVENME UNA TUMBA EN EL AIRE, AHÍ NO SE ESTÁ ENCOGIDO

Hay entre nosotros quienes han olvidado demasiado pronto. Hay entre nosotros muchos culpables a los que les va bien.
Como bien, gracias, cuando mi mujer está en forma, y sobre todo cuando estoy en Francia.
No tengo dificultades financieras. Gano más que mis colegas franceses, polacos, rusos e israelíes.
Pero sufro por mi país, que ha vuelto a ser en apariencia fuerte y lleno de confianza. Sufro por mi país que está en realidad lleno de complejos y de incertidumbre, que busca su lugar y su identidad, que está lleno de culpables y de inocentes, de arrogantes y de humildes, de oportunistas y de gente comprometida -  y de jóvenes ingenuos que llevan la pesada carga que la historia les ha puesto sobre la espalda. Ellos necesitan la simpatía y la ayuda de los otros pueblos.
Un francés puede sufrir por la Mayoría o por la Oposición, o por los patrones o por los sindicatos; ¿pero acaso puede él sufrir por Francia? Yo sufro por Alemania, aunque incluso no sepa lo que Alemania es exactamente. Es una herida en mi corazón que no se cierra. Alguien dijo que sin nazis este siglo hubiese podido ser el siglo de Alemania – en el sentido positivo.
Mis padres no mataron judíos.
No duermen bien siempre. Mi madre está indispuesta. Mi padre se duerme rápida y profundamente. Pero no puede dormir mucho tiempo. Se levanta siempre muy temprano. Regresó mutilado de Rusia y su cuerpo siempre le duele. Desde hace ya pronto cuarenta años. Fue ya en 1941 cuando un soldado anónimo de Rusia le quebró la cadera. Por lo tanto, puedo estar seguro de que él no participó en AUSCHWITZ, en Babi Yar, en Varsovia. Tal vez, o incluso probablemente, haya matado algunos soldados rusos. Era normal – por decirlo cínicamente. Mi padre lleva su recuerdo doloroso todos los días con él. No se queja nunca. ¿Acaso su corazón también está herido? ¿Acaso su alma está también mutilada? No oso mirar muy de cerca. A él no le gusta hablar de ese tiempo.
Mis padres no votaron por Hitler antes del 33. Pero después de sus « grandes éxitos », se convirtieron. Conversos a este hombre que sin embargo tenía plenos cuernos en el rostro y olía a azufre desde lejos y no estaba para nada perfumado ni lleno de distinción. Incluso en su región rural, ellos debieron darse cuenta de que los judíos desaparecían un poco por todas partes. Mucho por todas partes. Eso no debió conflictuales más allá que otra medida.
No los desprecio. ¿Acaso yo, en su lugar, no habría actuado como ellos? Esta cuestión me inquieta y no oso darle una respuesta rápida y negativa.
¿Responsables o inocentes resultados?
¿Acaso los amo? ¿Acaso tengo derecho a amarlos? Tal vez yo también, en cierto sentido, he perdido a mis padres. A mis padres y a mi país.
Durante toda mi infancia, durante toda mi juventud, mi padre claudicante me recordó cada día que nosotros habíamos estado del lado malo. ¿Nosotros?
Mis padres comen bastante, gracias. Incluso demasiado. Pero no muy bien para mi gusto. Es a causa de una falta de cultura culinaria. Su pensión está asegurada y es bastante elevada. Tienen más medios que necesidades.
El otro día, un antiguo camarada de clase de mi padre, un judío que había emigrado a los Estados Unidos, lo visitó. A decir de mi padre, se entendieron muy bien. ¿Acaso es verdad? ¿Acaso es un milagro? ¿Acaso es normal?
Mis abuelos no mataron judíos tampoco. Siempre estuvieron contra los nazis, incluso durante su « época gloriosa ». Pero no se distinguieron como resistentes. A decir verdad, no resistieron demasiado. « El individuo no puede hacer gran cosa en política ». No asesinaron a Hitler. Pasaron su tiempo trabajando esperando por lo mejor. ¿Pero quién se interesará en mis abuelos? No hicieron nada importante, ni bueno ni malo. Con ellos no se puede probar nada.
Mis hijos no conocen judíos. En nuestra región ya casi no hay. Mis hijos duermen bien, gracias. A menos que tengan gripa o que un diente les lastime. Todo es como con los pequeños franceses, polacos, rusos o israelíes. Que hayan nacido alemanes no les causa aún problemas. No todavía. Eso no es su culpa, sino la mía y la de mi esposa.
Mis hijos pueden comer bien y mucho si quieren. Pero no siempre lo quieren. Mi niño come como un gorrión. Los otros mejor. Espero que siempre tengan bastante para comer. Y espero que el marco, su marco, se porte siempre bien, al igual que el franco y el zloty. Pero, por supuesto, mis deseos no cambiarán mucho el curso de la historia.
Mis tres hijos son rubios. Rubio germánico. Rubio Brigitte Bardot.

TUS CABELLOS DE ORO MARGARETE
TUS CABELLOS DE CENIZA SULAMITA

Les hablo de ANNA FRANK, les hablaré de NOCHE Y NIEBLA. Les hablaré de nuestra historia no muy bien lograda. Les hablaré del mal que los alemanes infligieron a tanta gente y a tantos pueblos. Les hablaré de nuestra pesada herencia, que es también la suya. Intentaré informarles, interesarlos, despertar su simpatía por aquéllos que sufrieron y por aquéllos que todavía sufren. Buscaré evitar legarles mis pesadillas y mi mala consciencia, cosa que no será sencilla. Aprenderán lenguas extranjeras. Mi hija mayor aprende ya inglés y francés. Viajarán al extranjero y conocerán gente de todos los países. Estoy seguro de que no tendrán muchos prejuicios. Espero que no tengan muchos complejos.
Si alguna vez, querido señor Jankélévitch, pasa usted por aquí, toque a nuestra puerta y entre. Será bienvenido. Y estará tranquilo. Mis padres no estarán ahí. No le hablaremos ni de Hegel ni de Nietzsche ni de Jaspers ni de Heidegger ni de todos los otros maestros pensadores teutónicos. Lo interrogaré sobre Descartes y sobre Sartre. Me encanta la música de Schubert y de Schumann. Pero pondré un disco de Chopin, o si usted lo prefiere, de Fauré y de Debussy. Estoy seguro de que no se molestará si mi hija mayor toca a Schumann en el piano y si los pequeños cantan canciones alemanas. Dicho sea de paso: admiro y respeto a Rubinstein; me encanta Menuhin. Le obsequiaremos con nuestro chucrut y nuestra cerveza. Le prepararemos un quiche de Lorena o una sopa rusa. Le daremos vino francés. Si no puede dormir sobre nuestros edredones, le daremos una manta tan francesa como sea posible. Si, una mañana, es despertado por una voz alemana, no será más que mi hijo que jugará con su tren eléctrico.
Tal vez, si el día es lindo, usted vaya a dar un paseo con nuestros hijos. Y si la más pequeña tropieza o se cae, usted la levantará. Y ella le sonreirá con sus bonitos ojos azules. Y tal vez usted le acaricie sus bonitos cabellos rubios.
Le ruego creer, querido señor Jankélévitch, en la seguridad de mis respetuosos sentimientos.

W.R.

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Carta de François-Régis Bastide del 1 de julio de 1980


Querido señor:  

No puedo decirle, a falta de tiempo, a qué grado me ha conmovido su carta a VJ. Por un montón de razones. En resumen, las he dicho en una novela que publiqué en el 76 « Fantasía del viajante ». Soy un viejo amigo de VJ. Pero su actitud me contraría profundamente. Ese no-perdón es horrible. Nos corresponde a nosotros, cristianos (¡incluso si no somos creyentes!) ser otros. El judío fanático es tan malo como el nazi. Pero no puedo decírselo a VJ. Conozco y amo a Alemania, que combatí a los veinte años, ocupada, etc… Mi hija, quien tiene trece años, está en este momento en una familia de amigos en Westfalia del Norte, donde ella habla alemán; donde ella toca su pequeño Schumann, como yo trabajé durante muchos años la Kreisleriana. ¿Dónde está su ciudad? No tengo un mapa, aquí, de vacaciones en la Provenza.
Usted es si ninguna duda profesor de francés, para escribir tan bien y tan considerablemente.
Comulgo con todas las palabras de su carta, que mi amigo juzgará seguramente demasiado sentimental, marcada por esa horrible Gemütlichkeit (comodidad) que debe parecerle el colmo del vicio. Pero es usted quien tiene razón. No juzgue a todos los judíos franceses sobre las terribles palabras de mi amigo. Cuando publiqué mi primera novela, en el 47, « Carta de Baviera », recibí una calurosa carta de Michel Debré, futuro primer ministro. Me decía ya aquello que yo aprendería: que nuestra pareja es eterna, pase lo que pase.
¿Cuál es el origen de su apellido, de su nombre? ¿Húngaro? ¿Vikingo?
Buenas vacaciones. Pórtese bien, usted y los suyos. Respóndame. Su carta seguirá con un poco de retraso. Trabajo en una novela difícil. Gracias. Cordialmente para usted.


F.-R. B.




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Carta de Vladimir Jankélévitch del 5 de julio de 1980

Querido señor:

Estoy conmovido por su carta. He esperado esta carta durante treinta y cinco años. Quiero decir, una carta en la que la abominación sea plenamente asumida y por alguien que no tiene nada de culpa. Es la primera vez que recibo una carta de alemán, una carta que no sea una carta de auto-justificación más o menos disimulada. Aparentemente los filósofos alemanes « mis colegas » (si oso emplear ese término) no tenían nada que decirme, nada que explicar. Su buena consciencia era imperturbable. – Y de hecho no hay nada más que decir de esta horrible cosa –. No tuve por lo tanto que hacer grandes esfuerzos para abstenerme de toda relación con esos eminentes metafísicos. Usted solo, usted el primero y sin duda el último ha encontrado las palabras necesarias fuera de políticas planeadas y de fórmulas piadosas todas hechas. Es raro que la generosidad, que la espontaneidad, que una viva sensibilidad no encuentren su lenguaje en las palabras de las cuales uno se sirve. Y es su caso. Eso no engaña. Gracias.
No, no iré a verlo a Alemania. No iré hasta allá. – Soy demasiado viejo para inaugurar esta nueva era. Puesto que es, sin embargo, para mí una nueva era. Demasiado tiempo esperada. Pero usted que es joven, no tiene las mismas razones que yo. No tiene esa barrera infranqueable a superar. Es mi turno de decirle: cuando venga a París, como todo el mundo, toque en mi casa, 1 quai aux Fleurs, cerca de Notre Dame. Será recibido con emoción y gratitud como el mensajero de la primavera. Espero que mi hija (26 años) esté ahí. Ella sabe todo lo que hay que saber sobre el horror sin nombre; pero ella es de su tiempo y no conoció el abatimiento. Su marido es como ella. Todos hacemos la misma tarea (todos, los tres, profesores de filosofía). No hablaremos del horror. Nos pondremos al piano: hay tres (2 grandes para mí, uno para mi Sophie).

Para usted con toda la simpatía.

Vl Jankélévitch quai aux Fleurs, 75003 Paris (1° a la derecha)


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Acepté la invitación expresada en la carta. Durante mi siguiente estancia en París, en abril de 1981, visité a V.J. En su apartamento, quai aux Fleurs, delante, detrás, bajo y entre un montón de libros, de manuscritos, de partituras y de imágenes de músicos conversamos toda una tarde acerca de toda clase de cuestiones y de temas: nuestras familias, nuestras materias, autores, músicos, filosofía moral, política, etc. Pero el tema que me interesaba particularmente, sus relaciones con Alemania y la cultura alemana, el periodo de Ocupación, los evitaba sistemáticamente. Respondía apenas y visiblemente a regañadientes a mis preguntas relacionadas con estos temas. Si hubiese insistido, habría dado prueba de una falta de educación.
En primer lugar, estábamos los dos un poco incómodos y tensos. Pero muy rápido se rompió el hielo y la atmósfera se distendió. La mujer de V.J. nos trajo té (en vasos, a la manera rusa) y pastel. Al final, después de muchas horas, el ambiente era completamente relajado y amistoso. Incluso nos reímos juntos. Cuando lo dejé, me dijo que la próxima vez debería llevar a mi mujer. Pero esa fue mi primera y mi última visita a Vladimir Jankélévitch. Durante los últimos años de su vida, nos escribimos cartas regularmente. Una o dos cartas por año y cartas muy cortas, a veces apenas más que intercambios de cordialidad. Un poco más de seis meses después de mi visita, le pedí, en una de mis cartas, que me hablara de su sufrimiento durante la Ocupación alemana. Fue mi último intento de hacerle hablar de « esas cosas ». Su reacción a mi petición fue la siguiente (dice bastante sobre muchos aspectos de su situación al final de su vida): « … no tengo en efecto ningunas ganas de rumiar una vez más mis penas. Será un año nuevo desolador. – Hablaré de eso una vez más todavía, por petición de las Ediciones de Seuil, en mi próximo libro, que será el último. Después ya no hablaré más de eso. Y, por otra parte, ya no existiré. ¿Para qué insistir? ¿y por qué escribir todas esas cosas? La mitad del género humano está compuesta por sordos. Atornillaré nuevamente mi pluma y la pasaré a mi hija, quien será ciertamente más escuchada que yo.
Buen año. Vl J  »

Wiard Raveling



 Publicado en:  Le Magazine Littéraire No. 333 Junio 1995
   




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